Yucatán

LA BASÍLICA DE NUESTRA SEÑORA DE IZAMAL, ¿UN SUEÑO POSIBLE?

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El 19 de junio tendrá lugar un acontecimiento excepcional en la Iglesia Católica de Yucatán al celebrarse en el convento franciscano de San Antonio de Padua la ordenación episcopal de monseñor Fermín Emilio Sosa Rodríguez en el santuario mariano de Izamal que resguarda la venerada imagen de la Inmaculada Concepción.

Como bien dice mi amigo Miguel Vera Lima, cronista de Izamal, este acto tendrá una repercusión muy significativa por dos razones: primero porque monseñor Fermín Sosa Rodríguez es el tercer sacerdote izamaleño que ocupa un cargo importante en la jerarquía católica, luego del obispo historiador Crescencio Carrillo y Ancona y de Ramiro Canto Solís, quien fungiera como secretario de la Mitra en la Arquidiócesis de Yucatán.

Segundo, porque la ordenación episcopal de Fermín Sosa será la ocasión para atestiguar, por segunda vez, la visita a este santuario mariano de un secretario de Estado del Vaticano luego de la llegada de Ángelo Sodano al frente de la histórica visita papal de San Juan Pablo II en agosto de 1993.

Vendrá a la solemne ceremonia el cardenal Pietro Parolín, secretario de Estado de la Santa Sede, quien presidirá la ordenación episcopal del sacerdote izamaleño como Nuncio Apostólico del Vaticano en Papúa, Nueva Guinea.

Pietro Parolín no es cualquier dignatario: desde los 31 años entró al servicio diplomático de la Santa Sede y durante la década de los ochentas trabajó en la nunciatura de Nigeria y luego en la de México de 1989 a 1992. 

Los vaticanistas lo reconocen como uno de los protagonistas de las negociaciones que condujeron al reconocimiento jurídico de la Iglesia católica y de la conexión de las relaciones diplomáticas con la Santa Sede en Iberoamérica. 

En México dicho reconocimiento tuvo uno de sus máximos momentos gráficos cuando en el Palacio de Gobierno de Yucatán, la ex gobernadora Dulce María Sauri, el ex presidente Carlos Salinas de Gortari y Juan Pablo II posaron para la lente de Arturo Mari, corresponsal de “L’Obsservatore Romano”, y por supuesto, para la de Isidro Avila Villacís, de Diario de Yucatán, entre otros medios acreditados. 

La ordenación episcopal de Fermín Sosa se enmarca en uno de los momentos más complicados para la Arquidiócesis de Yucatán que encabeza Mons. Gustavo Rodríguez Vega, luego de que la pandemia pusiera a prueba uno de sus flancos más delicados: las restricciones sanitarias por el covid-19 representaron un duro golpe para la economía de la institución que a diferencia de otras entidades públicas, se rige por distintas reglas y normas en torno a sus finanzas. 

La Arquidiócesis de Yucatán, si bien cumple con todas las leyes vigentes sus finanzas no dependen de un Congreso para la aprobación de su presupuesto anual, ni recibe subsidios de la autoridad federal; pues por la naturaleza de su misión no recauda impuestos o derechos para comprometer en sus ejercicios fiscales. A diferencia del gobierno no cuenta con un sistema que le permita ejercer su presupuesto en base a resultados o siquiera la posibilidad de pedir ampliaciones.

Por el contrario: la Arquidiócesis de Yucatán está llena de tesoros arquitectónicos e históricos en toda la geografía local cuyo mantenimiento y preservación son una pesada carga financiera, burocrática y operativa que no sólo compromete gran parte de sus menguados ingresos sino que además propicia significativos desbalances financieros al contar con grandes templos y enormes conventos franciscanos en comunidades donde las limosnas no alcanzan para sostener las necesidades mínimas. Incluso en algunos casos, difícilmente se pueden obtener recursos para la reparación de las bancas y los reclinatorios.  

No es una situación deseada. Diego de Cogolludo, en su Historia de Yucatán, narra como durante la segunda mitad del siglo XVI, en un lapso de cincuenta años, se comenzó la construcción de unos 300 lugares de culto católico en la península. La mano de obra no faltaba, tampoco los materiales, sacados de los innumerables sitios mayas abandonados. Toda ese frenesí de construcción correspondía a una fuerte voluntad política, cuando Yucatán dependía de la Audiencia de Guatemala.

