Nuevo dogma clerical: superioridad moral del progre
El modernismo teológico, hijo privilegiado de Lutero y su herejía, es enemigo frontal de toda proclamación dogmática que venga de Dios a través de la Iglesia. Y se opone al dogma con la misma exaltación afirmativa, y obviamente contradictoria, de toda proclamación “dogmática” que nazca en la conciencia subjetiva humana y, como una re-edición del pecado original, se lance como tremenda flecha hacia el cielo para que el ser humano sea “como dios”.
Esta parrafada demasiado técnica tiene HOY un desarrollo contundente en el nuevo dogma proclamado de facto en el clero: la superioridad moral del progre (califiquemos de ese modo al modernista en general: sea inteligente, que es la minoría, o bastante necio, que es la mayoría). Y se puede demostrar fácilmente en la eclesiología práctica, no teórica, que se sigue en el seno de la estructura de la Iglesia desde el concilio vaticano II. Algunos ejemplos que nos resultarán cercanos:
1: En cualquier diócesis de España (puede extrapolarse al resto de Europa occidental y/o Iberoamérica) el sacerdote progre que, desobedeciendo el código de derecho canónico, viste habitualmente de laico, se paseará sin problema alguno hasta delante de su obispo sin recibir la más mínima amonestación. Vestirá como un mamarracho la mayoría de las veces o quizás en otras ocasiones llevará ropa de marca para así estar más “cerca” de la gente, y presumirá sin rubor alguno de parecerse más a Cristo que, como todos sabemos, nunca vistió de clerigman (una de las mayores idioteces vertidas por los ministros ordenados). Al mismo tiempo, en no pocas diócesis, el sacerdote de buena formación tradicional que use habitualmente, u ocasionalmente, la sotana, será señalado de forma negativa. Conozco algún obispo que ha criticado a los sacerdotes que usan sotana y deja estar a los que visten como seglares.
2: El sacerdote que omita en su predicación habitual catequizar sobre el pecado mortal, sobre el infierno, sobre la herejía…..en definitiva sobre todo lo objetivamente malo al ser ofensa a Dios, rara vez recibirá alguna advertencia de su obispo por su pecado de omisión. Ahora bien: aquel sacerdote que, fiel a su misión recibida, predique sin recortar nada de lo que Jesucristo predicó en su vida (hasta 27 alusiones al infierno en los evangelios), estará expuesto a ser “denunciado” por los mismos fieles y ser llamado al orden por su obispo acusándole, directa o veladamente, de no cuidar las formas a la hora de evangelizar. Al parecer hablar de purgatorio, juicio, infierno, pecado mortal….. ha de hacerse con tiento y lupa para no molestar las sensibilidades subjetivas.
3: El sacerdote que en la liturgia cometa, con plena conciencia, multitud de abusos contra la misma y transforme el ejercicio del sacerdocio de Cristo en un vulgar teatro de originalidades e idioteces (algunas de tipo profanador y sacrílego), tampoco recibirá corrección alguna de su obispo no sea que, como una vez me dijo un obispo “ese sacerdote se aleje de mi si le corrijo”; eso si: el sacerdote que cuide la liturgia y se sepa instrumento de Dios, y no convierta a Dios en instrumento, ese sacerdote no sólo nunca será reconocido sino que habrá de tener cuidado inmenso de no ser acusado de “carca, cerrado, anticuado…” a la vez que si celebrarse la Santa Misa por la forma tradicional quizás se arriesgue a ser removido de su destino pastoral o a consecuencias peores que prefiero ni mencionar.
¿Porqué todo esto?; he mencionado apenas tres ejemplo pero creo que suficientes para constatar que, en nuestra Iglesia, ser progre para un sacerdote lleva consigo un halo de superioridad moral bastante respetada por los obispos. Y por supuesto que ser tradicional conlleva un halo de permanente sospecha para el resto de la vida o al menos hasta que llegue el día glorioso de la conversión a la Fe verdadera de la misma Iglesia en su jerarquía mayoritaria.
¿Y donde dejamos a los que gustan estar en el “centro”?; y parece que, por desgracia, usamos un lenguaje político. Y la verdad es que hay un inquietante parecido, sobre todo en España, entre la vida política y la pastoral. Ese “centro” en la Iglesia supone la parte del clero no modernista que, no obstante su buena formación, cae en la trampa de esa superioridad moral del progre y lo hace con actitudes del tipo que también ejemplifico:
– Con objeto de mimetizarse con el progre: el sacerdote que lleva el alzacuellos colgando (como si acabase de salir de un bar cargaito de cervezas…), o usa otros colores claritos, no el negro, para su camisa de clerigman
– Con idea de no llamar la atención: el sacerdote que usa de forma artificiosa, afectada, expresiones o ideas progres en las homilías para así no parecer tan lejanos con la gente y ganarse el reconocimiento del cura progre que quizás esté cerca suya en su parroquia y/o arciprestazgo
– Con intención de ir más con los “tiempos”: el sacerdote que cuida mucho en la liturgia no aparentar ni por asomo cualquier tinte tradicional. Por ejemplo usando habitualmente la plegaria II (ese canon que unos progres se inventaron en una cafetería romana en los años 60), evitando casulla romana, admitiendo montones de moniciones “participativas”, y por supuesto no montando “batallitas” para defender el Cuerpo de Cristo, o sea: no promover la comunión en boca ni mucho menos en el reclinatorio, no usar bandejita de comunión……esas cosas de “tiquismiquis” (como le dijo un cura de los “nuevos movimientos” a uno tradicional que le reclamaba el reclinatorio para los fieles).
Hay muchos más ejemplos, pero estos son suficientes. Admitamos lo que hay y lo que se acepta: superioridad moral del progre como efecto de esta neo-iglesia que es como una pirámide invertida: el consenso social manda sobre el clero, éste sobre los obispos, y éstos sobre la cabeza en Roma. Y dado que hoy, en occidente sobre todo, la mayoría es progre, pues también esa mayoría convierte en superioridad moral lo que realmente es inferioridad objetiva.