Motus in fine velocior
Por Roberto De Mattei
El 11 de febrero de 2014, cuando se cumplía un año del día en que Benedicto XVI comunicó su decisión de abandonar el pontificado, publiqué un artículo titulado Motus in fine velocior para señalar el comienzo de una vertiginosa aceleración del tiempo a partir de la renuncia de Benedicto y la elección de Francisco el 13 de marzo de 2013.
Benedicto XVI reinó desde el 19 de abril de 2005 al 28 de febrero de 2013, es decir siete años y diez meses. Desde la elección del papa Francisco hasta la Nochebuena de 2021 lleva ocho años y nueve meses de pontificado. El postpontificado de Benedicto es por tanto más largo que su pontificado: hecho paradójico, que hace todavía más inexplicable su renuncia, si la única o principal razón fue su avanzada edad. De no haber abdicado, Benedicto XVI ya se habría muerto por el desgaste físico y moral que conlleva el gobierno de la Iglesia, pero se habría visto obligado a afrontar lo que, según su parecer, era el problema más grave de la Iglesia contemporánea: la pérdida de la fe.
El 11 de octubre de 2011 Benedicto XVI dio inicio al Año de la Fe a fin de «redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada» en una época de «profunda crisis de fe» (nº 2). A pesar de ello, Benedicto abandonó su supremo cargo antes de que concluyera el Año de la Fe, que fue clausurado por su sucesor el 24 de noviembre de 2013 en un contexto totalmente cambiado. El 24 de abril de 2005, Benedicto había dado comienzo a su ministerio petrino pidiendo oraciones para no huir de los lobos. Esta sorprendente metáfora se cumplió más tarde. Tal vez la huida de los lobos le haya prolongado la vida a Benedicto, pero la justicia misteriosa de la Divina Providencia lo ha obligado a ser testigo de las desastrosas consecuencias que ha tenido su decisión precisamente para lo relativo a la fe de la Iglesia, que lleva ocho años trastornada a su vista por el papa Francisco.
Al lanzar el Año de la Fe Benedicto afirmó que «sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos» (Porta Fidei nº 11). El acto mejor y más destacado de su gobierno fue la publicación del motu proprio Summorum Pontificum del 7 de julio de 2007, por el cual otorgó ciudadanía al Rito Romano tradicional, al que calificó de inderogable. Pero actualmente el papa Francisco tiene por lo que se ve intención de concluir su pontificado desmantelando por partes el documento de Benedicto XVI. Después del motu proprio Traditionis custodes del pasado 6 de julio se tiene la impresión de que la demolición está destinada a darse de forma científica según las formas en la Respuesta a los dubia. que sin una aprobación específica anulan en sus disposiciones uno de los ejes del Derecho Canónico: el canon 87– §1, según el cual «el obispo diocesano, siempre que, a su juicio, ello redunde en bien espiritual de los fieles, puede dispensar a éstos de las leyes disciplinarias, tanto universales como particulares, promulgadas para su territorio o para sus súbditos».
Tanto el motu proprio Traditionis custodes como las respuestas a los dubia son, pues, actos intrínsecamente ilegales que se han perpetrado mientras el Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica, custodio del derecho canónico de la Iglesia, permanece cruzado de brazos mientras se atropellan las normas en lo que parece haberse convertido en la única norma de este pontificado. El caso Becciu es uno de tantos. «Si realmente ha hecho todo lo que se le ha atribuido –escribía Ernesto Galli della Logia en el Corriere della sera del pasado 3 de octubre–, ¿cómo se explica la escandalosa infracción de las normas que ha caracterizado toda la instrucción del proceso? Los hechos son los que son, y es difícil sustraerse a la crucial interrogante que nos proponen: ¿cómo se pueden armonizar no sólo con la imagen liberal de Francisco sino, yo diría más en general, con el ejercicio de justicia que debería estar al menos entre las primeras preocupaciones de un papa, aunque no lo sea del Vaticano en cuanto estado?»
El motu proprio Traditionis custodes es plenamente coherente con la constitución apostólica Missale Romanum del 3 de abril de 1969, mediante la cual Pablo VI proclamó el Novus Ordo Missae. Los historiadores de mañana considerarán indudablemente más desastroso el pontificado de Pablo VI que el de Francisco, porque el papa Montini fue artífice de una política eclesiástica que desgraciadamente ha logrado sus objetivos, en tanto que las operaciones ideológicas intentadas por el papa Francisco han fallado hasta ahora o están abocadas al fracaso, porque le falta la visión estratégica de sus predecesores. La revolución litúrgica de Pablo VI es la bomba que verdaderamente ha estallado en la Iglesia después del Concilio, y los tradicionalistas caerían en el mismo error que Francisco si personalizan la batalla sin remontarse a las raíces del conflicto, que no es cosa de hombres sino de principios. De hecho, el enemigo de Pablo VI era la Misa y no los tradicionalistas, a los cuales quiso imponer la irreversibilidad de las reformas instauradas por el Concilio con un acto tan enormemente divisivo como inútil e injusto.
Probablemente, la consecuencia no será el aislamiento de los tradicionalistas, sino que reforzará su resistencia con el apoyo de los obispos conservadores que aun no teniendo apego a la Misa Tradicional están horrorizados por la ofensa que ha cometido Francisco contra Benedicto XVI, todavía vivo. Qué mejor momento que éste para una reacción del mundo tradicional, si no fuera porque una parte de él ha desviado toda su atención de los problemas religiosos a los políticos y sanitarios sustituyendo la defensa de los Sacramentos por la polémica de las vacunas. Se discute si las vacunas protegen del virus o perjudican el organismo, pero si las vacunas no funcionan y avanza el cóvid, ¿por qué no ver en esta crisis la mano de Dios, que nadie puede detener una vez que ha decidido que la historia siga un curso determinado? Motus in fine velocior. El tiempo que avanza a más velocidad no es sólo el de la crisis de la Iglesia, sino el de la crisis psicológica y espiritual del hombre contemporáneo, incapaz de captar las señales de la Divina Providencia, que todo lo regula sabiamente en el universo y cumple sus planes de modo inexorable. Las tinieblas que envuelven la Tierra en esta Santa Natividad de 2021 se asemejan a las que la envolvieron hace 2021 años, cuando apareció en la noche de Belén el Divino Redentor. Los romanos querían someter al mundo mientras los judíos soñaban con un mesías que los librase de la opresión romana. Los ángeles que se aparecieron en el portal invitaban, y siguen invitando hoy, a levantar los ojos de la confusión que reina en la Tierra al orden divino del Cielo: «Gloria a Dios en las alturas y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc.2,14). Ése es también nuestro deseo en este año que llega a su fin…