Aprendamos de los lobos
Lunes 20 de enero de 2025
El lobo es un animal ejemplar. No en balde su figura es protagonista recurrente de cuentos e historias y ocupa un rol central en el aprendizaje de la humanidad.
El lobo nunca come cadáveres, ni de animales, ni de personas; pasa toda su vida con una pareja, no se aparea con su madre ni con su hermana; es un animal monógamo, no engaña.
Si su cónyuge muere, el lobo permanece solo; conoce bien a sus pequeños: es el único animal que ayuda a sus padres en la vejez y les trae comida.
Cuando matas a un lobo, te mira a los ojos hasta que su alma lo abandona; es 25% más inteligente que el perro y es el único animal que no obedece al entrenamiento.
Podrás ver leones o tigres en un circo, pero nunca un lobo, pues es un animal indómito. Los pocos lobos que se sabe han podido domesticarse, han cedido a la solidaridad y el amor.
Cuando un lobo va perdiendo la pelea contra otro lobo y entiende que ya no tiene posibilidades de ganar, ofrece apaciblemente la yugular a su oponente, como si dijera: “Perdí, acabemos con esto de una vez”.
Sin embargo, en ese momento tiene lugar lo increíble: el lobo ganador se paraliza; una fuerza milenaria le impide matar al que reconoce la derrota.
Algún mecanismo primario, incrustado en el ADN o más allá de este, le recuerda que la especie es más importante que el placer de eliminar al contrincante.
¡Qué maravillosa relojería instintiva!
Nadie llamaría cobarde al lobo que se entrega ni conmiserativo al que se paraliza; simplemente, el milagro ocurre.
Ni vencedor ni vencido.
Ambos se alejan y la rueda de la vida continúa.
Los lobos piensan, sueñan, hacen planes, se comunican unos con otros de manera inteligente y se parecen mas a nosotros que ningun otro ser vivo.
Los humanos tenemos mucho que aprender de la ancestral sabiduría de los lobos