Apostasía en el Vaticano: Hacia la religión mundial del Anticristo
Sábado 5 de noviembre de 2022
Pido para todos ustedes la bendición de Dios, Padre de todos nosotros, Padre de todas las confesiones (Francisco)
El 25 de octubre Francisco se reunió con representantes de las falsas religiones en Roma para orar por la “paz en el mundo”, siguiendo la tradición conciliar del ecumenismo herético y de la “interreligiosidad” impía enseñados en el Concilio Vaticano II e implementados progresivamente por sus predecesores, en total oposición con la Revelación Divina y con el Magisterio de la Iglesia.
Tras casi diez años de denunciar públicamente sus innumerables fechorías, con escaso eco -para emplear un eufemismo-, y ante la indiferencia generalizada y la ceguera voluntaria de muchos, francamente, no me siento con ganas ni energía para seguir escribiendo extensos análisis al respecto.
Sin embargo, tampoco puedo permanecer silencioso ante esta renovada afrenta contra la verdadera religión católica, sistemáticamente atacada y ultrajada por los supuestos “Vicarios de Cristo” en la tierra, cuando en realidad no son sino los precursores del Anticristo y los que allanan el camino al Falso Profeta que lo secundará en su obra diabólica.
Por consiguiente, he decidido una solución intermedia: me limitaré, para ilustrar lo que digo, a citar pasajes de dicho encuentro, y de otros anteriores del mismo tenor, esperando que el material recopilado pueda ser de utilidad para algunos. Y, a quienes probablemente me acusarán de presumir de “profeta” o de creerme un “iluminado”, les responderé que ése no es el caso, en absoluto. Cualquier cristiano que haya leído la encíclica Mortalium Animos de Pío XI y que esté al corriente de la gran apostasía anunciada por San Pablo en la segunda carta a los Tesalonicenses debería poder comprender sin mayor dificultad la situación en la que nos hallamos.
Es así de simple. Y, sin embargo, así de difícil a la vez, visiblemente, puesto que son pocos quienes pueden o quieren ver lo que está ocurriendo: la gradual implementación de una religión mundial fundada en el “sentimiento religioso” común a todos los hombres, algo propio del naturalismo modernista -subjetivista e inmanentista-, contra el que nos advirtiera San Pío X a comienzos del siglo pasado en su encíclica Pascendi, según el cual todas las religiones, en mayor o menor medida, son caminos válidos para relacionarse con Dios, rendirle culto, ordenar la vida personal y organizar la actividad social en conformidad con la voluntad divina.
Cito el discurso de Bergoglio:
“Doy las gracias a cada uno de los que participan en este encuentro de oración por la paz. Expreso mi especial agradecimiento a los líderes cristianos y de otras religiones, animados por el espíritu de fraternidad que inspiró la primera convocatoria histórica deseada por san Juan Pablo II en Asís, hace treinta y seis años. (…)
Aquí se oye la voz de los sin voz; aquí se funda la esperanza de los pequeños y de los pobres: en Dios, cuyo nombre es Paz. La paz es su don y la hemos invocado de Él. Pero este don debe ser acogido y cultivado por nosotros, hombres y mujeres, especialmente por nosotros, los creyentes. (…)
En los últimos años, la fraternidad entre las religiones ha avanzado de forma decisiva: «Religiones hermanas que ayuden a los pueblos hermanos a vivir en paz» (Encuentro de Oración por la Paz, 7 de octubre de 2021). Cada vez nos sentimos más hermanos entre nosotros. Hace un año, reunidos aquí mismo, frente al Coliseo, lanzamos un llamamiento, aún más pertinente hoy: «Las religiones no pueden utilizarse para la guerra. Sólo la paz es santa, y que nadie utilice el nombre de Dios para bendecir el terror y la violencia. Si ven guerras a su alrededor, ¡no se resignen! La gente desea la paz» (ibíd.)”
