Religión

Bergoglio humilló a Gänswein en varias ocasiones

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Viernes 13 de enero de 2013

En la página 240, Gänswein comienza a relatar las visitas y los libros que parecen ser para él el principio de los problemas: el de Vittorio Messori (p. 240-241), luego el de Dario Edoardo Viganò (p. 284-287) y el libro del cardenal Sarah sobre el celibato, libro «en coautoría» presentado, al que dedica nada menos que 12 páginas (de la p. 250 a la p. 262).

El capítulo se cierra con la sección del capítulo 8 en la que se ha centrado la prensa: «Il Prefetto Dimezzato» (El Prefecto reducido a la mitad). 

Según Gänswein, «cuando obtuve mi confirmación quinquenal a finales de 2017, [Francisco] quiso mantenerme en el cargo esencialmente por respeto al nombramiento hecho por Benedicto, aunque desde el principio sucedió cada vez con más frecuencia que se me ignoraba.

En mis responsabilidades, dado que Francisco prefirió en cambio gestionar las cosas directamente con mi adjunto, el Regente Padre Leonardo Sapienza» (p. 263).

Pone como ejemplo la ausencia que le pidió Francisco, cuando el 15 de junio de 2014 no le acompañó en su visita a la Comunidad de Sant’Egidio en Trastevere, y la llamada que recibió después de Andrea Riccardi preguntándole si él o Benedicto tenían algún problema con la Comunidad.

«En la medida en que me fue posible, comuniqué a Francisco el contenido de esa llamada telefónica y le expliqué que todo esto hacía problemático el funcionamiento de la oficina y socavaba mi autoridad y que, a nivel personal, me sentía muy humillado por no haberme aclarado el motivo de su decisión, así como por haber hablado <de ello> en presencia de otras personas, de modo que inmediatamente se difundieron en el Vaticano habladurías, con interpretaciones diversas.

Me respondió que yo tenía razón y que él no estaba al corriente del asunto; se disculpó, pero luego añadió que la humillación hace mucho bien…» (p. 263).

Otra tensión mencionada por Gänswein se refiere al apartamento que, en virtud de la misión asignada, correspondía al Prefecto de la Casa Pontificia.

Ese apartamento se encontraba en el ala antigua del Palacio Apostólico. «En la mañana del 22 de julio de 21016, yo esperaba como de costumbre a Francisco en San Dámaso, donde se toma el ascensor Noble.

Bajó del coche y me dijo inmediatamente: «He oído que usted tiene el apartamento en el Palacio Apostólico». Le precisé que se trataba del apartamento del Prefecto de la Casa Pontificia, que me había sido asignado temporalmente por razones del cargo.

«Por favor, no tome posesión de él ahora», añadió. Cuando le informé de que era normal que el Prefecto residiera allí, para desempeñar sus funciones [. . . ] me contestó: ‘Espere, primero debo hablar con mis colaboradores más cercanos; no haga nada hasta que reciba mi respuesta’.

Esto me disgustó porque intuí que había alguien detrás que maniobraba para apoderarse de aquel apartamento. El 2 de septiembre, Francisco dio al arzobispo una respuesta más definitiva:

«Estaba esperando mi respuesta y ahora le he dicho que deje las cosas como están. Cuando necesite un apartamento me haré cargo ‘. Ante mi expresión de gran asombro, me explicó que le habían señalado que allí vivían el Secretario de Estado (el cardenal Pietro Parolin) y el Adjunto de la Primera Sección para Asuntos Generales (el entonces arzobispo Giovanni Angelo Becciu), pero no el Secretario de la Segunda Sección para las Relaciones con los Estados.

Concluyó con firmeza: «Lo he decidido» y, de hecho, algún tiempo después, vi que el arzobispo Paul Richard Gallagher se había trasladado efectivamente a ese apartamento» (p. 265). 

Fue a finales de enero de 2020 cuando en el curso de una audiencia solicitada por Gänswein a Francisco (para explicar el caso del libro del cardenal Sarah), éste le pidió que se quedara con Benedicto XVI: «A partir de ahora quédate en casa. Acompaña a Benedicto, que te necesita, y sé un escudo para él». Me quedé estupefacto y sin palabras. Cuando intenté responderle que ya llevaba siete años haciéndolo y que podría seguir haciéndolo en el futuro, la conversación terminó abruptamente: «Tú sigue siendo Prefecto, pero a partir de mañana no vuelvas a trabajar. Le contesté, resignado: «No lo entiendo, no lo acepto humanamente [hablando], pero lo cumplo sólo por obediencia». Y, en respuesta, me dijo: «Ésa es una buena palabra. Lo sé porque en mi experiencia personal ‘aceptar obedeciendo’ es algo bueno». 

Unas semanas más tarde, en vista de que la prensa se había percatado de la inexplicable ausencia de monseñor Georg, la Oficina de Prensa de la Santa Sede emitió una notificación:

«La ausencia de monseñor Gänswein durante algunas audiencias de las últimas semanas , se debe a una redistribución ordinaria de los diferentes compromisos y funciones del Prefecto de la Casa Pontificia, que ejerce también el papel de secretario privado del Papa Benedicto» (p. 267). 

(…) el libro fue un trabajo preparado a la espera de su oportuna publicación. Se sabe que Benedicto XVI conocía el libro y parece que pidió que se publicara después de su muerte. Esto también hace más comprensible el empeño de marketing, -¿por parte de la Editorial? – que no sólo ha afectado a la imagen de Francisco, sino también a la de Gänswein. Es un marketing orientado a conseguir buenas ventas en lugar de respetar la intención del autor. (…)

Era el mediodía del lunes 9 de enero de 2023 cuando la Oficina de Prensa de la Santa Sede publicó la única audiencia privada de Francisco.

La persona recibida en audiencia fue monseñor Georg Gänswein. Faltaban tres días para su publicación. Habían pasado nueve días desde que se anunció.

Que el libro fue uno de los temas tratados es más que seguro. Que otro de los temas era el futuro del propio Gänswein, también se puede dar por seguro.

Que el propio entorno de un encuentro personal dio a cada uno la posibilidad de explicarse mejor y entenderse más, es más que comprensible. 

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