Para paliar estas necesidades, a fines de los ochentas, la Arquidiócesis de Yucatán creó el Departamento de Solidaridad Económica Diocesana (SED), en un esfuerzo para apoyar a los sacerdotes y parroquias con algunas necesidades que por sí solas no pueden solventar como las intervenciones quirúrgicas de párrocos, capellanes, vicarios, medicinas, enseres domésticos o salarios del personal de apoyo, por citar algunos. 

El capital de este departamento proviene de un porcentaje de los ingresos de todas las parroquias, capillas y rectorías  —aproximadamente un 20%— el cual es entregado al Departamento de Economía Diocesana (DED), antes conocido como CODAE. De éste 20% se extrae aproximadamente un 5% para el Departamento de Solidaridad Económica Diocesana.

No reciben los apoyos de este fondo solidario las parroquias que están bajo la dirección de alguna congregación religiosa. En este caso, únicamente aportan el 10% de sus ingresos al DED, en lugar del 20% que aportan las jurisdicciones parroquiales diocesanas. 

El convento de Izamal, con el segundo atrio más grande del mundo después del de San Pedro en Roma, es quizá uno de los pocos templos en el interior del Estado de Yucatán que posee una economía lo suficientemente autónoma como para no depender en exclusiva de los apoyos económicos de la Arquidiócesis o de las largas, burocráticas y cansadas odiseas dipsómanas para obtener algún trabajo de restauración o algún rápido dictamen del INAH que dirige su delegado Eduardo López Calzada. 

Retrocedamos un poco el cassette: cuando el joven Fermín Sosa estudiaba para sacerdote, su tío “El Capi Sosa” construyó las tres primeras cabañas para albergar a cualquier visitante que por descuido, le cayera la noche en Izamal. Cuando el joven Monseñor Jorge Carlos Patrón Wong estudiaba Teología Espiritual y en Psicología, en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, el internacionalmente laureado restaurante “Kinich”; apenas tenía un año en funcionamiento.  

El convento de Izamal que empezó a ser promovido bajo la “Ruta de los Conventos” durante el miniperíodo de Federico Granja Ricalde enfrentaba muchas dificultades para ser visitado bajo la tutela de los frailes franciscanos. Numerosos artículos de mi amigo Vera Lima dan cuenta de los desacuerdos en las mejoras del sitio y de los impedimentos para visitarlo. 

En 1995, su alcalde, José Miguel Rodríguez Asaf, ya fallecido, llevó por primera vez al municipio a participar a la Eurobolsa de Turismo con sede en Querétaro, en un esfuerzo por promover este destino que nadie sabía dónde estaba a pesar de la reciente campaña internacional llamada “Mundo Maya” que agrupaba a varios países de la región. 

Hoy, Izamal es uno de los Pueblos Mágicos de México y cuenta con una infraestructura turística robusta y con mejores vías de comunicación. A pesar de la pandemia, al cierre de marzo de 2021 captó 2114 turistas que se quedaron a dormir en el sitio, de los cuales 146 fueron extranjeros y 1968 fueron nacionales, según datos de Datatur. Después de Valladolid que cuenta con 51 hoteles, Izamal cuenta con 24 hoteles que de enero a marzo registraron de 2021 registraron un total de 5038 turistas. 

En este contexto la propuesta de erigir a éste templo en Basílica que ya circula en versiones oficiales y extraoficiales no es nada descabellada cuando se piensa que en la vida real cumple con los requisitos para obtener esta prerrogativa, exclusiva del Papa Francisco I. 

Al menos, en un sentido litúrgico; el privilegio papal podría ser concedido con independencia de su trazado arquitectónico pues reúne tres de los requisitos indispensables: ser un templo de excepcional esplendor, ser levantado con un perfil destacado; ser el foco espiritual de una comunidad que es santuario para la multitud de devotos que acuden a él; y poseer un tesoro espiritual y sagrado, dando culto ininterrumpido al Señor, a la Virgen y al Santo venerado en él.

Ahora, a casi 30 años de la coronación simbólica de la Virgen de la Inmaculada Concepción por parte de un pontífice, ahora declarado Santo por la Iglesia Católica como Juan Pablo II; y a 71 años de su coronación pontificia como reina y patrona de la Arquidiócesis de Yucatán;  Monseñor Gustavo Vega Rodríguez debe tener la seguridad de que ningún yucateco católico de su diócesis cuestionaría esta iniciativa que podría traducirse en una importante fuente de recursos materiales y espirituales para la Arquidiócesis en tiempos de pandemia. 

