María es bondadosa, sobre todo, con los pecadores
Miércoles 2 de agosto de 2023
Cuando los samaritanos rehusaron recibir a Jesucristo y su doctrina, dijeron Santiago y san Juan a su Maestro: “¿Quieres, Señor, que mandemos fuego del cielo que los devore?” Pero el Salvador les respondió: “No sabéis a qué espíritu pertenecéis” (Lc 9, 55).
Como si dijera: Yo soy piadoso y dulce, por lo que he bajado del cielo para salvar a los pecadores, no para castigarlos; y ¿vosotros queréis verlos condenados? ¿Qué fuego? ¿Qué castigo? Callad, no me habléis de castigos, que ése no es mi espíritu.
De igual modo María, que tiene el alma del todo semejante a la de su Hijo, estamos seguros que está siempre inclinada a tener misericordia, porque, como dice santa Brígida es llamada la Madre de la misericordia; y la misma misericordia de Dios la hace tan piadosa y dulce para con todos. Por eso a María la vio san Juan, vestida del sol:
“Apareció una señal grande en el cielo, una mujer vestida de sol” (Ap 12, 1). Sobre lo cual, dice san Bernardo dirigiéndose a la Virgen: “Vistes al sol y con él te vistes”. Has vestido al sol, al Verbo de Dios, con carne humana; mas él te ha vestido a ti con su poder y misericordia.
Es tan piadosa y benigna esta Reina, que, al decir de san Bernardo, cuando se le acerca un pecador para encomendarse a su piedad, no se pone a examinar sus méritos, ni si es digno o no de ser oído, sino que sin más lo atiende y lo socorre.
Por lo cual, reflexiona san Ildeberto, que está bien decir de María que es bella como la luna (Ct 6, 9); porque como la luna ilumina y beneficia los cuerpos más humildes de la tierra, así María ilumina a los pecadores más indignos. “Hermosa como la luna, porque es hermoso hacer beneficios a los indignos”, dice san Ildefonso.
Y aunque la luna toma toda su luz del sol, actúa antes que el sol, piensa un autor. También dice san Anselmo:
“Más pronto se consigue, a veces, nuestra salvación invocando el nombre de María, que invocando el nombre de Jesús”.
Por eso nos exhorta Hugo de San Víctor, para que, si nuestros pecados nos hacen temer el acercarnos a Dios, porque él es la majestad infinita que hemos ofendido, no temamos sin embargo recurrir a María, porque en ella nada encontraremos que nos asuste.
Es verdad que ella es santa e inmaculada, que es la Reina del mundo y la Madre de Dios; pero al mismo tiempo es de nuestra carne, hija de Adán como nosotros.
Finalmente, dice san Bernardo, todo lo que hay en María respira gracia y piedad, porque ella, como Madre de piedad, es toda para todos, y por su gran caridad, se pone a disposición de todos, justos y pecadores; y abre el seno de su misericordia para que todos gocen de su plenitud.
Y si el demonio, como dice san Pedro, “anda siempre merodeando, buscando a quién devorar” (1P 5, 8), todo lo contrario, dice Bernardino de Bustos, es lo que hace María, que “anda siempre buscando cómo dar la vida y salvar a todos los que pueda”.
4. María esmera su atención hacia los más alejados de Dios
Debemos persuadirnos de que la protección de María es más grande y poderosa de lo que nos podemos imaginar, como dice san Germán.
¿Por qué el Señor, que en la antigua ley era tan riguroso en el castigar, ahora tiene tanta misericordia aun con los reos de los mayores pecados?, pregunta Pelbarto; y responde: Se porta así por los méritos y por el amor de María.
Dice san Fulgencio: ¡Cuánto hace que hubiera sido aniquilado el mundo, si María no lo hubiera sostenido con su intercesión! Mas nosotros, dice Arnoldo de Chartres, podemos acercarnos a Dios en espera de todos los bienes, porque el Hijo es nuestro mediador ante Dios Padre y la Madre ante el Hijo.
¿Cómo no va a escuchar el Padre a su Hijo cuando le presenta las llagas que ha recibido por salvar a los pecadores? Y ¿cómo el Hijo no va a atender a la Madre cuando le recuerda que lo ha alimentado a sus pechos virginales? Dice san Pedro Crisólogo con hermosa y firme expresión, que esta humilde doncella, habiendo alojado a Dios en su seno, exige como pensión del hospedaje, la paz del mundo, la salvación de los que andan perdidos y la vida de los muertos.
Dice el abad de Celles: ¡Cuántos que merecían ser condenados por la divina justicia, se han salvado por la piedad de María! Es que ella es el tesoro de Dios y la tesorera de todas las gracias, por lo que nuestra salvación está en sus manos.
Por eso recurramos siempre a esta maravillosa Madre que es todo piedad, y estemos del todo seguros de salvarnos gracias a su intercesión, ya que ella –así nos anima Bernardino de Bustos– es nuestra salvación, nuestra vida, nuestra consejera, nuestro refugio y nuestra ayuda.
María, es precisamente, dice san Agustín, aquel trono de la gracia, al que nos exhorta el apóstol que recurramos con confianza para obtener la divina misericordia y hallar la gracia para una ayuda oportuna (Hb 4, 16).
Al trono de la gracia, comenta san Antonio, es decir, a María. Por esto santa Catalina de Siena llamaba a María administradora de la misericordia divina.