La historia del Tutankamón británico
Comenzaron con las primeras luces del día. Los más fuertes de la guardia del rey, con los músculos tensos y las ásperas cuerdas rozándoles, arrastraron el pesado barco de roble desde el río hasta la orilla.
Y luego, con el sol naciente quemando lentamente la fría niebla de la mañana, levantaron la embarcación sobre la llanura, hasta el pie de la colina.
La multitud que se encontraba en la ladera observó en silencio cómo se acercaban a la cima y de ahí al cementerio reservado a los descendientes reales del dios tuerto.
Cuando se introdujo el navío en la zanja preparada para tal fin, depositaron el ajuar funerario en la cámara sepulcral.
Luego se alzó un montículo sobre él. Y allí quedó el barco, anclado en la tierra de la Anglia Oriental, pero viajando a través del tiempo hasta que, trece siglos después, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, un hombre llamado Basil Brown lo descubrió.
El increíble hallazgo del apodado «el Tutankamón británico», es el tema de «La excavación«, la nueva película de Netflix que adapta la novela homónima de John Preston.
Sus estrellas, Ralph Fiennes y Carey Mulligan, interpretan respectivamente al arqueólogo autodidacta Brown y a Edith Pretty, la terrateniente que lo contrató para excavar los misteriosos túmulos [montículos funerarios] en su finca de Sutton Hoo, con vistas al río Deben, en Suffolk.
Pretty, una viuda interesada en el espiritismo, tenía un presentimiento sobre esos montículos. Se creía que eran de origen vikingo.
Un huésped había visto una vez una figura fantasmal entre ellos, y existían viejas leyendas locales sobre tesoros enterrados.
Un inconformista de la arqueología
Brown era un hombre de Suffolk que había dejado la escuela a los 12 años. Había sido trabajador agrícola y agente de seguros, pero también había aprendido por su cuenta varios idiomas, astronomía y arqueología.
Ello lo llevó a ser contratado como arqueólogo por el Museo de Ipswich, que a su vez recomendó a Pretty para que lo contratara.
Él comenzó en junio de 1938 a trabajar en algunos de los montículos más pequeños, y encontró pruebas de que habían sido asaltados por ladrones de tumbas, pero también halló un disco de bronce que sugería que podían ser anteriores a la época vikinga.
Cuando empezó a trabajar en el más grande, en el verano de 1939, mientras se acercaban los nubarrones de la guerra, enseguida encontró fragmentos de hierro que identificó como remaches de barco.
Y entonces lo encontró: un asombroso barco de 90 pies (27,4 metros), lo suficientemente grande como para acomodar hasta 20 remeros a cada lado.
La propia madera se había disuelto en el suelo junto con los restos humanos que había, pero quedaba una huella clara: un barco fantasma de más de un milenio de antigüedad.
Se habían hallado otros enterramientos de barcos, pero ninguno de este tamaño.
Antes de este, el barco más grande descubierto era una embarcación vikinga de 78 pies (23,8 m), hallada en Noruega en 1880.
Debido a hallazgos anteriores en otros lugares, Brown sabía que podía haber un cargamento de objetos en honor a los muertos, y el 14 de junio encontró lo que creía que podía ser la cámara funeraria: una estructura de madera parecida a una cabaña, ahora desintegrada, que se había construido en el centro del barco.
Pero los responsables del Museo Británico y de la Universidad de Cambridge ya se habían enterado de su gran hallazgo y, apenas unos días después, se entrometieron.
Antes de que pudiera seguir explorando, fue marginado y relegado a labores básicas.
Los profesionales no podían permitir que un hombre local, un simple aficionado, se dedicara a esa tarea.
¿Por qué habrían de dejarle? ¡El tipo ni siquiera tenía un título!
Trajeron entonces un equipo de arqueólogos y fue uno de ellos, Peggy Piggott, quien, el 21 de julio, apenas dos días después de su llegada, encontró la primera pieza de oro.
Luego encontró otra. Y en poco tiempo habían descubierto un brillante botín de más de 250 objetos para los que la expresión «tesoro escondido» se quedaba corta.
Había vasijas para banquetes y cuernos para beber. Elaboradas joyas. Una lira y un cetro, una espada, piedras originarias de Asia, platería de Bizancio y monedas de Francia (que ayudaron a datar el tesoro).
Había una hebilla de oro grabada con serpientes y bestias entrelazadas, una pieza tan extraordinaria que el conservador de las antigüedades medievales del Museo Británico casi se desmayó al verla.
Había broches y cinturones de joyas, un maravilloso casco ornamentado y con una máscara completa: el inquietante rostro de algún antiguo héroe que parece observar a través de los siglos.
Lo que significó el descubrimiento
El hallazgo de Brown hizo que se reescribieran, literalmente, los libros de historia.
El barco y su contenido pertenecían a la Edad Media, y el descubrimiento iluminó esos cuatro siglos entre la partida de los romanos y la llegada de los vikingos, un periodo del que se sabía muy poco.
