La rosa del principito y su vocación puteril
Martes 30 de enero de 2024
Por Enrique Capella
Seguro los amantes de «El Principito», no sabían que «La Rosa» no era solo un personaje cualquiera.
Este personaje resultó ser la salvadoreña Consuelo Suncín, esposa de Antoine de Saint Exupery, mujer controversial considerada por algunos, una mujer adelantada a su época y por otros, una mujer con vocación puteril (así dicen los libros).
Hija de un general, dueño de fincas cafetaleras, a los 18 años consiguió una beca y se fue a Estados Unidos a estudiar inglés; esto dice mucho de ella, ya que salir de su casa en esa época era algo muy mal visto.
Se casó con un militar mexicano, aunque después se supo que solo era un vendedor de pinturas caseras.
Consuelo decidió divorciarse meses antes de que su esposo muriera en un accidente de ferrocarril.
Viuda y con ganas de comerse al mundo, llegó a México con una carta de recomendación y solicitó entrevistarse con José Vasconcelos, si, el mismo que dijo “por mi raza hablará el espíritu”.
Vasconcelos la hizo esperar por espacio de dos horas y cuando al fin la recibió, le dijo: “una mujer bonita, joven y viuda no necesita trabajar, puede ganarse la vida con sus encantos”.
Consuelo insistió en una segunda entrevista y aunque Vasconcelos no le dio el empleo, le ayudó para estudiar Derecho. Vasconcelos se enamoró de ella y tuvieron un romance de esos con notas de mil colores.
El intelectual la llevó a París, dónde conoció al prosista guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, quien en su tiempo era considerado el más exitoso escritor latinoamericano.
Consuelo abandonó a Vasconcelos y se casó con Gómez Carrillo.
Despechado, Vasconcelos le dedicó varias páginas en sus memorias y dijo que el romance con el príncipe de los cronistas, fue debido a la vocación «puteril» de su amada.
Consuelo volvió a quedar viuda, pero ahora con mucho dinero, así que bonita, joven, viuda y con mucho dinero, viajó a Buenos Aires a liquidar las propiedades de su difunto marido y ahí conoció a Antoine de Saint Exúpery.
Lo de ellos fue amor a primera vista, él la invitó a volar y ahí sucedieron una serie de incidentes pero Consuelo mantuvo a raya a Antoine (Creo que ella me ha domesticado, dijo Saint Exúpery. ¿Les suena?).
Se casaron en contra de la voluntad de la familia del escritor, ya que Consuelo era odiada por la sociedad francesa por el hecho de ser extranjera, «venida de quien sabe dónde”.
En realidad no le perdonaban que una mujer viuda y de origen indígena, se ganara el corazón del escritor más famoso de Francia.
La familia Saint Exúpery era terriblemente antisemita y para ellos ese matrimonio era peor aún que casarse con una judía.
La única defensora de Consuelo fue su suegra y según sus propias palabras: “si su hijo la amaba, ella la amaba”.
Consuelo y Antoine vivieron trece años de matrimonio intenso: él con sus frecuentes viajes, el gusto por la vida bohemia y sus múltiples infidelidades (“Vete a ver las rosas, que así comprenderás que la tuya es única en el mundo”. ¿Les vuelve a sonar?).
Según palabras de ella, ser la esposa de un piloto era un suplicio, pero serlo de un escritor, era un verdadero martirio.
A pesar de sus peleas, siempre estaban al pendiente uno del otro, ella era asmática como «La Rosa» (que tosía) y que el Principito tenía en un capelo para que no le pasara nada.
La sociedad francesa trató de no relacionar su nombre con el escritor y le propinaron tremendos desaires, y fue hasta hace pocos años que reconocieron que sin su influencia, El Principito no habría sido escrito.