La abominación de la desolación
El profeta Daniel en el Antiguo Testamento, predijo que en un tiempo futuro habría una Abominación de la Desolación o la horrible abominación en el lugar santo: Daniel 9, 27; 11, 31; 12,11.
Para captar el sentido propio de la profecía de Daniel, hay que situarse en el año 167 a. C. con la irrupción en Judea de Antioco Epifanes, que sometió a la fuerza a los hebreos. Al hundirlos aún más, busca una acción que destruye el poder y la soberbia de los judíos, mandará construir un altar de culto pagano, nada menos que sobre el altar de los sacrificios en Jerusalén, el sitio más sagrado. Antioco quiso completar su injuria a los hebreos, consagrando al dios Zeus Olimpo, todo el sagrado Templo judío.
Es la página más negra de Israel, por el atropello cometido contra el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza, precisamente en lo más sagrado.
También lo predijo el mismo Jesús, señalando que ese hecho marcaría la proximidad de un gran castigo:
«Cuando viereis, pues, la abominable desolación predicha por el profeta Daniel en el lugar santo (el que leyere entienda), entonces los que estén en Judea huyan a los montes; el que esté en el terrado no baje a tomar nada de su casa, el que esté en el campo no vuelva atrás en busca del manto. ¡Ay de las que críen en aquellos días! Orad para que vuestra huida no tenga lugar en invierno ni en sábado. Porque habrá entonces una gran tribulación cual no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá, y, si no se acortaran los días aquellos días, nadie se salvaría; más por amor de los elegidos se acortarán los días aquellos» (Mateo 24, 15-22, y Marcos 13, 14; Lucas 21, 20).
Jesús quiere demostrar que su venida se verificará en medio de calamidades de todo género, y cita la expresión de Daniel, para significar la postración a que llegará el mundo a su venida. La expresión abominación de la desolación es conexa con el discurso escatológico de Jesús, llamado el pequeño Apocalipsis, el que nos llama la atención respecto de la actividad blasfema del Anticristo (prefigurado por Antíoco) que es de esperar antes de la Parusía.
Así, tanto en San Mateo (24, 15) como en San Marcos (13, 14), se describen las características de la venida de Jesús. «El Templo de Jerusalén quedará destruido, surgirán falsos profetas que inundarán las plazas sembrando malos augurios, habrá terremotos con la secuela del hambre, perseguirán a los genuinos apóstoles que serán traicionados por sus mismos hermanos», y la última señal: «cuando vean la abominación de la desolación, al ídolo del opresor instalado en el lugar en que no debe estar, que los que estén en Judea huyan a los cerros».
Y nos preguntamos: ¿de verdad está llegando la abominación de la desolación? Es difícil precisarlo. Podría ser, ya que existen en este momento suficientes calamidades en el mundo: guerras, paganismo, corrupción, terremotos, apostasías, herejías, profanaciones, sacrilegios, satanismo, por cuando es complicada su aplicación, que era fácil en labios de Jesús ya que Él se refería directamente al Templo hoy inexistente.
¿Podría referirse a la Iglesia? ¿Podría referirse a la Eucaristía? Hay un aspecto vital. Y es el hecho de que para el judaísmo actual ya no es necesario el Templo porque ya no tiene sacrificio. Nuestro Señor Jesucristo perfeccionó y terminó el antiguo sacrificio.
Con el sacrificio del Salvador operado en el Calvario quedó abolida la diaria inmolación de animales porque la Antigua Ley concluyó en la Cruz, aunque los judíos mantuvieron aquellos ritos –ya vacíos- hasta el año 70, cuando se confirmaron como verdaderas las palabras del Señor: Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes (Lucas 19, 43).
El antiguo rito, y el antiguo Templo no restaurados confirman que en la inmolación de Jesús, murió con Él el objeto de los cruentos sacrificios de la Antigua Ley.
La Eucaristía es la piedra angular de la Iglesia Católica, Cuerpo místico de Cristo. Si la Eucaristía fuera desechada o destruida, todo el edificio católico colapsaría. Despojada la Iglesia Católica de la Misa, no sería más que un esqueleto. La historia nos muestra que los que así lo hicieron, llevaron el caos y la destrucción a quienes los siguieron.
Sin duda, la supresión del Santo Sacrificio de la Misa, sería la mayor abominación de la desolación: «Este es el Sacrificio de nuestros altares, que entonces, en esos terribles días, será proscrito, en todas partes prohibido; y, salvo los Sacrificios, que podrán celebrarse en las sombras subterráneas de las catacumbas, quedará interrumpido en todas partes» (Cardenal Billot, S.I.)
¿Se referirá al culto a los falsos dioses que se da en los llamados encuentros interreligiosos, celebrados en templos consagrados por la Iglesia Católica al único y verdadero Dios? ¿Se referirá a una falsa e idolátrica forma de adoración introducida en sustitución del verdadero y único sacrificio –la Cruz y su prolongación en la Misa- junto a la apostasía general de la fe verdadera?
En labios de Jesús la expresión abominación de la desolación, sin duda hacía alusión a la presencia de los ejércitos romanos entrando en la Ciudad Santa de Jerusalén y en el Templo sagrado con sus banderas profanas.
Cristo cumplirá su promesa de llegar a nosotros para juzgarnos, pero las señales por Él indicadas se están dando permanentemente, por lo que es arriesgado señalar fechas determinadas, y, sea lo que sea «la abominación de la desolación», no debemos olvidar que será la señal del momento final.
Si lo que vemos cada día: confusión doctrinal, sacrilegios de los lugares sagrados, sacrilegios de la Eucaristía y de la Misa, no es la «abominación de la desolación» predicha por Nuestro Señor, son al menos un presagio de aquella última profanación.