Los anglosajones que gobernaban los distintos reinos de Inglaterra durante esta época habían sido considerados un pueblo rudo y atrasado -casi primitivo-, pero allí había objetos de gran belleza y exquisita factura.
Se trataba de una sociedad que valoraba la pericia, la artesanía y el arte; y que comerciaba con Europa y más allá.
Y estas reliquias de una civilización sofisticada y perdida aparecieron justo cuando la nuestra estaba amenazada de desaparición por los nazis.
El líder de los arqueólogos dio un discurso a los visitantes del lugar, y tuvo que gritar para que se le oyera por encima del rugido de un Spitfire [un avión de guerra].
Cuando el escritor y periodista John Preston descubrió que Piggott, su tía, había participado en la excavación, investigó la historia y reconoció inmediatamente el valioso filón que suponía para un novelista.
The Dig (La excavación)se publicó con gran éxito en 2007.
Robert Harris la calificó de «verdadero tesoro literario» e Ian McEwan la definió como «muy fina, absorbente, exquisitamente original».
La productora Ellie Wood afirma que quiso hacer una versión cinematográfica en cuanto leyó el manuscrito de la novela en 2006, antes incluso de que se publicara.
«Era increíblemente cinematográfico», cuenta Wood a BBC Culture.
A medida que el barco se va revelando, también lo hacen las vidas interiores de las personas involucradas, y eso es lo que me pareció tan poderoso y original».
«Podía sentir las profundas emociones de los personajes, aunque fueran incapaces de expresarlas. Todos esos sentimientos a fuego lento se mantienen a raya debido a la reserva británica y la estructura de clases sociales».
Moira Buffini, cocreadora de la exitosa serie televisiva Harlots, escribió el guion.
«Ellie Wood me envió el libro en 2011 y lo leí, e inmediatamente pensé: tengo que escribir esto», dice Buffini.
«Fue ese instante. Sabes que estás ante algo bueno cuando sientes eso por un proyecto. Y no ocurre tan a menudo».
El libro me conmovió profundamente. Me sentí descarnada cuando terminé de leerlo. Creo que transmite la sensación de fragilidad de todo, incluidos nosotros.
Mientras escribía el guion llegué a pensar que el acto de abrir la tierra -de cavar para desenterrar a los muertos- abre en cierto modo a todos los que están vivos».
A lo largo de los años, varios actores han sido vinculados a la película, entre ellos Cate Blanchett y luego Nicole Kidman.
Al parecer, Kidman tuvo que retirarse debido a compromisos laborales y Carey Mulligan se incorporó con poca antelación.
Wood dice que, aunque ha tardado mucho, su determinación nunca decayó.
«Creo que fue por la historia de Basil Brown», dice. «Debido al clasismo y al esnobismo intelectual, su inestimable trabajo pasó desapercibido durante mucho tiempo, y me pareció realmente importante que más gente conociera lo que logró».
El misterio continuó
El nombre de Brown no se mencionó en la exposición permanente del Museo Británico sobre los tesoros de Sutton Hoo hasta hace relativamente poco tiempo.
Pero aunque ahora se reconoce su crucial contribución, hay muchas cosas que siguen generando dudas sobre el entierro del barco.
¿A quién honra? El principal candidato es Raedwald, un poderoso líder regional que murió en torno al año 624 y que formaba parte de una dinastía que afirmaba descender del dios nórdico Woden.
Fue el primer rey inglés que se convirtió al cristianismo, aunque al mismo tiempo se cuidaba astutamente de no molestar a los dioses paganos.
¿Y cuál era exactamente la naturaleza del barco? ¿Era un buque de guerra?
Podremos juzgarlo mejor cuando el proyecto de construir una réplica a tamaño real del barco llegue a buen puerto.
Nos dará una idea más precisa, por ejemplo, de cómo se maneja exactamente en el agua.
La compañía Sutton Hoo Ship pretende tener su barco construido y listo para empezar las pruebas en tres años, y espera que la película genere más interés en su proyecto.
La película es discreta, pero poderosamente conmovedora, y cuenta con unas interpretaciones tremendas tanto de Fiennes como de Mulligan.
Durante un reciente rueda de prensa sobre la película, Fiennes explicó que leyó por primera vez el guion en un avión y al final se le «saltaron las lágrimas».
«No sé muy bien por qué, pero es algo que tiene que ver con la integridad de la gente que desentierra algo que a la vez representa de alguna forma a su nación».
Y las circunstancias actuales hacen que su descripción de un mundo al borde del desastre resuene de una manera imprevista a cuando se comenzó este proyecto.
«Me pregunto si ahora todos tenemos un sentido más presente de nuestra propia mortalidad, de nuestra insignificancia en el gran esquema de las cosas», sostiene Buffini.
«Pero creo que hay algo muy esperanzador en la idea de que somos eslabones de una cadena humana ininterrumpida.
Le di a Basil la frase: ‘Desde la primera huella de una mano en la pared de una cueva, formamos parte de algo continuo'».