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Pequeña teología del afecto

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Martes 11 de abril de 2023

(Para Alberto y Chocolate con cariño)

Estoy seguro que algunos teólogos estrictos, desde el punto de vista de la fe, probablemente quedarán horrorizados cuando lean esto y seguramente recomendarán que me manden a la hoguera, cosa que francamente me tiene sin cuidado, porque Dios sabe que no busco ofenderlo, sino antes bien, todo lo contrario.

Siempre he creído que en el cielo hay animales y que al cielo también van aquellos que significan algo especial para su dueño (cuando éste, claro, tiene la dicha de ir al paraiso).

Reitero, esta afirmación seguro escandalizará a los puristas, que sin duda afirmarán que ante la presencia divina, todo lo demás pierde importancia.

Probablemente sea así, pero creo que el amor a nadie hace daño y a Nuestro Señor no le ofende saber que amamos y menos cuando se trata, de esos seres cuya existencia depende de nosotros y cuya lealtad y afecto, son realidades a toda prueba.

Yo no soy teólogo, pero soy como poeta, un convencido del amor de Dios y de su capacidad transformadora de nuestra existencia y estoy seguro también que Dios nos mandó cuidar y querer no solo a nuestros semejantes, sino también a todo ser viviente.

Obedeciendo tal disposición amamos a nuestras mascotas y animales domésticos, menos de lo que nos aman, con un amor puro y desinteresado.

Tal vínculo existía entre mi querido Alberto Pérez Palma y Chocolate, su pitbull, que era Pérez por supuesto, por apellido paterno (lo mismo que rememorando el anuncio que se promovía diciendo: Chocolate Pérez, que bueno eres y bebíamos con delectación, de niños).

Para Beto, Chocolate era otro de sus hijos, hablaba de él con el mismo tono de amor y orgullo paternal, que utilizaba cuando se refería a sus otros hijos, los humanos.

Y claro, consentía a Chocolate con el mismo cariño que se dispensa a los vástagos. En un par de ocasiones pude ver a Alberto detener al panadero para comprar pan dulce, que compartía a partes iguales con Chocolate, que disfrutaba del obsequio con evidente regocijo, lo mismo que un niño cuando le invitan su golosina favorita.

Alberto amaba especialmente a Chocolate, me consta. Cuidaba de él y le procuraba cuanto estaba a su alcance. Le prodigaba el mismo afecto que dispensamos a nuestros seres más allegados.

Cuando Alberto murió, Chocolate acusó el golpe. Permanecía triste y cabizbajo, echado en espera del regreso de su amo. Cuando pasaba por su casa, se ponía de pie y se acercaba para mirarme como preguntando por él, como inquiriendo cuando volvería.

De manera inexplicable para mí, tras la muerte de Alberto, nadie quiso hacerse cargo de Chocolate. Yo sabía que eso habría entristecido a mi amigo hasta matarlo.

Me dolía al alma no poder ser yo quien se hiciera cargo, por tener otro pitbull macho, así que fue providencial cuando me pidieron procurar hallarle hogar.

La cara se me iluminó. Le daría a Chocolate la mejor mamá, la más cariñosa, la más abnegada. Con ella tendría un hogar y un amor equivalente al que había perdido. Le daría a quien me hizo un fenomenal regalo de amor, dándome al segundo de mis hijos, mi primer hijo canino.

Desde el inicio hicieron química. Los seres buenos de inmediato conectan. Chocolate se fue con alguien que lo había deseado desde que tuvo noticias suyas y que lo amó en extremo.

Ella sabía que su amor tendría fecha de caducidad, que Chocolate iba enfermo, de cáncer terminal y de tristeza. No obstante, creímos que el amor podría hacer prodigios y curarlo.

Y creo que así fue. Chocolate empezó a demandarla y a exigir su presencia, cuando ella marchaba hacia el trabajo. Ella le dió esa ternura que le hacía tanta falta, porque Chocolate nunca dejó de extrañar a su amo.

Un día Chocolate comenzó a convulsionar y ya los medicamentos no sirvieron de nada. Decían que su corazón no funcionaba bien, pero creo que se había consumido de amor hacia su amo.

Decidimos dormirlo para abreviar su sufrimiento. De algún modo me hicieron parte de una decisión fatal, que hubiera no querido tomar nunca, pero que era no solo necesaria, sino inevitable. Alberto no habría permitido sufrir a Chocolate.

Así que Chocolate se durmió en el amor y estoy seguro que cuando despertó, movió la cola de felicidad al ver a Alberto que lo abrazaba y cubría de caricias.

Ahora ya ambos están juntos y emprenderán el camino hacia Dios y la felicidad eterna. Camino que todos inevitablemente habremos de seguir y que espero hacer acompañado de mi Poke.

Estoy seguro que Dios bendecirá esta pequeña teología del afecto y como padre bondadoso y consentidor que es, nos concederá la compañía de nuestros hijos perrunos por toda la eternidad.

Buen camino Chocolate y Alberto. Algún día nos volveremos a ver…

Dios, Patria y Libertad

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