En octubre del año pasado tuvo lugar un evento similar, también organizado en Roma por la comunidad San Egidio. Cito algunos pasajes:
“Queridos hermanos y hermanas: Saludo y agradezco a todos ustedes, líderes de las Iglesias, autoridades políticas y representantes de las grandes religiones mundiales. Es hermoso estar aquí juntos, llevando en el corazón y al corazón de Roma los rostros de las personas que tenemos a nuestro cargo. Y, sobre todo, es importante rezar y compartir, claramente y con sinceridad, las preocupaciones por el presente y el futuro de nuestro mundo. En estos días, muchos creyentes se han reunido, manifestando cómo la oración es la fuerza humilde que da la paz y quita el odio de los corazones. En varios encuentros se expresó también la convicción de que es necesario cambiar las relaciones entre los pueblos y de los pueblos con la tierra. Porque aquí hoy, juntos, soñamos pueblos hermanos y una tierra futura. (…)
Hace dos años, en Abu Dabi, con un querido hermano aquí presente, el Gran Imán de Al-Azhar, suplicamos la fraternidad humana por la paz, hablando «en el nombre de los pueblos que han perdido la seguridad, la paz y la convivencia común, siendo víctimas de la destrucción, de la ruina y de las guerras» (Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, 4 febrero 2019). Estamos llamados, como representantes de las religiones, a no ceder a los halagos del poder mundano, sino a ser voz de quienes no tienen voz, apoyo de los que sufren, abogados de los oprimidos, de las víctimas del odio, que son descartadas por los hombres en la tierra, pero preciosas ante Aquel que habita en los cielos. (…)
Por tanto, quisiera expresar nuevamente el llamamiento que hice en Abu Dabi sobre una tarea que ya no puede posponerse y que corresponde a las religiones «en esta delicada situación histórica [...]: la desmilitarización del corazón del hombre» (Discurso en el Encuentro interreligioso, 4 febrero 2019). Es nuestra responsabilidad, queridos hermanos y hermanas creyentes, ayudar a extirpar el odio de los corazones y condenar toda forma de violencia. Con palabras claras, exhortamos a deponer las armas, a reducir los gastos militares para proveer a las necesidades humanitarias y a convertir los instrumentos de muerte en instrumentos de vida. Que no sean palabras vacías, sino peticiones insistentes que elevamos por el bien de nuestros hermanos, contra la guerra y la muerte, en nombre de Aquel que es la paz y la vida. (…)
Para que los pueblos sean hermanos, la oración debe subir al cielo incesantemente y una palabra no puede dejar de resonar en la tierra: paz. San Juan Pablo II soñó un camino común de los creyentes, que se articulara desde aquel evento hacia el futuro. Queridos amigos, estamos en este camino, cada uno con su propia identidad religiosa, para cultivar la paz en nombre de Dios, reconociéndonos hermanos. El Papa Juan Pablo II nos indicó esta labor, afirmando: «La paz espera a sus profetas. La paz espera a sus artífices» (Discurso a los Representantes de las Iglesias cristianas, las Comunidades eclesiales y las Religiones mundiales reunidos en Asís, 27 octubre 1986). A algunos les pareció un optimismo vacío. Pero a lo largo de los años la participación ha ido creciendo y han madurado historias de diálogo entre mundos religiosos diversos, que han inspirado procesos de paz. Este es el verdadero camino. Si hay personas que quieren dividir y crear enfrentamientos, nosotros creemos en la importancia de caminar juntos por la paz: unos con otros, pero nunca unos contra otros. (…)
Pueblos hermanos para soñar la paz. Pero el sueño de la paz hoy se conjuga con otro, el sueño de la tierra futura. Es el compromiso por el cuidado de la creación, por la casa común que dejaremos a los jóvenes. Las religiones, cultivando una actitud contemplativa y no depredadora, están llamadas a ponerse a la escucha de los gemidos de la madre tierra, que sufre a causa de la violencia. Un querido hermano, el Patriarca Bartolomé, aquí presente, nos ayudó a madurar en la conciencia de que «un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios» (Discurso en Santa Bárbara, 8 noviembre 1997, cit. en Carta enc. Laudato si’, 8). (…)
En este clima deteriorado, consuela pensar que las mismas preocupaciones y el mismo compromiso están madurando y convirtiéndose en patrimonio común de tantas religiones. La oración y la acción pueden reorientar el curso de la historia. ¡Ánimo! Hermanos y hermanas tenemos ante nuestros ojos una visión, que es la misma de numerosos jóvenes y hombres de buena voluntad: la tierra como casa común, habitada por pueblos hermanos. Sí, soñamos religiones hermanas y pueblos hermanos. Religiones hermanas, que ayuden a los pueblos a ser hermanos en paz, custodios reconciliados de la casa común de la creación.”
La primera reunión de este tipo organizada por el Vaticano transcurrió en octubre de 1986 en la ciudad de Asís. Cito a continuación dos de los discursos de JPII en ese encuentro:
“Sí, está la dimensión de la oración, que, a pesar de la diversidad real de las religiones, busca expresar la comunicación con un Poder que está por encima de todas nuestras fuerzas humanas. La paz depende fundamentalmente de este Poder que llamamos Dios y que, como creemos los cristianos, se ha revelado en Cristo. Este es el significado de este día de oración.
