Religión

María Simma: ¿Qué sucede con los suicidas?

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Martes 28 de noviembre de 2023

LA MUERTE

—Usted ha hecho tanto por las almas del purgatorio que cuando muera seguramente la escoltarán hasta el Cielo varios miles de almas y no tendrá que…

—¡Oh, no! No puedo imaginarme ir al Cielo sin pasar por el purgatorio, porque cada error va sumando. Dios me ha dado a conocer tanto mediante mis contactos con las almas del purgatorio que mi responsabilidad es mucho mayor. Debemos sufrir en relación con nuestro conocimiento. Sin embargo, espero recibir un poco de ayuda en este aspecto (risas).

—¿Qué sucede con las personas que se suicidan? ¿La ha visitado alguna?

—Sí, me han visitado muchas. Lo que les sucede depende totalmente del motivo por el cual lo hicieron. Muchos han venido a preguntarme sobre ellas, pero hasta el momento solo se ha perdido una. En la mayoría de los casos los más culpables son quienes las difamaron, los que se negaron a ayudarlas o las acorralaron, y de este modo hicieron que perdieran la cabeza. En casos así, los más culpables son otras personas. Quienes se suicidan, sin embargo, lamentan lo que hicieron. A menudo, el suicidio es consecuencia de una enfermedad. Si uno trata a una persona saludable correctamente, difícilmente llegará a ese extremo.

—¿La han visitado almas que murieron por sobredosis de drogas? ¿Están perdidas?

—Me han visitado algunas; pero una vez más, lo que les sucede varía. En cuanto a los adictos crónicos, realmente no pueden hacer nada a menos que Dios intervenga con gran poder. En muchos casos los médicos dicen correctamente: «Fue la droga». Sin embargo, incluso así deben sufrir mucho. Las drogas fuertes son definitivamente satánicas y se debe rezar mucho contra esos demonios sin lugar a dudas. Muchos adictos se han curado, en la actualidad, sin pasar por esos horribles síntomas de abstinencia, y cuando sucede, se debe siempre a Nuestra Madre y a san Miguel, que expulsan a Satanás. Los traficantes de este veneno lamentarán profundamente sus acciones cuando tengan que repararlas y expiarlas, si no es que se han perdido por completo.

—¿Puede contarme el caso de alguien que se haya salvado al cambiar radicalmente su postura justo cuando le llegó el momento de la muerte inminente?

—Sí. Una vez vino a verme una persona con dos nombres de difuntos, el de un hombre y el de una mujer, para que averiguara qué les había sucedido. Cuando le pedí que me contara un poco acerca de sus vidas, se negó y me dijo que los había traído para averiguar si yo decía la verdad. Accedí y esperé hasta que un alma del purgatorio me diera las respuestas de ambos casos. Un mes después regresó. Me preguntó si ya tenía las respuestas y asentí. El hombre se encontraba en el purgatorio más profundo y todavía no podía ser liberado de ese lugar, mientras que la mujer se había ido directamente al Cielo sin pasar por el purgatorio. Le entregué el papel donde había escrito lo que me habían dicho, y se quedó impactado. Me acusó entonces de ser una farsante. Le pregunté por qué decía eso y le pedí que me contara más sobre esas dos personas. Según mi invitado, el hombre había sido el más piadoso de todos los sacerdotes de su zona. Siempre iba a misa media hora antes y luego se quedaba más tiempo que los demás. Y continuó halagándolo largo tiempo. Me contó también que la mujer había vivido una vida muy mala, y me enumeró muchos de los pecados graves que había cometido para convencerme. Cuando terminó, debo admitir que yo misma estaba un poco insegura, y acordé preguntar una vez más sobre esas personas, esta vez con alguna explicación. Probablemente -pensé- había escrito la respuesta incorrecta junto a los nombres y se habían mezclado. Así que esperamos más tiempo para obtener una segunda respuesta. Llegó y me dijeron lo mismo. ¡El hombre se encontraba en lo más profundo del purgatorio y la mujer se había ido directamente al Cielo!

