Religión

Hipótesis sobre el próximo Papa

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Sábado 17 de febrero de 2024

Las previsiones, profecías o quinielas con respecto a la identidad del próximo Papa no pueden ser más que hipótesis provisorias.

Para confirmarlas, debería ocurrir primero el acontecimiento del que estamos expectantes y, mientras éste no ocurra, nuestras hipótesis tendrán una vigencia muy acotada.

Hace pocos meses decíamos que uno de los candidatos con más chances era el cardenal Zuppi, que parecía ser el candidato de Bergoglio.

Pues ya me parece que tal posibilidad se alejó demasiado por dos motivos imprevistos: su rotundo fracaso en la pretendida mediación en el conflicto de Rusia y Ucrania, y su posicionamiento en una línea continuista con el actual pontificado. 

 En mi opinión, es este último un primer factor que ha entrado a tallar fuerte en el último mes entre los participantes del próximo cónclave: en su mayoría, evitarán a todo trance un nuevo Bergoglio.

Y para este viraje, que parecía imposible hace poco tiempo, ha sido definitivo lo que yo considero uno de los errores más graves del pontificado de Francisco: el nombramiento del cardenal Víctor Fernández en el dicasterio de Doctrina de la Fe.

Un necio indefectiblemente comete necedades, pero unas son las necedades que puede comentar un párroco necio que podrán ser subsanadas fácilmente por su obispo, y otras son las necedades que comente un necio encumbrado a uno de los puestos más relevantes de la Iglesia. 

La promulgación de Fiducia supplicans y el descubrimiento de su libro escondido La pasión mística fueron dos acontecimientos que lo han marcado frente al resto del Colegio que lo mirará con mucho recelo.

No les agradará a sus integrantes tener sentado junto a ellos a un pornocardenal que a todas luces tiene alguna fijación sexual no superada. Y la culpa, siempre, no es del chancho sino de quien le da de comer.

La primera culpa fue del bueno de Mons. Adolfo Arana que, sea dicho, era de lo mejorcito que tenía el episcopado argentino, que lo ordenó sacerdote; la segunda fue de Mons. Ramón Staffolani, que no lo sancionó luego de la publicación de su libro pornográfico que, junto a El arte de besar, presentó con pompas y matracas en la ciudad de Río Cuarto en 1998, tal como atestigua la edición correspondiente de El Puntal, el periódico local.

Y la última y mayor culpa fue de Jorge Mario Bergoglio, que lo hizo obispo y promocionó al puesto que hoy ocupa. Por eso mismo, buena parte de los cardenales buscarán evitar que la Iglesia vuelva a caer en manos tan irresponsables.

Un segundo factor que tallará es el hecho de que los cardenales no se conocen entre sí, pues Francisco se ha encargado de poblar el Sacro Colegio de personajes ignotos que pastorean a su grey en países remotos, y se ha cuidado mucho de reunirlos en consistorio.

Recordemos que el último consistorio fue en febrero de 2014 —hace diez años—, y en él se discutieron los temas que se tratarían en el próximo sínodo de la familia.

Fue allí donde el cardenal Kasper expuso todas sus tesis progresistas y fue allí donde el cardenal Caffarra, de feliz memoria, lo refutó con fuerza y solvencia. 

Y, por eso mismo, Francisco, el Papa de la sinodalidad, del diálogo y de la escucha, decidió no volver a convocar a un consistorio general pues se dio cuenta que la tropa se le rebelaba.

Consecuentemente, los electores del próximo pontífice no se conocen entre ellos. Y esto, naturalmente, provoca que los candidatos que más chances tienen de ser elegidos son los más conocidos universalmente.

De allí la tesis que sostuvimos que uno de ellos es el cardenal Pietro Parolin, sobre lo que también habló Tossatti hace pocos días: el Secretario de Estado sería apoyado por los cardenales de Curia, por los progresistas, pues él lo es, y por algunos conservadores que lo considerarían el mal menor frente a la posibilidad de un nuevo Bergoglio. 

El caso Fiducia supplicans sacó a luz a un cardenal completamente desconocido: Fridolin Ambongo, arzobispo de Kinshasa, que tuvo la enorme valentía de organizar a todos los obispos del África subsahariana y oponerse frontalmente a la pretensiones del pornocardenal Fernández y del mismísimo Francisco.

Son pocos, muy pocos, los obispos suficientemente hombres para tamaña osadía. No digo con esto que Ambongo sea por ahora candidato al papado; digo que todos los cardenales ya lo conocen —cosa que antes no sucedía— y así como habrá despertado el desprecio de alemanes y belgas, habrá despertado también muchas simpatías. Habrá que ver cuántas y de qué calibre.

Finalmente, hay otra posibilidad cuya autoría corresponde a un buen amigo. Los cardenales, en términos generales, son hombres que no tienen fe. Han llegado donde están porque hicieron las debidas alianzas y renuncias, y no por su piedad y santidad de vida. Lo que quieren es pasarla bien y disfrutar de su púrpura; ellos ya no temen a Dios sino sólo a los medios de comunicación, por lo que elegirán un Papa que no les genere problemas.

Y éstos surgirían con un Papa marcadamente progresista, o marcadamente conservador o que aún siendo un moderado, se tomara en serio su ministerio. “Tengamos la fiesta en paz” —dirán los cardenales— “y elijamos a un personaje anodino e insignificante”.

De este modo, se asegurarán la tranquilidad que ansían sabiendo como saben que el cristianismo y sus ideales están ya muertos, asesinados por las fuerzas del mundo que, finalmente, terminaron triunfando. Basta leer las escalofriantes declaraciones del cardenal Ouellet. 

Si esto sucediera, creo yo que seríamos testigos de una veloz balcanización de la Iglesia que, a nivel global, terminaría dividida en episcopados coloreados en distintas tonalidades de catolicidad.

O bien, en una profusión de diócesis más o menos católicas, que prestarían una obediencia simbólica al pontífice romano.

En algunas de ellas se bendecirían parejas irregulares y hasta parejas muy irregulares, y en otras no.

En algunas estaría permitida y alentada la liturgia tradicional, y en otras habría desaparecido la Santa Misa, aún la de Pablo VI, reemplazada por “celebraciones de la Palabra”, presididas por diaconisas y otros especímenes.

En unas los niños recibirían en el catecismo las verdades de la fe de los apóstoles y en otras las verdades del ecologismo y de la democracia.

En fin, una suerte de Comunión Anglicana o, si no se quiere pensar en ese extremo, en una “panortodoxia” en la que que cada patriarcado hace más o menos lo que quiere guardando, en el mejor de los casos, un pudoroso respeto por el patriarca de Constantinopla. 

Las hipótesis aquí planteadas tienen una vigencia muy corta. Veremos cómo se movilizan los obispos y sacerdotes cuando se anuncie —es cuestión de semanas— la institución de las diaconisas “no sacramentales”.

Y veremos quién se asoma a la loggia de San Pedro una vez que el Señor se digne conceder a su Iglesia la misericordia que todos esperamos. 

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