Por primera vez en la historia nos hemos reunido de todas partes, iglesias cristianas y comunidades eclesiales y religiones del mundo, en este lugar sagrado dedicado a San Francisco para testimoniar ante el mundo, cada uno según su propia convicción, la cualidad trascendente de la paz. La forma y el contenido de nuestras oraciones son muy diferentes, como hemos visto, y no es posible reducirlas a una especie de denominador común. (…)
Instamos a los responsables de las naciones y organismos internacionales a ser incansables en la introducción de estructuras de diálogo allí donde la paz esté en peligro o ya comprometida. Ofrecemos nuestro apoyo a sus esfuerzos, a menudo agotadores, por mantener o restaurar la paz. Renovamos nuestro aliento a la ONU para que pueda corresponder plenamente a la amplitud y altura de su misión universal de paz.” [9]
“Que Cristo llene nuestro universo de su amor y de su paz” – Alocución durante la plegaria ecuménica.
“Las religiones son muchas y variadas, y reflejan el deseo de los hombres y las mujeres de todos los tiempos de entrar en relación con el Ser Absoluto. La oración supone de parte nuestra la conversión del corazón. Lo cual significa una profundización en nuestro sentido de la Realidad última. Ésta es la verdadera razón de nuestro encuentro en este lugar.
Desde aquí iremos a los distintos sitios de oración. Cada religión tendrá el tiempo y la oportunidad de expresarse en su propio rito tradicional. Luego, desde los distintos lugares de oración, caminaremos en silencio hacia la plaza de la basílica inferior de San Francisco. Una vez reunidos en la plaza, de nuevo cada religión tendrá la posibilidad de presentar su propia oración; una después de otra.”
Una breve cita de BXVI sobre el encuentro interconfesional de Asís convocado por él mismo en octubre de 2011, destinada a quienes lo consideran un “papa tradicional”, un auténtico baluarte de la ortodoxia contra el azote modernista:
“Distinguidos huéspedes, queridos amigos: Os acojo esta mañana en el palacio apostólico y os agradezco una vez más vuestra disponibilidad a participar en la Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, que celebramos ayer en Asís, veinticinco años después de aquel primer encuentro histórico (…) Mirando hacia atrás, podemos apreciar la clarividencia del Papa Juan Pablo II al convocar el primer encuentro de Asís, y la necesidad continua de hombres y mujeres de distintas religiones de testimoniar juntos que el viaje del espíritu siempre es un viaje de paz.”
A continuación transcribo algunos párrafos del discurso de JPII a la Curia Romana para la Navidad de 1986, en el cual se explaya acerca de la histórica reunión interreligiosa por él convocada en Asís dos meses antes:
“1. Con particular alegría os saludo en este tradicional encuentro que nos reúne para intercambiar saludos por la Navidad y el Año Nuevo. Agradezco al nuevo cardenal decano del sagrado colegio las nobles palabras con las que interpretó los sentimientos que sugiere este momento de intimidad familiar.
En estos días inmediatamente anteriores a la gran fiesta de Navidad, en los que celebramos y conmemoramos juntos la Palabra de Dios, vida y luz de los hombres que "se hicieron carne por nosotros y habitaron entre nosotros" (Jn 1, 14), mi alma espontáneamente revive junto a vosotros, venerables y queridos hermanos de la curia romana, lo que parece haber sido el acontecimiento religioso más seguido del mundo en este año que está a punto de concluir: la jornada mundial de oración por la paz en Asís, el pasado 27 de octubre.
En efecto, en ese día, y en la oración que era razón y único contenido, parecía activa la unidad escondida pero radical del Verbo divino, "en quien todo fue creado y en quien todo subsiste" (Col 1, 16; Jn 1, 3), que estableció entre los hombres y mujeres de este mundo, a los que ahora comparten las angustias y alegrías de este final del siglo XX, pero también a los que nos precedieron en la historia y a los que tomarán nuestro lugar "hasta que venga el Señor" (cf. 1 Cor 11, 26). El hecho de habernos reunido en Asís para orar, ayunar y caminar en silencio -y esto por la paz siempre frágil y siempre amenazada, tal vez hoy más que nunca- fue como un claro signo de la profunda unidad de quienes buscan los valores en la religión, espiritual y trascendente, en respuesta a las grandes preguntas del corazón humano, a pesar de las divisiones concretas (cf. Nostra Aetate, 1).
