Religión

Contemplar los misterios del Rosario

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Martes 8 de octubre de 2024

El nombre de Rosario, en la lengua castellana, proviene del conjunto de oraciones, a modo de rosas, dedicadas a la Virgen.

También como rosas fueron los días de la Virgen: «Rosas blancas y rosas rojas; blancas de serenidad y pureza, rojas de sufrimiento y amor.

San Bernardo aquel enamorado de Santa María dice que la misma Virgen fue una rosa de nieve y de sangre.

»¿Hemos intentado alguna vez desgranar su vida, día a día, en nuestras manos?». Eso hacemos al contemplar las escenas misterios de la vida de Jesús y de María que se intercalan cada diez Avemarías.

En estas escenas del Rosario, divididas en tres grupos, recorremos los diversos aspectos de los grandes misterios de la salvación: el de la Encarnación, el de la Redención y el de la vida eterna.

En estos misterios, de una forma u otra, tenemos siempre presente a la Virgen. En el Santo Rosario no se trata solo de repetir las Avemarías a Nuestra Señora, que, como procuramos hacerlo con amor quizá poniendo peticiones en cada misterio o en cada Avemaría, no nos resultan monótonas.

En esta devoción vamos también a contemplar los misterios que se consideran en cada decena. Su meditación produce un gran bien en nuestra alma, pues nos va identificando con los sentimientos de Cristo y nos permite vivir en un clima de intensa piedad: gozamos con Cristo gozoso, nos dolemos con Cristo paciente, vivimos anticipadamente en la esperanza, en la gloria de Cristo glorificado.

Para realizar mejor esta contemplación de los misterios puede ser práctico detenerse «durante unos segundos tres o cuatro en un silencio de meditación, considerando el respectivo misterio del Rosario, antes de recitar el Padrenuestro y las Avemarías de cada decena»; acercarnos a la escena como un personaje más, imaginar los sentimientos de Cristo, de María, de José…

Así, procurando con sencillez «asomarnos» a la escena que se nos propone en cada misterio, el Rosario «es una conversación con María que, igualmente, nos conduce a la intimidad con su Hijo».

Nos familiarizamos en medio de nuestros asuntos cotidianos con las verdades de nuestra fe, y esta contemplación que podemos hacer incluso en medio de la calle, del trabajo, nos ayuda a estar más alegres, a comportarnos mejor con quienes nos relacionamos.

La vida de Jesús, por medio de la Virgen, se hace vida también en nosotros, y aprendemos a amar más a Nuestra Madre del Cielo. 

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