María y la Santísima Trinidad
Jueves 2 de enero de 2024
Enseña Santo Tomás de Aquino que María «es la única que junto a Dios Padre puede decir al Hijo divino: Tú eres mi Hijo».
Nuestra Señora -escribe San Bernardo «llama Hijo suyo al de Dios y Señor de los ángeles cuando con toda naturalidad le pregunta: Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? (Lc 2, 48). ¿Qué ángel pudo tener el atrevimiento de decírselo (…)?
Pero María, consciente de que es su Madre, llama familiarmente Hijo suyo a esa misma soberana majestad ante la que se postran los ángeles. Y Dios no se ofende porque le llamen lo que Él quiso ser». Es verdaderamente el Hijo de María.
En Cristo se distingue la generación eterna (su condición divina, la preexistencia del Verbo) de su nacimiento temporal. En cuanto Dios, es engendrado, no hecho, misteriosamente por el Padre ab aeterno, desde siempre; en cuanto hombre, nació, fue hecho, de Santa María Virgen.
Cuando llegó la plenitud de los tiempos el Hijo Unigénito de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad Beatísima, asumió la naturaleza humana, es decir, el alma racional y el cuerpo formado en el seno purísimo de María. La naturaleza humana (alma y cuerpo) y la divina se unieron en la única Persona del Verbo.
Desde aquel momento, Nuestra Señora, cuando dio su consentimiento a los requerimientos de Dios, se convirtió en Madre del Hijo de Dios encarnado, pues «así como todas las madres, en cuyo seno se engendra nuestro cuerpo, pero no el alma racional, se llaman y son verdaderamente madres, así también María, por la unidad de la Persona de su Hijo, es verdaderamente Madre de Dios».
En el Cielo, los ángeles y los santos contemplan con asombro el altísimo grado de gloria de María y conocen bien que esta dignidad le viene de que fue y sigue siendo para siempre la Madre de Dios, Mater Creatoris, Mater Salvatoris.
Por eso, en las letanías, el primer título de gloria que se da a Nuestra Señora es el de Sancta Dei Genitrix, y los títulos que le siguen son los que convienen a la maternidad divina: Santa Virgen de las vírgenes, Madre de la divina gracia, Madre purísima, Madre castísima…
Por ser María verdadera Madre del Hijo de Dios hecho hombre, se sitúa en una estrechísima relación con la Santísima Trinidad.
Es la Hija del Padre, como la llamaron los Padres de la Iglesia y el Magisterio antiguo y reciente.
Con el Hijo, la Santísima Virgen tiene una estricta vinculación de consanguinidad, «por la que adquiere poder y dominio natural sobre Jesús… Y Jesús contrae con María los deberes de justicia que tienen los hijos para con sus padres».
Con relación al Espíritu Santo, María es, según el pensamiento de los Padres, Templo y Sagrario, expresión que recoge también el Papa Juan Pablo II en su Magisterio. Ella es «la obra maestra de la Trinidad».
Esta obra maestra no es algo accidental en la vida del cristiano. «Ni siquiera es una persona adornada por Dios con tantos dones para que nos quedemos admirándola.
Esta obra maestra de la Trinidad es Madre de Dios Redentor y, por ello, también Madre mía, de este pobre ser humano que soy yo, que es cada uno de los mortales». ¡Madre mía!, le hemos dicho tantas veces.
Hoy dirigimos el pensamiento a Ella llenos de alegría y de alabanza… y de un santo orgullo. «¡Cómo gusta a los hombres que les recuerden su parentesco con personajes de la literatura, de la política, de la milicia, de la Iglesia!…
»-Canta ante la Virgen Inmaculada, recordándole:
»Dios te salve, María, hija de Dios Padre: Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo: Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo… ¡Más que tú, solo Dios!»