2. Este acontecimiento me parece de tal importancia que invita en sí mismo a una profunda reflexión para esclarecer cada vez mejor su sentido a la luz de la ya inminente conmemoración de la venida del Hijo eterno de Dios en la carne.
Porque es obvio que no podemos conformarnos con el hecho en sí y su realización exitosa. Ciertamente, la jornada de Asís anima a todos aquellos cuya vida personal y comunitaria está guiada por una convicción de fe a sacar las consecuencias a nivel de una concepción más profunda de la paz y de un nuevo modo de comprometerse con ella. Pero también, y quizás principalmente, ese día nos invita a una "lectura" de lo sucedido en Asís y su significado íntimo, a la luz de nuestra fe cristiana y católica. De hecho, la clave de lectura apropiada para tan magno acontecimiento proviene de la enseñanza del Concilio Vaticano II, que asocia de manera estupenda la fidelidad rigurosa a la revelación bíblica y a la tradición de la iglesia, con la conciencia de las necesidades y angustias de nuestro tiempo, expresada en muchos "signos" elocuentes (cf. Gaudium et spes, 4).
4. El plan divino, único y definitivo, tiene su centro en Jesucristo, Dios y hombre "en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios ha reconciliado consigo todas las cosas" (Nostra aetate, 2). Así como no hay hombre ni mujer que no lleve consigo el designio de su origen divino, así tampoco hay quien pueda quedar fuera o al margen de la obra de Jesucristo, "que murió por todos", y por tanto "Salvador del mundo" (cf. Jn 4,42). “Por eso debemos creer que el Espíritu Santo da a todos la posibilidad de entrar en contacto, como sólo Dios sabe, con el misterio pascual” (Gaudium et spes, 22).
5. (...) A menudo los hombres pueden no ser conscientes de esta unidad radical de origen, destino e inserción en el mismo plan divino; y cuando profesan religiones diferentes e incompatibles, también pueden sentir que sus divisiones son insuperables. Pero a pesar de ellos, están incluidos en el gran y único plan de Dios, en Jesucristo, que "se ha unido de cierto modo a todos los hombres" (Gaudium et spes, 22), aunque estos no sean conscientes de ello.
7. (...) El acontecimiento de Asís puede ser considerado, pues, como una ilustración visible, una lección de hechos, una catequesis inteligible para todos, de lo que presupone y significa el compromiso ecuménico y el recomendado diálogo interreligioso y promovido por la Concilio Vaticano II.
9. Presentando a la Iglesia católica cogida de la mano de los hermanos cristianos y éstos todos juntos dándose la mano con los hermanos de otras religiones, el día de Asís fue como una expresión visible de estas afirmaciones del Concilio Vaticano II. Con ella y por ella hemos podido, por la gracia de Dios, llevar a la práctica, sin sombra de confusión ni de sincretismo, nuestra convicción, inculcada por el Concilio, sobre la unidad de principio y fin de la familia humana y sobre el significado y el valor de las religiones no cristianas. (…)
En este sentido, hay que decir también que en Asís se fortaleció la identidad misma de la Iglesia católica y la conciencia que tiene de sí misma. En efecto, la Iglesia, es decir, nosotros mismos, hemos comprendido mejor, a la luz de los acontecimientos, cuál es el verdadero significado del misterio de unidad y de reconciliación que el Señor nos confió, y que ejerció primero al ofrecer su vida "no sólo por el pueblo, sino también para unir a los hijos de Dios dispersos" (Jn 11,52).
10. (...) La Iglesia también ejerció este ministerio en Asís, de una manera inédita, pero no menos eficaz y exigente, como reconocieron nuestros invitados, quienes expresaron su alegría y nos exhortaron a continuar por el camino emprendido. Por otro lado, la situación del mundo, como vemos en esta Nochebuena, es en sí misma una llamada urgente a redescubrir y mantener siempre vivo el espíritu de Asís como motivo de esperanza para el futuro.