La explicación es la siguiente: La mujer murió en primer lugar y lo hizo atropellada por un tren. No se trató de un suicidio, debió haber tropezado o resbalado. En el instante en que se dio cuenta de que su muerte era inevitable, le dijo a Dios: «Estoy de acuerdo en que me lleves, porque por lo menos así no podré insultarte más». Esta sola frase o pensamiento borró todo y se fue al Cielo sin pasar por el purgatorio. El sacerdote, al contrario, había sido todo lo que este hombre había dicho de él; sin embargo, nunca dejó de criticar a aquellos que no iban a misa tan temprano como él y hasta se había negado a enterrar a esta otra mujer en el cementerio por la mala reputación que tenía entre los feligreses. Sus constantes críticas y juicios, como por ejemplo sobre esta mujer, lo condujeron a lo más profundo del purgatorio. Esto nos muestra que nunca, pero nunca, debemos juzgar o sospechar aquello que creemos que sabemos. Mi visitante reconoció estas verdades, me perdonó con el corazón y se fue contento con las noticias que ansiosamente esperaban en el lugar de donde procedía.

—Al estar presente en la muerte de una persona, ¿existen señales que indiquen que se ha ido directamente al Cielo?

—Probablemente, pero estas no siempre nos lo revelan todo. Lo que es cierto, sin embargo, es que cuando una persona experimenta una muerte extremadamente terrible, con ira o violencia, es seguro que deberá sufrir mucho o que está totalmente perdida. También hay que tener cuidado con el otro extremo, porque hasta un gran santo -como yo y varios millones de personas llamaríamos así- como el padre Pío, que murió en paz y hasta feliz, también debió pasar un tiempo corto en el purgatorio. Las muertes en paz son hermosas y conducen a la belleza, y las muertes feas son horribles y conducen a un mayor sufrimiento; pero intentar ser más precisos es, como ya he dicho antes, algo arriesgado.

—¿Responde Dios de una manera especial cuando una persona da su vida por otra?

—Las almas del purgatorio me han dicho que morir por otro, ya sea en su lugar o al intentar rescatarlo, es siempre una muerte santa. Esto significa que dicho acto borrará mucho de lo que aún debía purificarse.

Aproximadamente hace veinte años conocí a un hombre joven que no tenía la fama de ser muy devoto. Lo conocía porque él y su familia eran mis vecinos. Sin embargo, una característica muy evidente y buena de su personalidad era que siempre insistía en ayudar a los demás. Un día muy frío de invierno, este hombre escuchó gritos de auxilio que provenían de afuera y salió a ver qué sucedía. Su madre intentó persuadirlo, pidiéndole que se quedara porque sabía que siempre se arriesgaba mucho. Ella prefería que acudiera otro en esa ocasión. Sin embargo, no pudo detenerlo y salió al rescate de quien gritaba. Mientras se encontraba afuera, una avalancha de nieve en polvo se le vino encima y se lo tragó. Le encontraron muerto al día siguiente. Otros jóvenes al enterarse dijeron: «No nos gustaría morir así». «¿Qué queréis decir con eso?», les pregunté. «Ya sabe todas las cosas que ha hecho». «Pensad lo que queráis, pero morir así, para salvar a alguien, descarta toda posibilidad de que se haya perdido. Siempre es una muerte santa». Solo dos días después este hombre se me apareció y me dijo que necesitaba únicamente tres misas para ser liberado. Expresé cierta sorpresa y me dijo: «Corno morí intentando salvar a otra persona, Dios se ocupó de todo lo demás». A lo que añadió: «Nunca podría haber experimentado una muerte tan feliz».

—Entonces debe existir alguna diferencia entre morir intentando salvar a alguien o morir a causa de una imprudencia.

—¡Oh, sí! Si una persona muere simplemente porque se puso en una situación de riego no significa que fuera su hora de morir. Si el accidente sucede sin culpa por parte del difunto, esto quiere decir que Dios lo llamó a su presencia. Sin embargo, cuando tiene la culpa, entonces esa misma persona fue quien lo provocó.

Conozco a un joven que murió en un accidente de moto por conducir por encima del límite de velocidad permitido. Me contó más adelante que si hubiera sido más cuidadoso, Dios le habría dado otros treinta años de vida. Cuando le pregunté si estaba listo para la eternidad, me dijo que no, pero que Dios da la oportunidad de arrepentirse a todo aquel que no lo desprecie. Y este joven estaba totalmente arrepentido.

—En el momento de morir, ¿el alma ve la luz de Dios con claridad y en su plenitud?

