LA PROFECÍA DE LAS 70 SEMANAS DE DANIEL
Sábado 3 de septiembre de 2022
Por Juan Suárez Falco
Daniel 9, 20-27:
20 Mientras aún estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado de Israel mi pueblo, y presentando mis súplicas a Yahvé, mi Dios, por el santo monte de mi Dios; 21 y mientras aún estaba profiriendo mis plegarias, aquel varón Gabriel, a quien yo había visto antes en la visión, se me acercó en rápido vuelo, a la hora de la oblación de la tarde, 22 y me instruyó, y habló conmigo diciendo: “Daniel, he venido ahora para darte inteligencia. 23 Cuando te pusiste a orar salió una orden, y he venido a anunciarla; porque eres muy amado. Fija, pues, tu atención sobre la palabra y entiende la visión:
“24 Setenta semanas están decretadas para tu pueblo y para tu ciudad santa, a fin de acabar con la prevaricación, sellar los pecados y expiar la iniquidad, y para traer la justicia eterna, poner sello sobre la visión y la profecía y ungir al Santo de los santos. 25 Conoce y entiende: Desde la salida de la orden de restaurar y edificar a Jerusalén, hasta un Ungido, un Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos semanas; y en tiempos de angustias será ella reedificada con plaza y circunvalación. 26 Al cabo de las sesenta y dos semanas será muerto el Ungido y no será más. Y el pueblo de un príncipe que ha de venir, destruirá la ciudad y el Santuario; mas su fin será en una inundación; y hasta el fin habrá guerra (y) las devastaciones decretadas. 27 Él confirmará el pacto con muchos durante una semana, y a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la oblación; y sobre el Santuario vendrá una abominación desoladora, hasta que la consumación decretada se derrame sobre el devastador.”
En su comentario a este texto fundamental, el padre Straubinger cita como autoridad la figura del sacerdote español D. Pablo Caballero Sánchez, paúl, que escribió en 1946 un librito excelente titulado “Las setenta semanas daniélicas y el pueblo judío”.
Hemos tenido la gracia de adquirir y leer este opúsculo, que, a nuestro juicio, desentraña por completo la importantísima profecía de Daniel, que ha hecho correr ríos de tinta desde los Padres hasta ahora.
La crítica moderna, encabezada por el padre Lagrange, veía equivocadamente en esta profecía un continuo de años hasta la muerte y resurrección de Jesucristo. Para ello tenían que recurrir a un recuento no literal ni matemático y a hacer todo tipo de requiebros cabalísticos y violencia a las fechas y a la historia.
Pero las cosas de Dios son más sencillas: los santos Padres de la Iglesia (San Hipólito, San Cirilo de Jerusalén, San Jeremías, San Atanasio, etc.) entendían estas 70 semanas como un texto mesiánico hasta el nacimiento, muerte y resurrección de Cristo, sí, pero que no acababa ahí sino en la Segunda Venida o Parusía. Y, además, con perfecta cuadratura matemática, hasta donde ellos pudieron alcanzar a ver.
A esta opinión tradicional se sumó el padre Caballero Sánchez, añadiendo algunos elementos muy acertados, lo que la hacen ya, en mi opinión, irrefutable.
En lo que vamos a explicar ahora resumiremos la tesis de este brillante sacerdote y teólogo, con algunos aportes propios.
Recordemos que Daniel era el líder espiritual de los judíos desterrados a Babilonia por Nabucodonosor (otra parte, la más noble, la tribu de Judá fue llevada a España, Sefarad, como indica Abdías 1:20, aunque ése es otro asunto del que no hablaremos ahora). En el capítulo IX de su libro vemos a Daniel estudiando y suspirando por saber cuándo se terminarían los 70 años del destierro en Babilonia de los que hablaba el profeta Jeremías. Le vemos orando a Yahvé, pidiéndole perdón por sus pecados y por la apostasía de su pueblo, y misericordia para poder ser rehabilitados en su presencia y poder volver a Jerusalén.
Y en la oración y oblación de la tarde, que se realizaba a las 15 horas (la misma hora a la que moriría Jesús siglos más tarde), se le aparece el arcángel San Gabriel para instruirle por orden de Dios, no sólo sobre cuándo terminaría el destierro babilónico sino, más aún, para indicarle cuándo vendría el Mesías en humildad y pobreza (su primera Venida) y luego en gloria y majestad (su Parusía o segunda Venida).
En la profecía de Daniel, por tanto, Dios da un cronograma resumido de la historia de la salvación, que se aplica primeramente al pueblo elegido, Israel, y luego, tras el deicidio y la apostasía judaicas, a la Nueva Israel, la gentilidad, la cristiandad.
El Arcángel San Gabriel, como denota el gran Suárez, es siempre el enviado de Dios para anunciar las noticias de la Venida del Mesías. Y le dice a Daniel que mediarán 70 semanas de años, 490 años, para que se acabe con la maldad y el pecado y expiar la iniquidad, y para traer la justicia eterna, es decir, para que venga el Reino de Cristo en los nuevos Cielos y nueva Tierra, que no terminará nunca; para dar por terminada la visión profética sobre la primera y la segunda venidas y ungir al Santo de los santos, es decir, para instaurar el Reino de Cristo en la Tierra, tras la Parusía o Segunda Venida de Cristo.