11. Allí se descubrió de manera extraordinaria el valor único que tiene la oración para la paz; y de hecho esa paz no se puede tener sin la oración, y la oración de todos, cada uno en su propia identidad y en la búsqueda de la verdad. Y en esto debemos ver, como hemos dicho antes, otra manifestación admirable de esa unidad que nos une más allá de las diferencias y divisiones conocidas por todos. Toda oración auténtica está bajo el influjo del Espíritu "que intercede con insistencia por nosotros", porque ni siquiera sabemos lo que conviene pedir, pero ora en nosotros "con gemidos indecibles" y "el que escudriña los corazones sabe cuáles son los deseos del Espíritu” (cf. Rom 8, 26-27). En efecto, podemos creer que toda oración auténtica es suscitada por el Espíritu Santo, que está misteriosamente presente en el corazón de cada hombre.
Esto también se vio en Asís: la unidad que proviene del hecho de que todo hombre y toda mujer son capaces de orar: es decir, de someterse totalmente a Dios y reconocerse pobres ante él. La oración es uno de los medios para realizar el plan de Dios entre los hombres (cf. Ad gentes, 3). De este modo quedó claro que el mundo no puede dar la paz (cf. Jn 14,27), sino que es un don de Dios y que debe obtenerse de él mediante la oración de todos.
12. (...) A quien "con la Encarnación se unió en cierto modo a todos los hombres" (Gaudium et spes, 22) quisiera volver a confiarle el seguimiento que se dará a la jornada en Asís y los compromisos que, con este fin, todos en la iglesia deben asumir o ya están asumiendo para responder a la vocación fundamental de la iglesia entre los hombres a ser "sacramento de la redención universal" y "semilla válida de unidad y esperanza para toda la humanidad" (Lumen Gentium, 9).”
Cito seguidamente a JPII en una audiencia de septiembre de 1998 en la que expone el fundamento del ecumenismo puesto en práctica desde el CVII:
“Ante todo, es preciso tener presente que toda búsqueda del espíritu humano en dirección a la verdad y al bien, y, en último análisis, a Dios, es suscitada por el Espíritu Santo. Precisamente de esta apertura primordial del hombre con respecto a Dios nacen las diferentes religiones. No pocas veces, en su origen encontramos fundadores que han realizado, con la ayuda del Espíritu de Dios, una experiencia religiosa más profunda. Esa experiencia, transmitida a los demás, ha tomado forma en las doctrinas, en los ritos y en los preceptos de las diversas religiones.
En todas las auténticas experiencias religiosas la manifestación más característica es la oración. Teniendo en cuenta la constitutiva apertura del espíritu humano a la acción con que Dios lo impulsa a trascenderse, podemos afirmar que «toda oración auténtica está suscitada por el Espíritu Santo, el cual está misteriosamente presente en el corazón de cada hombre» (Discurso a los miembros de la Curia romana, 22 de diciembre de 1986, n. 11: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de enero de 1987, p. 8).”
Cito ahora un viejo artículo en el que enumero textos de JPII en los que sostiene la herejía de la salvación universal, en total conformidad con la gnosis panteísta -fundamento del modernismo-, según la cual cada ser humano se encuentra unido esencialmente a la divinidad, por lo que la idea de una reprobación eterna, obviamente, pierde todo sentido:
El problema con el CVII es que oficializa el modernismo en la Iglesia: falso ecumenismo, falso “diálogo religioso”, falsa libertad religiosa, falsa eclesiología, con la “Iglesia de Cristo” distinguida implícitamente de la Iglesia Católica -el “subsistit in” de Lumen Gentium sobre el que se funda el falso ecumenismo conciliar-, falsa salvación universal(cf. Gaudium et Spes 22: “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”), ampliamente desarrollada por Juan Pablo II:
I. “Cristo Señor ha indicado estos caminos sobre todo cuando -como enseña el Concilio- mediante la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre. […] Este hombre es el camino de la Iglesia, camino que conduce en cierto modo al origen de todos aquellos caminos por los que debe caminar la Iglesia, porque el hombre -todo hombre sin excepción alguna- ha sido redimido por Cristo, porque con el hombre -cada hombre sin excepción alguna- se ha unido Cristo de algún modo, incluso cuando ese hombre no es consciente de ello”. JPII, Redemptor Hominis n. 13/14.
II. “[…] debemos […] manifestar al mundo nuestra unidad […] en la revelación de la dimensión divina y humana […] de la Redención, en la lucha con perseverancia incansable en favor de esta dignidad que todo hombre ha alcanzado, […] que es la dignidad de la gracia de adopción divina.” Idem, n. 11.