—No, no claramente pero lo suficiente como para que desee ir hacia ella. La claridad y plenitud que ve dependen de la condición del alma en ese momento.

—Cuando rezamos para que alguien experimente una muerte en paz, ¿ayudan nuestras oraciones a que efectivamente sea así?

—¿Acaso Dios es sordo? Ayuda aun si rezamos por una persona que tenemos en nuestro corazón y que murió tiempo atrás. Dios y la oración no están limitados o afectados por el tiempo. Dios está allí cincuenta años antes como cincuenta años después. Él hará por nosotros exactamente tanto como nosotros le confiemos.

—Pero si podemos rezar por alguien ya fallecido para que experimentara una muerte en paz, ¿no significa que podríamos salvar almas que ya están en el infierno?

—No, lo perdido está perdido; pero las gracias de dicha oración serán distribuidas en otros fugares para el mismo fin: permitir a alguien que experimente una muerte en paz.

—¿Salvaría Dios a alguien del infierno sabiendo que otro rezará por esa persona en el futuro?

—Debido a que el amor y la misericordia de Dios son infinitos, no veo ninguna razón por la cual no lo haría.

—¿Con qué grado de seriedad tenemos que tomarnos las últimas voluntades de una persona a punto de morir?

—Creo que debemos tomarlas muy seriamente, y hacer absolutamente lo mejor para respetarlas y que se cumplan, con tres condiciones. Y conforme a estas condiciones yo diría que los últimos deseos de una persona son sagrados. Esto es así porque en el proceso de la muerte Dios permite a las personas ver las cosas de manera diferente a cuando vivían, y de algún modo, tener el control de las cosas. Las condiciones son las siguientes: 1) La persona debe estar mentalmente sana en el momento de la muerte. 2) Su última voluntad no debe ser algo malo, visto de manera objetiva. 3) La persona murió relativamente en paz. Si se reúnen estas condiciones, ciertamente debemos cumplir su última voluntad.

—Si alguien ocultara la última voluntad de un difunto, ¿ese hecho -que con frecuencia es prácticamente un robo al difunto- es aún más grave que el mismo robo a una persona viva?

—Sí, es aún mucho más grave ante Dios porque el difunto ya no puede cambiar nada si sus deseos no se llevaran a cabo de forma correcta.

—¿Cuál es la mejor forma de prepararse cuando uno sabe que está a punto de morir?

—Rezando y entregándole todo a Dios. Abrirse a su bondad y confiar en Él completamente.

—¿Y cuál es la mejor forma de ayudar a una persona que se está muriendo?

—Rezar con ella, por supuesto, y decirle toda la verdad. Contarle lo que se pueda acerca de la luz de Dios y decirle que nunca, pero nunca nos dejará solos. Sugerir con mucho amor una confesión, si todavía no la ha hecho. Rezar con la Madre Santísima por esta persona y pedirle que acompañe a este hijo suyo en su camino. Nuestra Madre nunca rechazará una súplica.

—¿Es cierto lo que se dice que uno ve toda su vida como en una película cuando va a morir?

—Sí, de alguna manera. Las descripciones de este hecho varían muy poco. Un hombre suizo que conocí, que era muy poco creyente y solo pensaba que se nos enseñaban estas cosas para que viviéramos bien nuestra existencia, enfermó gravemente y entró en coma, experimentando la agonía, pero finalmente no murió. Nunca había creído en la eternidad. Cuando revivió me describió una escena en la que él se encontraba sentado en una habitación, y en la pared de enfrente estaba escrita toda su vida detalladamente. Entonces supo que existía la eternidad y se asustó. La pared desapareció lentamente y detrás de ella había una belleza indescriptible para la cual no tenía palabras. Luego revivió y despertó. Hoy por hoy ha cambiado totalmente su forma de vida.

Sería bueno que estudiáramos un poquito sobre el proceso de la muerte y qué sucede cuando nos dejamos guiar por la realidad cristiana, solo antes de partir de aquí. ¿Cuántas veces hemos oído de alguien que se convirtió al catolicismo en su lecho de muerte? ¿Cuántas veces hemos oído de un cristiano que renunció a su fe en el momento de morir? Les dejaré a ustedes las respuestas a estas dos preguntas.

