Religión

La cátedra de Belén

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Jueves 26 de diciembre de 2024

Jesús, María y José estaban solos. Pero Dios buscó para acompañarles a gente sencilla, unos pastores, quizá porque, como eran humildes, no se asustarían al encontrar al Mesías en una cueva, envuelto en pañales.

Son los pastores de aquellos contornos a quienes se refería el profeta Isaías: el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz.

En esta primera noche solo en ellos se cumple la profecía. Ven una gran luz: la gloria del Señor los envolvió de claridad.

No temáis, les dice un ángel, pues vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo; hoy, en la ciudad de David, os ha nacido el Salvador, que es el Cristo, el Señor.

Esa noche son los primeros y los únicos en saberlo. «En cambio, hoy lo saben millones de hombres en todo el mundo. La luz de la noche de Belén ha llegado a muchos corazones, y, sin embargo, al mismo tiempo, permanece la oscuridad.

A veces, incluso parece que más intensa (…). Los que aquella noche lo acogieron, encontraron una gran alegría. La alegría que brota de la luz. La oscuridad del mundo superada por la luz del nacimiento de Dios (…).

»No importa que, en esa primera noche, la noche del nacimiento de Dios, la alegría de este acontecimiento llegue solo a estos pocos corazones. No importa. Está destinada a todos los corazones humanos. ¡Es la alegría del género humano, alegría sobrehumana!

¿Acaso puede haber una alegría mayor que esta, puede haber una Nueva mejor que esta: el hombre ha sido aceptado por Dios para convertirse en hijo suyo en este Hijo de Dios, que se ha hecho hombre?».

Dios quiso que estos pastores fueran también los primeros mensajeros; ellos irán contando lo que han visto y oído.

Y todos los que les escucharon se maravillaron de cuanto los pastores les habían dicho. Igualmente a nosotros se nos revela Jesús en medio de la normalidad de nuestros días; y también son necesarias las mismas disposiciones de sencillez y de humildad para llegar hasta Él.

Es posible que a lo largo de nuestra vida nos dé señales que, vistas con ojos humanos, nada digan. Hemos de estar atentos para descubrir a Jesús en la sencillez de lo ordinario, envuelto en pañales y reclinado en un pesebre, sin manifestaciones aparatosas.

Y todo el que ve a Cristo se siente conmovido a darlo a conocer enseguida. No puede esperar.

Naturalmente que los pastores no se pondrían en camino sin regalos para el recién nacido. En el mundo oriental de entonces era inconcebible que alguien se presentase a una persona elevada sin algún regalo.

Llevarían lo que tenían a su alcance: algún cordero, queso, manteca, leche, requesón…. Sin duda que no es demasiado desacierto figurarse la escena tal como la representan los innumerables «belenes» de estos días y la pregonan los «villancicos» cantados con sencillez por el pueblo cristiano y con los que muchos de nosotros, quizá, hemos hecho nuestra oración.

María y José, sorprendidos y alegres, invitan a los tímidos pastores a que entren y vean al Niño, y lo besen y le canten, y le dejen cerca del pesebre sus presentes.

Nosotros tampoco podemos ir a la gruta de Belén sin nuestro regalo.

Quizá lo que nos agradecería la Virgen es un alma más entregada, más limpia, más alegre porque es consciente de su filiación divina, mejor dispuesta a través de una Confesión más contrita, para que el Señor habite con más plenitud en nosotros. Esa Confesión que tal vez Dios lleva esperando hace tiempo…

María y José nos están invitando a entrar. Y, una vez dentro, le decimos a Jesús con la Iglesia: Rey del universo a quien los pastores encontraron envuelto en pañales, ayúdanos a imitar siempre tu pobreza y tu sencillez.

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