III. “Nace el Redentor del hombre. Con Él nace la humanidad nueva. Y con Él nace la Iglesia […] A la Iglesia, por su misión primordial, nacida con Cristo nacido, y recibida de Él con mandato solemne, incumbe defender la dignidad del hombre: de cada hombre -como he escrito en mi primera Encíclica-. Porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno se ha unido Cristo, para siempre, por medio de este misterio.” JPII, discurso a la curia romana, 22-12-1979, n. 3.
IV. “Cristo […] nos conoce con el conocimiento y con la ciencia más interior, con el mismo conocimiento con que Él, Hijo, conoce y abraza al Padre y, en el Padre, abraza la verdad infinita y el amor. Y, mediante la participación en esta verdad y en este amor, Él hace nuevamente de nosotros, en Sí mismo, los hijos de su Eterno Padre; obtiene, de una vez para siempre, la salvación del hombre: de cada uno de los hombres y de todos, de aquellos que nadie arrebatará de su mano... En efecto, ¿quién podría arrebatarlos?” JPII, homilía del 27-04-1980, n. 5.
V. “[…] como el Concilio Vaticano II recuerda, [el hombre] es la única criatura que Dios ha querido por sí misma y sobre la cual tiene su proyecto, es decir, la participación en la salvación eterna. No se trata del hombre abstracto, sino del hombre real, concreto e histórico: se trata de cada hombre, porque a cada uno llega el misterio de la redención, y con cada uno se ha unido Cristo para siempre a través de este misterio.” JPII, Centesimus Annus n. 5.
VI. “En el hecho de la Redención está la salvación de todos, porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno Cristo se ha unido, para siempre, por medio de este misterio.” JPII, Redemptoris Missio n. 4.
VII. “Este rayo de la noche de Navidad […] es la chispa de luz más profunda de la humanidad a quien Dios ha visitado, esta humanidad acogida de nuevo y asumida por Dios mismo […] La naturaleza humana asumida místicamente por el Hijo de Dios en cada uno de nosotros, que hemos sido adoptados en la nueva unión con el Padre. La irradiación de este misterio se expande lejos, muy lejos; alcanza también aquellas partes o esferas de la existencia de los hombres en las que todo pensamiento acerca de Dios […] parece estar ausente.” JPII, audiencia general, 27-12-1978, n. 1.
Así pues, para los papas conciliares, la paz en el mundo resultará, en el plano espiritual, de la plegaria ecuménica realizada por todas las “tradiciones religiosas”. A lo que habría que agregar, en el plano político, la indispensable acción de la ONU. Cito otro viejo artículo en relación a esto:
“Una observación de carácter histórico: Francisco está obrando en perfecta continuidad con sus predecesores conciliares en lo atinente al papel esencial que, según todos ellos, debe desempeñar la ONU con vistas al establecimiento de la paz y de la justicia en la tierra. A título de ejemplo, he aquí algunas citas edificantes:
«No se nos oculta que ciertos capítulos de esta Declaración [Universal de los Derechos Humanos] han suscitado algunas objeciones fundadas. Juzgamos, sin embargo, que esta Declaración debe considerarse un primer paso introductorio para el establecimiento de una constitución jurídica y política de todos los pueblos del mundo. En dicha Declaración se reconoce solemnemente a todos los hombres sin excepción la dignidad de la persona humana y se afirman todos los derechos que todo hombre tiene a buscar libremente la verdad, respetar las normas morales, cumplir los deberes de la justicia, observar una vida decorosa y otros derechos íntimamente vinculados con éstos. Deseamos, pues, vehementemente, que la Organización de las Naciones Unidas pueda ir acomodando cada vez mejor sus estructuras y medios a la amplitud y nobleza de sus objetivos. ¡Ojalá llegue pronto el tiempo en que esta Organización pueda garantizar con eficacia los derechos del hombre!,derechos que, por brotar inmediatamente de la dignidad de la persona humana, son universales, inviolables e inmutables». “San” Juan XXIII, encíclica Pacem in Terris.
«Los pueblos se vuelven a las Naciones Unidas como hacia la última esperanza de concordia y paz; […] Estaríamos tentados de decir que vuestra característica refleja en cierta medida en el orden temporal lo que nuestra Iglesia Católica quiere ser en el orden espiritual: única y universal. No se puede concebir nada más elevado, en el plano natural, para la construcción ideológica de la humanidad. […] Lo que vosotros proclamáis aquí son los derechos y los deberes fundamentales del hombre, su dignidad y libertad y, ante todo, la libertad religiosa. Sentimos que sois los intérpretes de lo que la sabiduría humana tiene de más elevado, diríamos casi su carácter sagrado. Porque se trata, ante todo, de la vida del hombre y la vida humana es sagrada». “San” Pablo VI, discurso ante la ONU, 4 de octubre de 1965.
