La Visita al Santísimo: el Señor nos espera
Viernes 14 de abril de 2023
La piedad eucarística, dice Juan Pablo II, «ha de centrarse ante todo en la celebración de la Cena del Señor, que perpetúa su amor inmolado en la cruz.
Pero tiene una lógica prolongación (…), en la adoración a Cristo en este divino sacramento, en la visita al Santísimo, en la oración ante el sagrario, además de los otros ejercicios de devoción, personales y colectivos, privados y públicos, que habéis practicado durante siglos (…). Jesús nos espera en este Sacramento del Amor.
No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo».
Jesús está allí, en el sagrario cercano. Quizá a pocos kilómetros, o quizá a pocos metros. ¿Cómo no vamos a ir a verle, a amarle, a contarle nuestras cosas, pedirle? ¡Qué falta de coherencia, si no lo hiciéramos con fe!
¡Qué bien entendemos esta costumbre secular de las «cotidianas visitas a los divinos sagrarios»!. Allí el Maestro nos espera desde hace veinte siglos, y podremos estar junto a Él como María, la hermana de Lázaro –la que escogió la mejor parte–, en su casa de Betania.
«Os diré –son palabras de San Josemaría Escrivá– que para mí el Sagrario ha sido siempre Betania, el lugar tranquilo y apacible donde está Cristo, donde podemos contarle nuestras preocupaciones, nuestros sufrimientos, nuestras ilusiones y nuestras alegrías, con la misma sencillez y naturalidad con que le hablaban aquellos amigos suyos, Marta, María y Lázaro.
Por eso, al recorrer las calles de alguna ciudad o de algún pueblo, me da alegría descubrir, aunque sea de lejos, la silueta de una iglesia: es un nuevo Sagrario, una ocasión más de dejar que el alma se escape para estar con el deseo junto al Señor Sacramentado».
Jesús espera nuestra visita. Es, en cierto modo, la devolución de la que Él nos ha hecho en la Comunión y «es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Señor, allí presente». Es continuación de la acción de gracias de la Comunión anterior, y preparación para la siguiente.
Cuando nos encontremos delante del sagrario bien podremos decir con toda verdad y realidad: Dios está aquí. Y ante este misterio de fe no cabe otra actitud que la de adoración: Adoro te devote… Te adoro con devoción, Deidad oculta; de respeto y asombro; y, a la vez, de confianza sin límites.
«Permaneciendo ante Cristo, el Señor, los fieles disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí mismos y por los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo.
Ofreciendo con Cristo toda su vida al Padre en el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe, su esperanza y su caridad.
Así fomentan las disposiciones debidas que les permiten celebrar con la devoción conveniente el memorial del Señor y recibir frecuentemente el pan que nos ha dado el Padre».