Modernistas de ayer y de hoy
Por Roberto De Mattei
En estos días releo una magnífica novela de Paul Bourget: El demonio del mediodía.
Paul Bourget vivió entre 1852 y 1935. Fue un escritor francés, autor de numerosas novelas.
El demonio del mediodía (Le démon du midi) se publicó en 1914. Hace poco lo ha reeditado en Italia Marco Solfanelli. En mi opinión es la mejor.
La historia está ambientada en los años de la crisis modernista, y trata de las andanzas de dos personajes, un intelectual tradicionalista y un sacerdote modernista. Por diversas vías, ambos protagonistas ceden a las tentaciones del demonio del mediodía, mencionado en el salmo 90 de las Sagradas Escrituras: el demonio que tienta a los que han traspasado el umbral de los cuarenta años y se encuentran en el mediodía de la vida.
El hilo conductor de la narración es la relación que siempre existe entre las ideas y las conductas. Las ideas influyen en el comportamiento y los comportamientos en las ideas. De ahí la célebre frase de Paul Bourget con que concluye el libro: «Quien no vive como piensa termina por pensar como vive». Por eso en el cristianismo verdad y vida son inseparables. El cristianismo es una doctrina que se vive.
Entre las muchas cosas que impactan del libro de Bourget está el programa religioso del P. Fauchon, el sacerdote que abandona la ortodoxia y se hunde en la apostasía. Para Fauchon, el futuro de la Iglesia comportaba «la revisión de los textos sagrados por parte de una comisión integrada por representantes de las diversas confesiones cristianas, la unificación de los ritos mediante el empleo en las ceremonias de las lenguas nacionales de todos los países y el matrimonio de los sacerdotes. Reformada de esa manera, la Iglesia iniciaría una tremenda refundación de la sociedad con miras a realizar el ideal evangélico de una democracia universal» (p. 148).
Se trata del credo del modernismo, que un discípulo del P. Fauchon explica a su vez con estas palabras: «Dirigidos por nuestro maestro (Fauchon), hemos inaugurado un culto católico –porque seguimos siendo católicos–, pero simplificado. O mejor dicho, si se me permite decirlo así, purificado y reconducido a los ritos de la Iglesia primitiva. Por eso, nuestra pequeña congregación se llama Catacumba (…) Creemos que Cristo es ante todo una experiencia vital. Cristo no se demuestra; se siente. Esta frase admirable del P. Fauchon es nuestro lema. Pero si Cristo vive, evoluciona; y el terreno donde evoluciona es la Iglesia. Creemos que esta evolución continuará hasta la salvación universal. Por ende, no admitimos la existencia del Infierno. Como en los tiempos de las catacumbas, los sacerdotes son elegidos por los fieles, de los cuales no son sino delegados, porque cada uno de los fieles es miembro vivo del Sacerdote Eterno, que es Nuestro Señor. Queremos que nuestros sacerdotes se puedan casar. Como veis, estamos verdaderamente en la catacumba. Queremos que la Misa se diga como en los primeros tiempos: en lengua vulgar.»
Estas palabras se escribieron hace poco más de un siglo, y no eran fantasías del autor; describían el proyecto modernista. El modernismo fue condenado por San Pío X, y desapareció para resurgir con gran vitalidad en la segunda mitad del siglo XX, durante los años del Concilio Vaticano II. En los últimos cincuenta años, el mencionado proyecto se ha hecho realidad en la Iglesia.
Y si el nuevo rito de la Misa está en vigor desde 1969, hoy nos hemos enterado de que la Conferencia Episcopal Alemana, que se reunió en Francfort entre el 3 y el 5 de febrero, ha aprobado por mayoría un documento en el que se solicita al Papa la revisión de la disciplina del celibato y la ordenación de hombres casados, así como la autorización para que los que ya están ordenados se puedan casar. Al mismo tiempo, con otra votación han aprobado que no se excluya a la mujer de los ministerios ordenados, o sea que accedan al diaconado y el sacerdocio.
La asamblea de Francfort ha decidido además que tiene que haber más participación para que se pueda elegir a los obispos alemanes, a fin de que verdaderamente representen a la base. La sinodalidad supone la democratización de la Iglesia.
Posteriormente, la asamblea se pronunció por amplia mayoría a favor de una modernización sexual de la Iglesia. En concreto, se trataría de modificar la postura actual de la Iglesia de cara a la anticoncepción y la experiencia homosexual, la cual, afirman, «no es pecado ni debe considerarse intrínsecamente mala».
Por este motivo, los participantes en el camino sinodal reivindican la posibilidad de que se pueda bendecir a todas las parejas, incluidas las de homosexuales y divorciados vueltos a casar.
Los prelados alemanes no profesan ideas nuevas sino viejos errores, aunque en algunos casos sus peticiones sobrepasen las reivindicaciones modernistas de principios del siglo XX. La diferencia de fondo está en que quienes hace un siglo formaban una iglesia en las catacumbas hoy han salido a la luz y gobiernan la Iglesia. En cambio, quienes son fieles a la doctrina que viene impartiendo la Iglesia desde hace dos mil años son reducidos al silencio y obligados a recluirse en las catacumbas.
¿Cuánto durará esta situación? La gloria de Dios y el bien de las almas exigen cuanto antes la intervención de la Divina Providencia. Debemos rezar: «Apresúrate, Señor, no tardes» (Sal.69,6).