«Permítanme desear que la Organización de las Naciones Unidas, por su carácter universal, no deje de ser el foro, la alta tribuna, desde la que se valoran, en la verdad y en la justicia, todos los problemas del hombre. […] Esta Declaración ha costado la pérdida de millones de nuestros hermanos y hermanas que la pagaron con su propio sufrimiento y sacrificio, provocados por el embrutecimiento que había hecho sordas y ciegas las conciencias humanas de sus opresores y de los artífices de un verdadero genocidio. ¡Este precio no puede haber sido pagado en vano! La Declaración universal de los Derechos del Hombre -con todo el conjunto de numerosas declaraciones y convenciones sobre aspectos importantísimos de los derechos humanos, en favor de la infancia, de la mujer, de la igualdad entre las razas, y especialmente los dos Pactos Internacionales sobre los derechos económicos, sociales y culturales, y sobre los derechos civiles y políticos- debe quedar en la Organización de las Naciones Unidas como el valor básico con el que se coteje la conciencia de sus miembros y del que se saque una inspiración constante. […] La Declaración universal de los Derechos del Hombre y los instrumentos jurídicos, tanto a nivel internacional como nacional, en un movimiento que es de desear progresivo y continuo, tratan de crear una conciencia general de la dignidad del hombre y definir al menos algunos de los derechos inalienables del hombre. […] El conjunto de los derechos del hombre corresponde a la sustancia de la dignidad del ser humano, entendido integralmente, y no reducido a una sola dimensión; se refieren a la satisfacción de las necesidades esenciales del hombre, al ejercicio de sus libertades, a sus relaciones con otras personas; pero se refieren también, siempre y dondequiera que sea, al hombre, a su plena dimensión humana». “San” Juan Pablo II, discurso ante la ONU, 2 de octubre de 1979”.
Veamos ahora lo que dice Bergoglio sobre este asunto en su panfleto publicitario ecologista Laudato Si’:
«Se vuelve indispensable crear un sistema normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico terminen arrasando no sólo con la política sino también con la libertad y la justicia.» § 53
«Desde mediados del siglo pasado, y superando muchas dificultades, se ha ido afirmando la tendencia a concebir el planeta como patria y la humanidad como pueblo que habita una casa de todos. Un mundo interdependiente no significa únicamente entender que las consecuencias perjudiciales de los estilos de vida, producción y consumo afectan a todos, sino principalmente procurar que las soluciones se propongan desde una perspectiva global y no sólo en defensa de los intereses de algunos países. La interdependencia nos obliga a pensar en mundo único, en un proyecto común.» § 164
Concebir el planeta como “patria”, pensar en un “mundo único”, crear un “sistema normativo” con “límites infranqueables”: ¿es acaso necesario precisar que lo que Francisco preconiza no es sino la instauración de un gobierno mundial dotado de un poder político efectivo, que no se funda en los Mandamientos de Dios sino en los Derechos Humanos masónicos y en el falso Evangelio Ecológico expuesto en Laudato Si’?
Digámoslo claramente: para que el proyecto cosmopolita y apátrida onusino se vuelva coercitivo y pueda concretarse en una República Universal, so capa de “cuidado” de nuestra “casa común”, amenazada por el “calentamiento global”, hace falta establecer una autoridad planetaria capaz de imponer esta utopía totalitaria a los refractarios.
Este objetivo es todavía más explícito en el siguiente pasaje de la encíclica, en el que Francisco cita a Benedicto XVI, quien, a su vez, invoca a Juan XXIII, lo que demuestra a las claras la continuidad del proyecto masónico de los predecesores de Francisco desde el CVII:
«[…] se vuelve indispensable la maduración de instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas de poder para sancionar. Como afirmaba Benedicto XVI […]: ‘‘para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, [san] Juan XXIII’’ (Caritas in Veritate n° 67).» § 175
Este párrafo número 67 de la encíclica Caritas in Veritate, de Benedicto XVI, constituye un auténtico manifiesto ideológico del Nuevo Orden Mundial a ser instaurado bajo los auspicios de la ONU y propone todo un programa de acción:
«Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas innovadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres. Esto aparece necesario precisamente con vistas a un ordenamiento político, jurídico y económico que incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos. Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, Juan XXIII. Esta Autoridad deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común, comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Dicha Autoridad, además, deberá estar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar a cada uno la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos. Obviamente, debe tener la facultad de hacer respetar sus propias decisiones a las diversas partes, así como las medidas de coordinación adoptadas en los diferentes foros internacionales. En efecto, cuando esto falta, el derecho internacional, no obstante los grandes progresos alcanzados en los diversos campos, correría el riesgo de estar condicionado por los equilibrios de poder entre los más fuertes.El desarrollo integral de los pueblos y la colaboración internacional exigen el establecimiento de un grado superior de ordenamiento internacional de tipo subsidiario para el gobierno de la globalización, que se lleve a cabo finalmente un orden social conforme al orden moral, así como esa relación entre esfera moral y social, entre política y mundo económico y civil, ya previsto en el Estatuto de las Naciones Unidas». “Papa Emérito” Benedicto XVI, encíclica Caritas in Veritate, n. 67.
