Religión

¿Se exigirá a los sacerdotes y órdenes de rito tradicional que celebren la nueva Misa?

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Domingo 13 de noviembre de 2022

Por Michael Charlier

Los vaticanistas empiezan a ver más claro cómo la imposición de la Misa de Pablo VI como hay que implantar la «única  lex orandi» del Rito Romano.

La  fase de promulgación de Traditionis custodes en 2021 se distinguió particularmente por la naturaleza chabacana del Papa y sus asesores de San Anselmo, que habrían preferido haber terminado ya la transición al Novus Ordo y excluir después del rebaño (conforme a las expectativas de  unos pocos) a los recalcitrantes mediante decreto. Para que luego se hable de misericordia y diálogo.

Pero las cosas no se pueden hacer tan rápido como se habría podido creer. Al elegir los medios para ello, parece que algunos de vez en cuando siguen los consejos de miembros expertos de la Curia, cuya larga experiencia les ha enseñado que la estrategia más eficaz para alcanzar sus objetivos en la Iglesia no es rematar al moribundo.

El objetivo de expulsar de la vida de la Iglesia la liturgia tradicional (y junto con ella la doctrina que ésta manifiesta) sigue siendo el mismo. Pero tanto las respuestas del arzobispo Roche como las medidas dispuestas por el cardenal Cupich, así como algunas de las conjeturas que se hacen en Roma sobre la inminente disciplina que se impondría a los institutos sacerdotales, pueden entenderse no tanto como algo que no tiene por objeto la total desaparición de la liturgia ancestral -al menos por un tiempo- sino más bien una suerte de birritualismo forzado. Quienes reconozcan la liturgia moderna, no sólo de palabra, como única forma de la lex orandi de la Iglesia Romana sino también celebrándola habitualmente (no sólo en Jueves Santo) podrán celebrar, también, según el rito tradicional; siempre y cuando se lo permitan su obispo y la Congregación para el Culto Divino. Los que tengan una mentalidad irenista podrían incluso ver en ello una solución intermedia conciliatoria; una propuesta que no se puede rechazar.

De hecho, no les resultará fácil a los sacerdotes de las comunidades de Ecclesia Dei rechazar estrictamente semejante imposición, porque sus órdenes declararon como una de las condiciones previas a su elección que en principio no rechazan de modo categórico la celebración según el rito moderno. Por eso, muchos participaron en la Misa crismal del obispo en cuya diócesis erigieron su comunidad. Los que se negaron a participar no dijeron que fuese por un rechazo fundamental del rito, sino porque esa Misa se concelebraba al modo postconciliar. Y según el derecho canónico, ningún sacerdote está obligado a participar en una concelebración.

Ahora bien, en el pontificado de Francisco los requisitos de la ley pueden variar y cambiar, pero dado que el canon 902 no ha sido revocado ni reformulado, a los enemigos de la Tradición se les ha ocurrido otra solución: en el futuro, ningún sacerdote podrá librarse de celebrar el Novus Ordo. Ya no basta con el reconocimiento abstracto de las reformas de Bugnini y Pablo VI, que ya se exigía; sólo quienes celebren públicamente según el Novus Ordo -y mejor todavía si se los ha ordenado conforme al nuevo  ritual- tienen oportunidad de que se les tenga en cuenta a la hora de conceder las excepciones que en adelante serán imprescindibles para toda celebración conforme al rito antiguo.

Por lo que respecta al clero diocesano, será fácil hacerlo, ya que prácticamente no quedan sacerdotes que celebren exclusivamente por el rito tradicional. Diócesis como la de Fréjus-Toulon, donde (al menos por un tiempo) los sacerdotes se ordenaban por el rito antiguo y con el objeto de celebrarlo, son un caso muy excepcional. Los sacerdotes de los institutos Ecclessia Dei tendrán igualmente que pasar por el aro de las nuevas disposiciones que se esperan para marzo: círculos bien informados de Roma dan por sentado que tendrán que homologarse con el clero diocesano hasta el punto de que ellos también estén sujetos a la norma del primer domingo del mes, al menos en los apostolados públicos. Al parecer todavía no se ha decidido si también se aplicará al uso interno, ni cómo se llevará a efecto la norma que corresponda.

Tampoco los fieles podrán evitar el Misal de Pablo VI: quien quiera cumplir el precepto los domingos y fiestas de guardar -¿hay algún católico tradicional que no quiera hacerlo?- sólo podrá hacerlo en adelante en gran medida participando en las celebraciones ordinarias de la parroquia. Aunque el padre Buenaonda y su troupe de baile eucarístico hagan llorar a quien todavía piense en el Calvario durante la Misa. Se impedirá a toda costa la creación de comunidades, aunque no sean muy rigurosas, que como sus ancestros y como los santos de todas las generaciones que los precedieron deseen servir a Dios exclusivamente con la liturgia gregoriana. Y donde ya existan, se las suprimirá o excluirá en aras de la unidad, la cual en la Domus Sanctae Marthae no significa otra cosa que uniformidad.

Esta normativa, en la que la celebración esporádica de la Misa de siempre vendría acompañada de la exigencia de participar en la nueva liturgia (y la adopción de su lex credendi), tendría la ventaja de que se podría presentar como una transacción o conciliación: «Nadie les quiere quitar la Misa de antes, pero celebrar mirando a Oriente está desfasado en nuestros tiempos…» Los sacerdotes también podrían encontrar en ello una excusa que los librara de muchos escrúpulos de conciencia, al menos hasta que la próxima oleada de restricciones les apriete más la soga en torno al cuello.

De ser cierta esta estrategia -como muy tarde, tendremos más noticias hacia el aniversario de Traditionis custodes en julio-, plantearía algunas cuestiones y cometidos difíciles al movimiento tradicional. Formularemos algunas aquí, aunque no estamos seguros de que podamos resolverlas en futuras contribuciones:

1. ¿Cómo justificarán los defensores de la liturgia tradicional su negativa a emplear los rituales de Pablo VI, si no están dispuestos a negar su legitimidad e idoneidad fundamental para celebrar la Santa Misa?

2. ¿Cómo justificarán la negativa a obedecer declaraciones claramente expresadas de voluntad y mandatos en una cuestión a la que el actual pontífice y sus acólitos parecen conceder máxima prioridad?

3. ¿Cómo quieren entender la afirmación de que los libros que promulgó Pablo VI cumplen un mandato del Concilio y de que rechazar las reformas conciliares equivale a rechazar el Concilio -los documentos promulgados por el papa Montini-, lo cual constituye un acto cismático que no sólo pone en peligro, sino que destruye la unidad de la Iglesia?

Sólo a muy corto plazo (en el mejor de los casos) se podrá salir adelante con evasivas o subterfugios. La paz litúrgica anhelada y promovida por Juan Pablo II y Benedicto XVI fue un  gran  bien; pero no parece que sirva de mucho si todas estas preguntas no pueden figurar en el orden del día con toda su nitidez y capacidad de suscitar división.

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