Hungría y el tratado de Trianón, una herida que lleva cien años abierta
El pasado 4 de junio, a las 4:30 de la tarde, en un acto simbólico, las campanas de 15.000 iglesias, sin entender de denominación, repicaron al unísono durante cien segundos en toda la cuenca de los Cárpatos (actual Transilvania, Rumania).
Ese mismo día, a la misma hora, en Budapest, el transporte público se paralizó durante un minuto de igual manera que lo hizo hace exactamente cien años cuando todo el corazón de un país se paró ante el suceso —para muchos— más trágico de su historia reciente: Trianón.
Este nombre quizás le suene a los más puestos en historia como uno de los tratados “menores” de la I Guerra Mundial, ya que, quizás a algunos se le venga a la mente el de Versalles con Alemania y luego, ya en un segundo plano, otros arreglos con países teóricamente menos importantes entre los que se encuentra el referido.
Pero, aunque en nuestros libros de historia Trianón quedó como uno más (no especialmente importante) en la lista de acuerdos posteriores a la Gran Guerra, es de todos ellos el que más ha perdurado, sin duda, en la memoria del pueblo perdedor.
Como profesor de secundaria en un instituto público húngaro, puedo afirmar que hoy en día en Hungría, cualquier estudiante de la Secundaria conoce perfectamente esta palabra y no es solo que la conozca, sino que la siente como algo vivo muy lejos de la indiferencia que le producen la gran mayoría de nombres que debe memorizar en su libro de texto.
Incluso la sola mención a Francia o, ya no digamos, Rumanía (casi imposible mencionar ese nombre en clase y no escuchar algún insulto o comentario despectivo) causa malestar más que evidente y palpable en más de uno”
“They fucked us, the French”, me decía un alumno del primer año con bajo nivel de español, que se veía obligado a recurrir a la lengua de Shakespeare, aunque fuese con insultos, para explicarme la antipatía que, como húngaro, sentía hacia el país galo.
En ese momento estaba explicando el tema de las nacionalidades en español y el comentario se le vino a la mente aún sin la mención a la palabra maldita de siete letras por mi parte.
Pero ¿Qué pasó en Trianón?, y sobre todo, ¿por qué realmente la sola mención de la palabra sigue causando verdaderas pasiones en Hungría hoy en día (difícilmente concebibles con la palabra Versalles en Alemania)?
El Tratado de la Discordia
De todas las potencias perjudicadas en la I Guerra Mundial, Hungría, aunque algo olvidada posteriormente, será una de las que más sufra, ya que perderá unos dos tercios, tanto de su población como de su territorio existente hasta la fecha.
Para comprender la magnitud de lo ocurrido, hay que entender que pasa de ser una nación con la misma población de España en aquel momento (21 millones) a una marginal en el concierto europeo con tan solo siete.
Pensemos en cómo nos vemos en relación a Hungría en tamaño e importancia hoy en día y, así quizás, logremos entender un poco el sentimiento de pérdida en base a esa dimensión comparativa.
Es cierto que había territorios perdidos donde apenas vivía población magiar, como Eslavonia (actual norte de Croacia) o las zonas montañosas de los Tatras.
Sin embargo, existirán dos zonas donde las heridas serán especialmente fuertes por toda la dimensión demográfica, pero también simbólica, que poseen para el país: el sur de Eslovaquia (cedida a Checoslovaquia) pero, sobre todo, Transilvania (cedida a Rumanía)”
En estos lugares hay zonas donde más del 80% de la población era (y es) de origen magiar y la gran mayoría, bien por obligación o vocación, decidió quedarse donde estaba, por lo que no serán pocas las familias “cortadas” literalmente por una nueva línea imaginaria que parte el país con unas fronteras inesperadas aún en sus peores sueños.
Y es que, para dibujar las nuevas fronteras de Europa, el presidente Wilson, algo idealista, había decidido seguir al aparentemente loable (al menos en aquel momento) principio de la “autodeterminación” intentando que cada pueblo conviviese bajo una misma nación.
