Religión

La batalla por la misa está ganada: Padre Philippe Laguérie

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El abate Philippe Laguérie no necesita presentación. Fue ordenado sacerdote por Mons. Lefebvre, nombrado encargado de Saint Nicolas du Chardonnet (la iglesia insignia de la FSSPX en París) en 1984, hasta 1998. Dejó la FSSPX en 2004 y fue uno de los cofundadores del Instituto del Buen Pastor (IBP) en 2006. Fue su superior durante dos mandatos, hasta 2019.

Padre, ¿alguna vez pensó que volvería a vivir una cacería de brujas (si puedo usar esa expresión) contra el rito tradicional?

¡Si y no! Si considera las causas profundas de la revolución litúrgica de los años sesenta, la infestación modernista del latrocinio del Vaticano II (¡más siniestro incluso que el de Éfeso! [1]), las mismas causas producen los mismos efectos: ¡sí, lo hice! A pesar del intento de Benedicto XVI, que puede decirse hoy día que fracasó, de restaurar a la liturgia bimilenaria de la Iglesia sus cartas de nobleza, los funcionarios de la Iglesia permanecieron y siguen siendo fundamentalmente revolucionarios. “Un árbol malo no puede dar frutos buenos…”. Pero considerando la violencia de los dos últimos documentos romanos (Traditionis custodes y las respuestas a las dubia), su desprecio por la tradición litúrgica, el cinismo de las medidas adoptados, el furor mismo por la destrucción sistemática que rezuma odio, uno se inclina a pensar que el Papa ya no trabaja «en las periferias»; sino más bien en otra galaxia. Como bien sabemos por sus muchos viajes en avión, ¡su ortodoxia es inversamente proporcional a su altitud al cuadrado! Sí: consternación. Aquí estamos, de nuevo en los años 70, con la suspensión a divinis, el “seminario fuera de la ley”; las “excomuniones”; huele a pólvora.

¿Cómo entender la actitud del Papa Francisco? ¿Es pura malicia o simplemente coherencia con el Vaticano II?

¡Sobre todo, no perdáis de vista que el Papa actual es un jesuita! Esta es la primera vez y, espero, la última. Un jesuita siempre preferirá la eficiencia a la consistencia. San Ignacio lo sabía muy bien cuando sometió a sus religiosos a un cuarto voto: la obediencia al Papa. Esto fue solo para limitar los problemas que estos genios podrían causar (porque la Compañía tiene muchos de ellos). Para que la eficiencia abandonada a sí misma no se convierta en extravagancia, presunción, megalomanía, autorreferencia. Los cardenales entendieron esto y nunca eligieron a un jesuita. Un papa jesuita, y por tanto sin superior, es un genio loco al mando de un Mirage o de un Rafale: Alto ahí. No hay necesidad de asumir la más mínima malicia en el foro interno. Después de todo, es simplemente una cuestión de autorización. Un jesuita puede asesinar a alguien Ad majorem Dei gloriam; fácil, si el superior no se opone y si se dirige bien la intención (cf. las Cartas provinciales de Pascal). En el siglo XVII inventaron tantas herejías (probabilismo, molinismo, casuística, etc.) que el Papa tuvo que silenciarlos. ¡Y se callaron! Pero hoy, es difícil ver, salvo para el mismo Jesucristo, quién podría silenciar a un jesuita sin un superior… Aunque sea que no se suba más a un avión.

¿Qué opina de la objeción: «Querer celebrar solo en el rito antiguo es cuestionar el valor del nuevo»?

En este punto, después de un período de silencio diplomático, debo ser claro: soy de los que creen que nuestro rechazo absoluto a la misa de Pablo VI no es afectivo, disciplinario, carismático, etc. es teologal, teológico, dogmático y moral. Ergo, ¡absoluto! El pecado original de esta detestable querella litúrgica en la Iglesia es la increíble y demente osadía del papa Pablo VI al promulgar un nuevo ordo missae basado en la investigación de expertos, de francmasones y de protestantes, y para desechar (aunque con voz temblorosa) la misa de los pontífices León y Gregorio, ambos Magnos. La liturgia católica sólo puede y debe ser una transmisión del patrimonio de los Apóstoles. Una misa fraguada diecinueve siglos después sólo puede ser una ambición prometeica, una quimera romántico-libertaria, un populismo de mal gusto, indigno de la Iglesia de Jesucristo. La promulgación del nuevo ordo missae de Pablo VI es sin duda legal y válida, pero ciertamente no legítima. Lo que será muy instructivo en esta crisis es cómo todos se van a reposicionar: aquellos que sobreviven a través de la diplomacia eclesiástica y capeando a los clérigos, se van a ahogar. Sólo permanecerán los apasionados por la verdad. Habiendo pasado mi vida luchando, me alegra saber que voy a morir, no como un jubilado, sino como un soldado.

¿Cómo ve la cuestión de las ordenaciones?

Dejo este asunto en manos del Superior General de nuestro instituto, el P. Gabriel Barrero, que lo está manejando bien, y con algunas buenas perspectivas, pero que reclaman con toda razón el silencio…

¿Existe, en su opinión, un riesgo real de interrumpir la transmisión del rito tradicional? De ser así, ¿cuáles serían las consecuencias?

¡De ninguna manera! La «batalla» de la misa católica la ganó definitiva e irreversiblemente monseñor Lefebvre en los años ochenta. ¡No hay nada más que hacer! Hay decenas de miles de sacerdotes en todo el mundo que celebran la misa gregoriana, y no son las gesticulaciones de algún secretario romano o de algún obispo residencial, que hacen horas extras, las que cambiarán nada. Es demasiado tarde: hemos ganado la batalla. No soy de los que especulan sobre un infarto o un ACV del papa: eso me parece lamentable, sobre todo porque quien hace tal apuesta bien podría caer en su propia trampa. Sin embargo, sé que TODOS los sacerdotes que conozco (empezando por mí mismo) jamás se pasarán a la misa que ha arruinado a la Iglesia en Occidente, en América y en África. Macron vacunará a los no nacidos mucho antes de que Francisco nos imponga la synaxis de Pablo VI. Después de 43 años de sacerdocio, ¿cree que le pediría permiso a alguien para celebrar la misa de mi ordenación?

[1] Se refiere a lo que el papa san León Magno llamó el “Latrocinio” de Éfeso en el año 449, que promovió la herejía del monofisismo e insultó a los legados romanos que representaban la ortodoxia.

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