Máximo Pradera: Los Beatles se reían de Elvis Presley
El escritor y músico acaba de publicar ‘Están tocando nuestra canción’, donde transita por las canciones predilectas de célebres personajes históricos y actuales, desde Hitler, Stalin o Franco hasta Harry Potter o Almudena Grandes. Charlamos con él sobre su reciente obra y, casi inevitablemente, sobre gustos y disgustos musicales
Máximo Pradera, el día de la entrevista. /
Máximo Pradera se sienta en un sofá del Café Gijón, escoltado por retratos de Francisco Umbral y de Camilo José Cela. Ha venido a hablar de su libro. Lo hace en un lugar donde se discutió y se sigue discutiendo de grandes obras literarias. Pradera está a punto de desenfundar y disparar su desbordante conocimiento musical, que emana de forma incesante, saltando de una anécdota cualquiera sobre Audrey Hepburn a una disertación sobre la conveniencia de un acorde concreto en una pieza. Su lado erudito contrasta, al menos en los efectos que produce, con el de provocador. Él mismo reconoce que de pequeño se cayó en la marmita de tocar los… llamémoslo… bemoles, que enraíza con lo musical. Algo en lo que en esta ocasión estarán de acuerdo todos, sin excepción, los fans de Elvis.
Una de las cosas que más han llamado la atención de su libro son los personajes que aparecen en él (Franco, Hitler, Sadam Huseín, Napoléon, Bob Dylan…). Pero, ¿no son la excusa para, en el fondo, hablar simplemente de canciones?
Sí, es un libro motivador para la escucha de música, y se me ocurrió que hacerlo a través de personajes a los que les gusta la música era una buena idea. Lo tenía en mente cuando hace unos meses publiqué un artículo sobre mi padre, La banda sonora de Javier Pradera. Pensé que ya se había hablado de él desde todos los puntos de vista menos desde el melómano. Y esa es la idea del libro: la banda sonora de los personajes famosos, y tan importante es por qué se emocionan con esa música concreta, y cómo se cruza eso con sus biografías, como qué tiene esa pieza en sí. He procurado hablar del valor intrínseco de las canciones. Independientemente de que le gusten a Franco o de que le gusten a Hitler.
El listado de personajes que aparece en el libro es heterogéneo. Además de los citados, figuran Marlene Dietrich, Bruce Springsteen, Sophia Loren…
Para mí el personaje ideal de La banda sonora de… es Almudena Grandes, porque le gustaba la ópera y tenía abono, pero también le gustaban Lola Flores o Joaquín Sabina. Esa mezcla de gustos, ese eclecticismo a la hora de hacerte tu banda sonora es perfecto para mí porque me permite hablar de todo, e incluso rescatar los valores que incluyen las canciones que se han quedado para siempre.
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Habla en el libro profusamente de La Marsellesa y de La Internacional, dos himnos muy reconocidos y de gran belleza. Sin embargo, en España tenemos una marcha sin letra. ¿Alguna vez nos pondremos de acuerdo para buscarle una?
Espero que no nos pongamos nunca de acuerdo, porque es muy pobre el himno musical español, y si encima le ponemos una letra que tenga que tener valores patrióticos… ¿De qué vas a hablar? ¿De lo bravos que fuimos los españoles en la guerra de la Independencia contra los franceses? Para mí, haber ganado esa guerra es una desgracia. Hago responsable al retraso que lleva España de un siglo al hecho de haber ganado esa guerra, porque todas las ideas de la Ilustración no consiguieron entrar. Vamos con retraso precisamente porque echamos a los franceses.
¿Está diciendo que España no tuvo Siglo de las Luces?
No, no lo tuvo. España había sido un país enormemente atrasado. Suerte que en la Transición nos ‘pusimos las pilas’. Hubo un periodo que fue especialmente brillante, que fue el de los años de la República y anteriores. La época de la zarzuela. Ahí había una gran cantidad de materia gris española tanto en música como en literatura. Aquello te da una idea de lo buena que puede ser España cuando se junta mucha gente talentosa.
Todos los personajes que salen en el libro me han sorprendido. Pero Franco es absolutamente previsible. La ‘Habanera de Marina’ y Juanita Reina. Y de ahí no lo saques»
Luego llegan la guerra y el franquismo. ¿El propio Franco demuestra en sus gustos musicales un principio de autarquía?
Sí, indudablemente. Todos los personajes que salen en el libro me han sorprendido. Desde Harry Potter a Joan Baez. No me esperaba que ella escuche casi solamente ópera. Por otro lado piensas: con la voz que tiene, casi operística, no me extraña. Pero Franco es absolutamente previsible. La Habanera de Marina y Juanita Reina. Y de ahí no lo saques. Fue un régimen de mucha desconfianza hacia la cultura y de todo lo que pudiera promover el pensamiento crítico.
Hitler escuchaba a compositores rusos interpretados por músicos judíos, pero, claro, en público decía otra cosa.