Bajo una perspectiva más terrenal, los beneficios del turismo religioso de esta magna iniciativa serían incalculables como en su momento lo fue la propia visita de Juan Pablo II a Izamal en agosto de 1992, cuando apenas existían mapas turísticos de la Ciudad de los Cerros. Sin duda, la visita del Obispo de Roma, fue un factor detonante para el crecimiento turístico de la también llamada Ciudad de las Tres Culturas. 

El acto de la ordenación episcopal de Fermín Sosa podría ser el escenario ideal para anunciar una petición que, estamos seguros, será respaldada por toda la grey católica yucateca, ahora que dos de sus sacerdotes diocesanos prestan sus servicios a la Santa Sede.

Sin embargo, persiste la inquietud acerca de la natural resistencia de la comunidad franciscana a dejar el usufructo del Convento de Izamal. Cierto, Yucatán les debe mucho pues no hay un solo mecate de suelo cristiano en la entidad el que no hayan dejado huella. 

Los venerables guardianes franciscanos del Convento de Izamal, cuya existencia se remonta a Fray Lorenzo de Bienvenida, y su ayudante el joven fraile Diego de Landa están ligados a la función de otros guardianes más recientes como Fray Nicolás Silva Rojas, Fray Bernardino Ward Hawkings, fray Gabriel Sánchez Suárez, Fray Francisco de la Cruz García, fray Andrés Limón Valencia, fray Antonio Ramírez Hayashi y durante el presente siglo con los frailes Juan Pablo Chávez Vargas, guardián del convento y de la Virgen, y Mario Gabriel Moo Chalé, párroco del convento.

En contraste,  la congregación de los Hermanos Maristas en Yucatán, atendiendo a su celo evangelizador y la naturaleza de las constituciones que la rigen fueron capaces de cerrar hace dos años la Escuela Joaquín Peón Aznar en el sur de Mérida a pesar de tener matrícula llena cada año. 

Los Maristas se fueron a otro lado porque ésta escuela fundada en el siglo pasado ya no cumplía los objetivos originales de dar una educación escolarizada con una opción preferencial por los pobres, mudándose a una nueva misión evangelizadora en el municipio de Kanasín; donde las autoridades civiles y religiosas coinciden en afirmar que es allá donde se encuentra el nuevo llamado a atender las realidades de la Evangelización. 

¿Entonces, qué les impediría a los franciscanos buscar nuevas misiones, nuevas evangelizaciones allá donde se requiere mucho de su presencia evangelizadora? El Derecho Canónico es muy explícito respecto a las facultades del Arzobispo en torno a las congregaciones y sus superiores.

Ha sido muy triste atestiguar en estos terribles tiempos de pandemia, el llamado de la Arquidiócesis de Yucatán para ayudar a sacerdotes enfermos de Covid-19; apelando a la caridad de los fieles como ocurrió el año pasado en el caso del sacerdote Jesús Caballero Encalada, sacerdote muy conocido por la comunidad cuando contrajo el virus del Covid-19.

Ha sido muy triste atestiguar la disminución de visitas a las capillas donde se expone el Santísimo Sacramento que necesitan tener aire acondicionado durante todo el día, llegando un momento en que no hay forma de poder pagar estos gastos mínimos. 

Y pese a ello, la Arquidiócesis de Yucatán realizó actos heroicos al capacitar a un grupo de sacerdotes jóvenes para estar en la primera línea de batalla junto a cientos de moribundos y enfermos, administrando los santos sacramentos en hospitales públicos y privados. 

En esta pandemia la Arquidiócesis de Yucatán dio giros de 180 grados en su manera de comunicarse efectivamente y de manera digital con los fieles, pero todavía no cuenta con una aplicación móvil para donar de manera inmediata como lo tienen otras organizaciones religiosas y sigue anclada a modelos de donación muy tradicionales como la Semana del Seminario, actividades muy queridas , pero insuficientes cuando se trata de enfrentar una pandemia como ésta. 

El sueño de convertir al Convento de Izamal en Basílica tiene un significado especial cuando la grey católica atraviesa momentos muy difíciles espiritualmente hablando. 

Estamos seguros que nuestro admirado Arzobispo don Gustavo Rodríguez Vega, encontrará el respaldo unánime de los yucatecos que podrían celebrar en el Convento de Izamal toda clase de congresos diocesanos, actos de jubileo, ceremonias de aniversario y las peregrinaciones anuales que desde siglos antes se han realizado en Izamal. 

¡Qué hermoso sería expresar: “Vamos a la Basílica de Nuestra Señora de Izamal”!

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