Dos años después de esta encíclica, el 24 de octubre de 2011, el Consejo Pontificio Justicia y Paz publicó un extenso documento desarrollando el proyecto ratzingeriano de instaurar un gobierno mundial, del cual presento aquí un breve extracto:
«Sin embargo permanece aún un largo camino por recorrer antes de llegar a la constitución de una tal Autoridad pública con competencia universal. La lógica desearía que el proceso de reforma se desarrollase teniendo como punto de referencia la Organización de las Naciones Unidas, en razón de la amplitud mundial de sus responsabilidades, de su capacidad de reunir las Naciones de la tierra, y de la diversidad de sus propias tareas y de las de sus Agencias especializadas. El fruto de tales reformas debería ser una mayor capacidad de adopción de políticas y opciones vinculantes, por estar orientadas a la realización del bien común a nivel local, regional y mundial. […] Existen, pues, las condiciones para la superación definitiva de un orden internacional «westfaliano», en el que los Estados perciben la exigencia de la cooperación, pero no asumen la oportunidad de una integración de las respectivas soberanías para el bien común de los pueblos. Es tarea de las generaciones presentes reconocer y aceptar conscientemente esta nueva dinámica mundial hacia la realización de un bien común universal. Ciertamente, esta transformación se realizará al precio de una transferencia gradual y equilibrada de una parte de las competencias nacionales a una Autoridad mundial y a las Autoridades regionales, pero esto es necesario en un momento en el cual el dinamismo de la sociedad humana y de la economía, y el progreso de la tecnología trascienden las fronteras, que en el mundo globalizado, de hecho, están ya erosionadas. La concepción de una nueva sociedad, la construcción de nuevas instituciones con vocación y competencia universales, son una prerrogativa y un deber de todos, sin distinción alguna. Está en juego el bien común de la humanidad, y el futuro mismo.»
Estas citas demuestran cabalmente que Bergoglio no hace más que tomar el relevo del proyecto mundialista onusino-masónico implementado por todos los papas conciliares que lo precedieron. Y no olvidemos que, cuando convocó Asís V, en 2016, fue en continuidad con las reuniones de Asís I a IV, convocadas antes por Wojtyla y Ratzinger. Es necesario reconocer que el doble movimiento globalista -político y religioso-, en el que trabaja meticulosamente el Vaticano, es una constante desde el CVII.
Cuando se haya producido la unificación mundial en ambas esferas, -las del poder temporal y del espiritual-, tendrá lugar el gobierno universal del Anticristo anunciado por San Juan en el Apocalipsis, el que está siendo preparado por los papas conciliares, gobierno en el cual el líder espiritual -el Falso Profeta, Anticristo religioso o Bestia de la tierra- estará al servicio del líder temporal -el Hombre de Pecado, Anticristo político o Bestia del mar-, legitimando de este modo su poder ante el mundo.
Concluyendo: la ONU se ha convertido en la instancia moral suprema de la humanidad, la Declaración de los Derechos Humanos, en el nuevo Evangelio, los papas conciliares, en sus portavoces y el Vaticano, en su garante espiritual ante la opinión pública mundial. La época de la Cristiandad y de la unidad católica ha quedado atrás, dando lugar al Nuevo Orden Mundial luciferino -en avanzado estado de gestación-, enemigo mortal del ser humano, del orden natural y de la revelación divina, escandalosamente apadrinado por la jerarquía apóstata del Vaticano y auspiciado por su religión conciliar adulterada, totalmente entregada al servicio de las fuerzas del mal y bregando denodadamente por el advenimiento del cada vez más próximo reino universal del Anticristo…
Miles Christi