La contrición restaura el alma
Domingo 9 de julio de 2023
El Espíritu Santo trae constantemente al alma un vino nuevo, la gracia santificante, que debe crecer más y más. Este «vino nuevo no envejece, pero los odres pueden envejecer. Una vez rotos se echan a la basura y el vino se pierde». Por eso es necesario restaurar continuamente el alma, rejuvenecerla, pues son muchas las faltas de amor, los pecados veniales quizá, que la indisponen para recibir más gracias y la envejecen. En esta vida sentiremos siempre las heridas del pecado: defectos del carácter que no se acaban de superar, llamadas de la gracia que no sabemos atender con generosidad, impaciencias, rutina en la vida de piedad, faltas de comprensión…
Es la contrición la que nos dispone para nuevas gracias, acrecienta la esperanza, evita la rutina, hace que el cristiano se olvide de sí mismo y se acerque de nuevo a Dios en un acto de amor más profundo. La contrición lleva consigo la aversión al pecado y la conversión a Cristo. Ese dolor de corazón no se identifica con el estado en que puede encontrarse el alma por los efectos desagradables de la falta (la ruptura de la paz familiar, la pérdida de una amistad…); ni siquiera consiste en el deseo de no haber hecho lo que se ha hecho…: es la decidida condena de una acción, la conversión hacia lo bueno, hacia la santidad de Dios manifestada en Cristo, es «la irrupción de una vida nueva en el alma», llena de amor al encontrarse otra vez con el Señor. Por eso no sabe arrepentirse, no se siente movido a la contrición, quien no relaciona sus pecados, los grandes y las pequeñas faltas, con el Señor.
Delante de Jesús, todas las acciones adquieren su verdadera dimensión; si nos quedáramos solos ante nuestras faltas, sin esa referencia a la Persona ofendida, probablemente justificaríamos y restaríamos importancia a las faltas y pecados, o bien nos llenaríamos de desaliento y de desesperanza ante tanto error y omisión. El Señor nos enseña a conocer la verdad de nuestra vida y, a pesar de tantos defectos y miserias, nos llena de paz y de deseo de ser mejores, de recomenzar de nuevo.
El alma humilde siente la necesidad de pedir a Dios perdón muchas veces al día. Cada vez que se aparta de lo que el Señor esperaba de ella ve la necesidad de volver como el hijo pródigo, con dolor verdadero: padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros8. Y el Señor, «que está cerca de los que tienen el corazón contrito», escuchará nuestra oración. Con esta contrición el alma se prepara continuamente para recibir el vino nuevo de la gracia.