Internacional

El voto europeo es un no rotundo a las ideologías de las élites

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Viernes 14 de junio de 2024

El significado político de las elecciones al Europarlamento es claro: rechazo a la ideología verde, a la política de inmigración descontrolada, a la prepotente agenda LGBT y a la exagerada confrontación con Rusia.

Los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo han sido claros e inequívocos.

A pesar de las diferencias -algunas apreciables- entre un país y otro, la imagen general es la de un giro rotundo a la derecha, con el fortalecimiento de los grupos del PPE (Partido Popular Europeo), Identidad y Democracia (Id) y los Conservadores y Reformistas (Ecr), mientras que han confirmado el hundimiento de los liberal-centristas de Renew Europe y los Verdes, y el mantenimiento en la izquierda únicamente de los Socialistas.

Si además nos paramos a observar de cerca los grandes temas sobre los que ha girado principalmente la campaña electoral y la distribución de los éxitos y fracasos en los respectivos países, la victoria de la derecha adquiere un significado muy preciso, igualmente inequívoco, a menos que se quiera fingir no verlo.

Los votantes de los países que conforman la Unión han utilizado su voto para expresar un rotundo rechazo a las principales agendas políticas apoyadas por la clase dirigente continental en la Comisión dirigida por Ursula von der Leyen y en el Consejo, y por el eje político entre la Francia de Emmanuel Macron y la Alemania de Helmudt Scholz; contra la raíz abstracta e ideológica de esas agendas; contra el método verticalista con el que han tratado de imponerlas a los ciudadanos europeos y de demonizar y censurar a quienes discrepan de ellas.

En concreto, los votantes han mostrado su rechazo a las políticas “verdes” radicales, basadas en el objetivo irreal y extremadamente costoso de eliminar los combustibles fósiles; en la electrificación forzosa e igualmente irreal del sector del automóvil, que destruye la industria continental para beneficiar únicamente a China; en las absurdas obligaciones de adaptar viviendas y edificios, con desembolsos insostenibles para los propietarios; en criterios totalmente arbitrarios de “neutralidad” de las emisiones de CO2.

Han dicho “no” rotundamente a una política de inmigración igualmente ideologizada, obstinada todavía en la prioridad de la “acogida” y en los dogmas del relativismo cultural, indiferente a los temores justificados de las poblaciones autóctonas y a los riesgos cada vez mayores para la seguridad, la habitabilidad y la convivencia según los principios de la civilización occidental.

También han dicho “no” -aunque pocos lo admitan- al poder avasallador de la agenda LGBT en las políticas de la Unión Europea y a la reducción de los derechos civiles a una complacencia con los deseos de poder de minorías prepotentes en detrimento de los más débiles, con la correspondiente “mortificación” de la familia, de la maternidad y la paternidad, de la protección de la vida y la infancia.

Por último, han expresado su claro rechazo a una política exterior de polarización y exacerbación del enfrentamiento con Rusia por el conflicto ucraniano, hasta la evocación concreta e inaudita de una posible implicación bélica directa de los países de la Unión Europea.

Algunos comentaristas afines al establishment “perdedor” de la Unión Europea han negado o minimizado este último significado específico de la votación con el argumento de que las formaciones de derechas que han aumentado su consenso, con limitadas excepciones (la AfD alemana) mantienen posiciones sobre esta cuestión que son cualquier cosa menos simpatizantes de Putin (contrariamente a la representación alarmista de la “extrema derecha” presentada insistentemente por los medios progresistas continentales).

Pero es imposible no vincular precisamente el rotundo éxito de AfD (Alternativa para Alemania), el correspondiente hundimiento de los socialdemócratas y liberales alemanes, y la debacle del partido Renacimiento de Macron, doblado por el Rassemblement National de Marine Le Pen en Francia, al hecho de que fueran precisamente Macron y el Gobierno de Scholz quienes representaban las posiciones más agresivas y militaristas (en el caso del presidente francés hasta los límites de lo grotesco) contra Rusia.

Ahora bien, hay que subrayar por supuesto (y ya lo han subrayado ampliamente muchos analistas, que tienen la esperanza de que nada cambie dentro del statu quo en la cúpula de la Unión) que el incuestionable éxito político de la derecha conservadora, soberanista y “eurorrealista” no puede traducirse actualmente en términos aritméticos en una inversión de la “mayoría” en el Parlamento Europeo (en la medida en que este término puede tener un significado técnico en una institución como ésta, que no está dotada de poder legislativo), ya que la coalición “Ursula” (Populares, Renovar Europa, Socialistas) sigue teniendo formalmente la mayoría de los votos en la asamblea.

Pero el hecho político de estos resultados, en un complejo sistema de equilibrios y contrapesos como el de las instituciones de la Unión Europea, es mucho más importante que el abstractamente numérico, y puede interferir fuertemente en él.

Si los partidos de la mayoría “Ursula” no tienen en cuenta el mensaje enviado por los electores, y no se abren a un diálogo concreto con las fuerzas de derecha (en el que los dos grupos de Id y los conservadores avanzan hacia una coordinación creciente, cuando no hacia la unificación) sobre los principales temas, asumirán una enorme responsabilidad, crearán una polarización radical que no tienen armas para gobernar (especialmente en el grupo del PPE, en el que las posiciones conservadoras son cada vez más influyentes) y pueden encontrarse con sorpresas muy desagradables.

En primer lugar, en la investidura del próximo presidente de la Comisión: recordemos que ya en el anterior ciclo que comenzó en 2019, a pesar de que la mayoría prevista era mucho más sólida, Ursula von der Leyen, “atada” por un gran número de “francotiradores”, se impuso sólo gracias a la ayuda in extremis de catorce eurodiputados del Movimiento 5 Estrellas de Italia.

Ahora la situación es mucho más incierta, el PPE está mucho más inclinado a la derecha como se ha dicho, y además los “no alineados” han superado los cien miembros, y son una misteriosa reserva de la que podrían salir resultados impredecibles.

Las atrevidas y excesivamente oportunas declaraciones de von der Leyen, que cantó victoria para “su” coalición a pesar los resultados que ofrecía el escrutinio, y apostó por su continuidad, son más una demostración de debilidad percibida que una señal de fortaleza, y un intento de anticiparse a los “contraataques” de sus adversarios.

Como también lo es la precipitada decisión de Macron de disolver la Asamblea Nacional francesa, retando a Le Pen a un combate singular y esperando el habitual reflejo de “santa unión” de progresistas y liberales franceses contra el monstruo de la “invasión bárbara” de la derecha.

Veremos si su línea es compartida por los demás componentes del “bloque” europeo de centro-izquierda, o si finalmente se abre en su seno un saludable proceso de replanteamiento y diálogo, con la corrección sustancial de la gobernanza de la Unión Europea.

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