Es que cuando una pieza de música te emociona… La música en esa época podía ser una experiencia privada al haber tocadiscos. Podías ir de postureo a los conciertos y después en casa ponerte tu música en el tocadiscos y que sonara el Concierto para violín de Chaikovski. Evidentemente, se emocionaban con lo que hay que emocionarse, con ese concierto de Chaikovski. Se da la circunstancia, el choque emocional para mí, de que ese concierto era una de las obras preferidas por Hitler y también de mi padre. Pienso: cómo puede unir la música a gente tan dispar. Ahí, realmente, te tienes que rendir al poder unificador de la música. Siempre digo que la música es lo contrario de la política. Por algo las facciones políticas se llaman partidos, porque parten la sociedad. Y en la música se habla de la armonía. Todo lo que la política divide lo pude unir la música.
Pradera en el Café Gijón, el de más solera literaria de la capital./ Alba Vigaray
Hagamos un ejercicio de anacronía. ¿Qué música le gustaría hoy a Napoléon?
A Napoléon le gustaba La Marsellesa, con lo cual demuestra muy buen gusto, porque es una creación de un musicazo italiano que se llamaba Viotti, que después coge Rouget de Lisle y lo transforma en himno. Luego, es un plagio. La letra de La Marsellesa está sacada de los pasquines llamando a alistarse a los batallones de voluntarios que había por todo Estrasburgo. Lo de ‘Aux armes, citoyens’ estaba colocado en un poster. El tío tenía la música, cogió frases de los pasquines y creó la letra. Tiene mérito, porque para mí la inteligencia y la creatividad no solamente es sacar de la nada, sino hacer un collage. Yo creo que a Napoléon hoy le seguiría gustando ese himno. La única razón por la que la rechazó y cogió otro himno fue porque le parecía socialmente peligrosa. Ya se había convertido en emperador y La Marsellesa era demasiado sangrienta.
En el libro hay mucha sorna y se suceden las anécdotas, pero usted evidencia en sus páginas también un vasto conocimiento musical e incide en aspectos más téoricos. ¿No le parece que esto puede hacerlo más complejo para algunos lectores?
Me lo planteé, pero mira, del libro de Stephen Hawking Historia del tiempo se vendieron millones de ejemplares, y la gente no entendía un carajo. Hay veces que te encuentras en el libro pasajes que, aunque no seas capaz de descifrar o no entiendas muy bien lo que dice el autor, te dan cierta confirmación de la solvencia profesional del escritor. Si fuera todo el libro igual… Pero determinadas pinceladas de musicología, desde luego a los músicos les fascina, y a la gente que no le gusta que le hablen de lo que es un acorde y prefiere anécdotas, por lo menos le da cierta tranquilidad ser consciente de que el tío que está escribiendo sabe de esto.
En la portada del libro se menciona ‘La madre de todas las playlist’. Pero estamos haciendo referencia al canon occidental. ¿Por qué escuchamos tan poca música africana o asiática?
Porque es como de otra galaxia. La africana, por ejemplo, mucha es microtonal y polirrítmica. Y nuestro oído no está entrenado para eso. Es como si me preguntas por qué vamos a las exposiciones de los impresionistas y no a una de máscaras africanas. Son otros códigos, y hay que estar muy versado en arte o muy interesado en el arte para que realmente te atrapen. Son escalas distintas, la armonía prácticamente no existe…
¿Qué refleja la música preferida de un personaje?
Pues de dónde viene, por ejemplo. En el caso de Stalin, su canción favorita era una georgiana, de donde él era. Una canción maravillosa, por cierto. Un amigo mío pianista me ha dicho que la acaba de descubrir gracias al libro. Ese es otro de los motivos por los que lo he escrito: a ver si consigo descubrirle música ‘cojonuda’ a los lectores, solamente porque se interesen por la música que le gustaba a los personajes a los que admiran o siguen.
Cuando la BBC llama a un famoso y le pide que se quede solamente con ocho piezas musicales [en el célebre programa Desert Island Discs, en antena desde los años 40, en el que los invitados tienen que elegir las canciones que se llevarían a una isla desierta, y que ha servido de inspiración para este libro],¿no cree que puede haber algo de postureo en la selección? ¿Nos cuesta reconocer nuestros gustos banales?
Sí, todos estamos llenos de placeres culpables. Pero en este caso se trata de música que te llevarías a una isla desierta. Y es jodido renunciar a los Beatles, o a una cantata de Bach. También hay que entender el juego en que se produce la elección de material sonoro, pero, sí, indudablemente la selección musical puede llegar a blanquear a la persona que la elige. Aunque creo que en el caso de los personajes que he elegido, no. ¿Qué tiene que demostrar Joan Baez? ¿O Cat Stevens? ¿O Paul McCartney?
El común denominador de todas las piezas que cita la gente es que se trata de música capaz de consolarte, de sostenerte en los peores momentos»
Estamos planteando llevarnos música a una isla desierta, pero tendríamos problemas porque no hay electricidad ni cobertura. ¿No deberíamos ir buscando otra expresión para referirnos a estas cosas?