La concepción y la muerte son los dos momentos más importantes de nuestra vida, cuando Dios está más cerca de nosotros; y en ambos casos es algo que se estudia poco. En vez de impedir la concepción y de utilizar medios inmorales para acelerar o detener la muerte, ¿por qué no amamos, protegemos y estudiamos esos momentos tan cuidadosamente como todos los demás momentos de nuestras vidas? Si la sociedad lo hiciera así, muchas grandes verdades se volverían indiscutiblemente claras con rapidez.

—En esta película de la vida que vemos ante la muerte, dice usted que se ven con gran claridad tanto las buenas obras como los pecados cometidos durante la vida. ¿Se incluyen también los pecados ya confesados, los pecados de los que nos hemos arrepentido de verdad y que hemos reparado con todo el corazón? Pregunto esto porque se dice que cuando nos confesamos, Jesús borra nuestros pecados y esto significa que se borran literalmente, a tal punto que ni Satanás los conoce. Entonces, si Jesús los ha borrado verdaderamente, ¿cómo, o mejor, por qué aparecen nuevamente los pecados ante la muerte?

—Primero, no todos ven dicha película; y cuando la ven, no se debe considerar como un ataque de Satanás. Los pecados confesados y reparados en su totalidad no aparecen, pero Dios lo hace para mostrarnos su justicia absoluta. Al ver ambos lados, el alma comprende entonces con total claridad y se asigna ella misma el nivel adecuado en el purgatorio.

—Sabiendo esto, hay quien diría que aquellos que acaban creyendo en los últimos momentos de su vida están en mejor disposición. ¿Lo están?

—Sí, hay miles de formas distintas de llegar a la santidad (risas). No, ahora en serio, ciertamente no están en mejor disposición porque desaprovecharon muchas oportunidades para hacer el bien. Por este motivo, el lugar destinado para ellos en el Cielo no estará al mismo nivel que el de aquellos que intentaron hacer la voluntad de Dios toda su vida.

—Probablemente no lo sepa, pero durante estos últimos años se están estudiando con más profundidad las llamadas experiencias próximas a la muerte, y se escribe más de ellas que anteriormente. Recuerdo en particular un libro. María, mi pregunta es la siguiente: cuando estas personas que han vuelto a la vida describen sus experiencias, ¿sus descripciones son siempre una prueba absoluta, ciento por ciento ciertas?

—No, ciertamente no. En estos casos uno debe ser comprensivo pero tampoco debe dejarse engañar y debe ser muy cuidadoso. Algunas de esas experiencias que se han difundido contienen descaradas falsedades. Al igual que con las apariciones o las locuciones interiores, estas experiencias deben ser probadas muy de cerca por individuos amables, piadosos, que tengan discernimiento y experiencia, pudiéndose incluir a médicos y teólogos creyentes. Cuando una de estas personas solo tiene a su alrededor médicos agnósticos, que no rezan, y que lógicamente acaban influyéndole pueden acabar difundiendo falsedades, incluso sin culpa alguna.

Tomemos mi propio caso. Solo porque algún psicólogo puede, a ciencia cierta, declarar que soy una persona equilibrada, honesta y no estoy mentalmente desequilibrada, no es suficiente para determinar si todo lo que he dicho es cierto. Las demás experiencias que no son puramente sobrenaturales también deben probarse largamente, como lo ha sido mí caso o el de los niños de Medjugorje.

—El libro en el que estoy pensando, que ha tenido un gran éxito en Estados Unidos, se dice que las almas eligen cuándo y a qué cuerpo venir. Por esta razón, el aborto no es algo tan malo, a pesar de que vaya contra el orden natural, pues solo significa que el alma quería ir a otro lugar. ¿Qué me dice de esto?

—¡Una tontería peligrosa! Esto se debe claramente a la influencia de Satanás. Debemos rezar para que esta persona sea lo suficientemente humilde como para permitir que él mismo y sus experiencias sean probadas, y no solo por médicos y psicólogos no creyentes, sino también por individuos piadosos y que tengan discernimiento, que sean expertos en las verdades espirituales cristianas, antes de que continúe divulgando las mentiras de Satanás a un número mayor de personas. Y el deber me dice que debo añadir que cada aborto que se practique como consecuencia de lo que ha escrito será responsabilidad, ante Dios, de quien lo haya hecho o de quien le haya asesorado.

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