Este noble ideal, como con casi cualquier ideal, se va a encontrar con una realidad que no es, desde luego, tan idílica ni lógica, ya que resulta imposible trazar unas fronteras definidas en un espacio que, en ocasiones, puede llegar a convertirse culturalmente en un verdadero rompecabezas.
Trazar un mapa político siguiendo plenamente esta idea implicaba crear una Europa formada por minúsculas islas territoriales sin posibilidades de una consistencia real entre sus partes, ya que, en cada lugar, sin hacer caso necesariamente a la geografía, se podía dar una mayoría de un grupo étnico completamente diferente.
Por eso, el pretender que cada pueblo tuviera su justa porción de terreno resultaba una tarea, cuando menos, difícil.
Húngaros, serbios, croatas, eslovenos, rumanos… todos podían vivir en un mismo condado, y el que quedaran todos contentos se hacía realmente imposible”
Por eso, los Aliados, en especial Francia, cuyo presidente, Clemenceau, que casualmente tenía un hijo casado con una húngara de la que se había divorciado, tuvieron a bien perjudicar especialmente en ese reparto por la “autodeterminación” a los perdedores (es decir, Alemania, Austria y Hungría) que vieron perder no solo su territorio, sino también, y esto es mucho más duro a nivel emocional, a una parte importante de su población.
Se ha hablado mucho de Versalles y del efecto que generó en la población alemana posibilitando el auge del fascismo, pero el trauma de Hungría con Trianón fue, sin lugar a dudas, mucho peor, permaneciendo como una herida muy intensa hasta nuestros días, ya que, a diferencia de la mayoría de las poblaciones “oprimidas” bajo unas nuevas fronteras, los húngaros —sobre todo en Rumanía, pero también en Eslovaquia— han preservado su identidad cultural de una manera muy intensa, manteniendo su cultura y lengua hasta el tiempo presente.
Y es que, aun hoy en día, una parte significativa (más de un millón) de la población rumana comprende malamente su lengua oficial de manera oral o escrita y sigue utilizando el húngaro como primera lengua, a todos los niveles.
El epílogo de Trianón
¿Celebración o drama? Este año fue el centenario y, aunque todo fue mucho más leve debido al virus, en Hungría es una fecha de obligada de celebración y recuerdo en los institutos, donde no faltan los actos que conmemoren el fatídico hecho cada vez que llega la fecha señalada, se cumplan cien años o noventa.
Coincidiendo con el centenario, Rumanía declaró este día (el 4 de junio) como festivo, lo cual fue considerado una provocación por buena parte de la población húngara, contribuyendo a aumentar la furia hacia un tratado que, según las encuestas (no del todo creíbles viniendo de un organismo del gobierno, todo hay que decirlo), un 94% de la población considera que fue injusto.
Lo increíble de esta encuesta no es el porcentaje sino su mera existencia. ¿Se imaginan una encuesta similar por parte del CIS en relación al tratado de París, que supuso la pérdida de Cuba y Puerto Rico? No, ¿verdad? Porque el CIS, como cualquier servicio o empresa de estadística en cualquier país europeo, se ocupa, sobre todo, de datos e informaciones actuales, aunque en ocasiones pueda haber alguna excepción.
En esa misma encuesta, los húngaros afirmaban en un 20% tener algún tipo de familiar en los territorios perdidos. Por ello, para Hungría, Trianón no es una palabra del pasado.
Es una herida muy viva y fuerte que permanece aún en la memoria colectiva. ¿Será el país magiar algún día capaz de superarlo? Y sobre todo… ¿Cómo hacerlo sin dañar la identidad de sus nuevos dueños?
El que creyese que la Nación, ante el avance aparentemente imparable del globalismo, sería una idea sin futuro en el siglo XXI, desde luego, se equivocaba.
Para bien o para mal, los sentimientos y las identidades siguen pesando, y mucho, en esta parte de Europa supuestamente tan lejana, pero a la vez tan cercana, a nuestra realidad peninsular inmediata.