Religión

La falsa obediencia

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Lunes 15 de julio de 2024

No sería buena la prudencia que, bajo la necesaria ponderación de los datos, escondiera la cobardía de no tomar una decisión arriesgada, de evitar enfrentarse a un problema.

No es prudente la actitud del que se deja llevar por los respetos humanos en el apostolado y deja pasar las ocasiones, esperando otras mejores que quizá nunca se presenten.

A esta falsa virtud, San Pablo la llama prudencia de la carne. Es la que desearía más razones y argumentos ante la entrega que Dios pide al alma, la que se preocupa excesivamente del futuro y le sirve de argumento para no ser generoso en el presente; es aquella que siempre encuentra alguna razón para no tomar la decisión que le compromete del todo.

La prudencia no es falta de arrojo para la entrega y para las empresas de Dios, no es habilidad para buscar tibios compromisos o para justificar con aceptables teorías una actitud remisa y negligente.

No actuaron así los Apóstoles. Buscaron en todo momento, con sus flaquezas y a veces con sus temores, el camino de una más rápida propagación de la doctrina de su Maestro, aunque estos caminos a veces los llevaran a molestias y tribulaciones sin cuento, e incluso hasta el martirio.

La vida de seguimiento al Señor está hecha de pequeñas y de grandes locuras, como ocurre en todo amor verdadero.

Cuando el Señor nos pida más –y nos lo pide siempre–, no podemos detenernos por una falsa prudencia, la prudencia del mundo, por el juicio de aquellos que no se sienten llamados y que lo ven todo con ojos humanos, y a veces ni siquiera humanos, porque tienen una visión solo terrena y pegada a la tierra.

Ningún hombre y ninguna mujer se habrían entregado a Dios o habrían iniciado una empresa sobrenatural con esta prudencia de la carne.

Siempre habrían encontrado argumentos y «razones» para decir que no, o para retrasar la respuesta a un tiempo más oportuno, que muchas veces significa lo mismo.


Jesús fue tachado de loco y la más elemental de las cautelas le hubiese bastado para escapar a la muerte.

Pocas fórmulas le hubieran bastado para mitigar su doctrina y llegar a un compromiso con los fariseos, para presentar de otro modo su doctrina sobre la Eucaristía en la sinagoga de Cafarnaúm, donde muchos le abandonaron; pocas palabras le hubieran bastado –¡a Él, que era la Sabiduría eterna!– para conseguir la libertad cuando estaba en manos de Pilato.

No fue Jesús prudente según el mundo, pero lo fue más que las serpientes, más que los hombres, más que sus enemigos. Con otro género de prudencia. Esa ha ser la nuestra, aunque por imitarle alguna vez los hombres nos llamen locos e imprudentes.

La prudencia sobrenatural nos señala en todo momento el camino más rápido y directo para llegar hasta Cristo…, acompañados de muchos amigos, parientes, colegas…

«¿Quieres vivir la audacia santa, para conseguir que Dios actúe a través de ti? —Recurre a María, y Ella te acompañará por el camino de la humildad, de modo que, ante los imposibles para la mente humana, sepas responder con un “fiat!” –¡hágase!–, que una la tierra al Cielo»

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