Es una metáfora. Es la música privada. La música puede servir para muchas cosas. Desde hacer menos tensa la subida en un ascensor, hasta hacer que te olvides del tiempo en unos grandes almacenes, torturar en Guantánamo, o excitarte en una manifestación. Y una de las facetas de las que se habla muy poco es el consuelo, cuando estás jodido, de todo ese consuelo que te puede dar la música por más triste que estés. Creo que el común denominador de todas las piezas que cita la gente es que se trata de música capaz de consolarte. Música capaz de sostenerte en los peores momentos de tu vida. Lo mencionan expresamente Victoria de los Ángeles, o se deduce de lo que dice Patricia Highsmith.
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¿Qué música no se llevaría usted a una isla desierta?
Pues, puedo decir la que me llevaría y, por exclusión, se caería toda la demás. El periodo más brillante de la música, en cuanto a pop y rock, ha sido el de los 60 y los 70. Ahora se nos olvida lo que fue esa época. Fue maravillosa. El rock progresivo, los cantautores, desde Lucio Dalla a Leonard Cohen… Otra de las facultades que tiene la música es transportarte en el tiempo, es como un Delorean [el coche que viajaba a través del tiempo en Regreso al futuro]. Te quieres transportar en el tiempo, te pones música y no necesitas ni a Doc.
Y si le dieran la oportunidad de viajar en el tiempo en un Delorean y asistir un día concreto al estreno de una pieza musical, ¿qué fecha elegiría?
Me habría gustado estar en el concierto de París de Supertramp. Me parece una de las cumbres del pop. Supertramp, por cierto, es un grupo muy infravalorado. Musicalmente es muy complejo y muy equilibrado. El valor intrínseco de sus canciones es altísimo. La cantidad de cambios de compás, de ritmo, de acordes raros que introducen, de combinaciones de instrumentos.
Comenta en el libro que Sinatra detestaba ‘Strangers In The Night’. ¿Es ese el drama de muchos músicos, que se ven obligados una y otra vez a interpretar sus éxitos porque se lo reclaman?
Lo viven todos los artistas. Lo vive Conan Doyle con Sherlock Holmes: «Estoy harto de que me eclipse el detective este. Yo quiero ser un nuevo Walter Scott. ¿Por qué tengo que escribir aventurillas absurdas?». Le pasó a Joaquín Rodrigo: «¿Por qué tengo que ser conocido por el Concierto de Aranjuez, cuando he escrito miles de otros conciertos, fantasías…?». Y le pasa a la gente que tiene que cantar una y otra vez la misma canción. Ahora bien, si eres artista tienes que conceder eso al público. Y en un concierto tienes que ser generoso. En un concierto el artista se tiene que sentir un camarero musical. El artista tiene que servirte y hacerte la experiencia agradable.
El escritor y periodista, en un momento de la entrevista./ Alba Vigaray
Porque a los conciertos vamos más a escuchar lo que nos resulta familiar que a descubrir cosas.
Por supuesto. Se va a eso a nivel musical. A nivel sociológico se va a sentirse parte de la tribu. Cuando vas a ver a los Rolling dices «yo pertenezco a la generación a la que le gustaba los Rolling».
Hay un afán detectivesco, casi arqueológico, en lo que ha hecho: indagar, bucear, buscar anécdotas para después poder contarlas.
Sí. A mí me parece que el programa de la BBC, que me ha servido de gran caladero para pescar famosos, está muy bien hecho, pero al no ser músicos los presentadores no entran a profundizar en los valores intrínsecos de las piezas, y eso es lo que he hecho yo.
¿Qué canción hay que ponerse para leer este libro?
Bueno, en el propio libro se han incluido códigos QR, hay como unos 30 o 40. Como hago mucho análisis con canciones que se parecen a aquellas de las que estoy hablando o analizando, o antecedentes de las mismas, que eso ha sido un trabajo, como has dicho antes, como detectivesco, pues el lector puede coger el móvil y con un pantallazo al código puede descubrir que Strangers In the Night tenía otra versión anterior a la más conocida. O Hound Dog. A mí me gusta mucho la voz de Elvis Presley, pero te das cuenta de que la versión de Elvis es un disparate, que la buena es la de Mama Thorton. Elvis banalizó la canción hasta el punto de que una vez fue a un programa de televisión y se la cantó a un perro salchicha.
Se dice que Elvis se apropió de la música de los negros.
Sí, Elvis tenía una voz prodigiosa. No me canso de escucharlo, pero creo que sin la televisión y sin la imagen no habría llegado a donde está. Los Beatles se burlaban mucho de él, no solamente por el miedo que les tenía como amenaza a su mercado, sino porque no sabía tocar la guitarra. Paul McCartney cuenta que se iban al cine a ver las primeras películas de Elvis a fijarse si realmente tocaba él, y no tocaba él. A los buenos músicos Elvis Presley les da un poco de risa. Es un músico al que le falta algo. La mitad de su éxito se debe a la mercadotecnia.