El día inicial del cómputo de esos 490 años (dies a quo) es la “salida de la orden de restaurar y edificar a Jerusalén”, que el padre Caballero cifra perfectamente en el Edicto del rey Artajerjes (en el año vigésimo de su reinado) a Nehemías dándole permiso para volver a Jerusalén para reedificar la ciudad (mes de Nisán – marzo-abril – del año 453 a. C).
A partir de ese momento, comienzan a correr los tres tramos temporales que explica el arcángel San Gabriel, que son los siguientes:
- 7 semanas, dedicadas a la reconstrucción de las murallas y plazas de Jerusalén.
- 62 semanas, hasta que sea quitado de en medio Jesucristo, el Ungido, y su pueblo, el judío.
- 1 semana final, la del Anticristo, antes de la Parusía o segunda Venida de Jesús.
Estos tres períodos se separan en la profecía porque cada uno de ellos tiene un significado propio, un sentido de unidad interior que les diferencia de los otros.
Primer período: primeras 7 semanas (49 años): años 453 a.C – 404 a.C.
Nehemías, copero judío del rey Artajerjes, tras el permiso emitido por Edicto de éste del mes de Nisán del año 453 a.C. vuelve con un resto fiel desde Babilonia a reconstruir los muros y plazas de la ciudad de Jerusalén. Esto lo consiguieron finalmente culminar en medio de grandes angustias (in angustia temporum), pues las labores de reconstrucción se tuvieron que realizar a la vez que tenían que luchar con los pueblos circundantes (árabes, ammonitas y los de Ashdod), que no querían que Judá resurgiese de entre sus cenizas, como cuenta el propio Nehemías en su libro (capítulo 4, versículos 6-23).
Estos 49 años terminaron el año 404 a.C. con la muerte de Nehemías, terminada la obra principal.
La razón por la que el arcángel San Gabriel separa un primer período de 7 semanas en el futuro del pueblo elegido es la de celebrar la vuelta a Dios del pueblo que fue herido por su idolatría con el destierro de Babilonia. La vuelta a Jerusalén la hacen sólo los fieles, los otros se acomodaron a la idolatría y se quedaron en Babilonia.
Peor suerte corrieron las diez tribus del reino del Norte, Israel, que décadas antes había sido también desterrado, pero a la religión de Asiria, y que se perdieron para el judaísmo, volviendo en forma de invasiones bárbaras a asentarse siglos después dentro del limes romano, en Europa, convirtiéndose finalmente al cristianismo. Oráculo maravilloso del Señor.
Segundo período: las 62 semanas siguientes (434 años): años 404 a.C – 23 de marzo del año 31 d.C.
Las otras sesenta y dos semanas llegan hasta el «Ungido-Príncipe», o sea Jesucristo, que muere exactamente, según el padre Caballero, el 23 de marzo del año 31, a los 483 años de la misión de Nehemías.
El recuento de esos 434 años, a contar desde el año 404 a.C. termina el año 31 d.C. y excluye el año 0, como indican todos los historiadores, pues el año 0 no existe.
Gracias al celo de Nehemías y del sacerdote Esdras el judaísmo del pueblo que regresó a Jerusalén acabó purificado de su idolatría anterior y rebrotó pujante en su tierra original, viviendo fiel a Yahvé durante los siguientes siglos, resistiendo las influencias perniciosas del ambiente pagano que les circundaba y los terribles golpes de aquel remedo del Anticristo que fue Antíoco Epífanes.
Lamentablemente, el final de este segundo período de 69 semanas (7+62) acabó con la terrible tragedia del Deicidio: los judíos no reconocieron al Mesías por el que suspiraron desde Abraham. Al igual que Jonás predicó durante tres días en Nínive, pidiendo su conversión para evitar la destrucción de la ciudad a los 40 días, Cristo predicó tres años pidiendo la conversión del pueblo a Dios Padre. Al no convertirse nada más que unos pocos, a los 40 años (a contar desde el año 30 d.C), Tito, hijo del emperador Vespasiano, destruyó la ciudad en el año 70 d.C.
Nótese que estas 62 semanas del segundo período abarcan el judaísmo y el cristianismo; es decir, conforman un continuo porque Cristo es la continuidad y consumación del judaísmo auténtico y fiel, el de las promesas mesiánicas. El Hijo de Dios fue enviado a su pueblo para hacerle volver al Padre, siendo desechado, de donde se concluye que el cristianismo es la continuación natural del judaísmo fiel, el que reconoció en Cristo al Mesías.
Por eso el texto de la profecía de Daniel acaba abruptamente: et no ei (y no será más), en referencia al pueblo judío, antes habitáculo de Dios, que quedó réprobo, su sacerdocio execrado, rompiendo unilateralmente su alianza con Él (Jer. 11, 10-11), de lo que es símbolo inequívoco el velo rasgado del Templo, que acabó siendo destruido.
La viña fue quitada a sus propietarios y arrendada a los gentiles, la cristiandad, nuevos depositarios de la gracia, nuevo Israel espiritual, mientras que la Israel según la carne se separaba, como sarmiento, de la vid, se agostaba y se hacía furibundamente anticristiana, rechazando a Dios. Ellos mismos se maldijeron cuando profirieron aquel tremendo “Caiga su sangre sobre nosotros”, aunque ese bautismo con la sangre del Señor, como a Longinos, le acabará convirtiendo de nuevo al final de los últimos tiempos, en los que nos encontramos.
Por eso, el padre Caballero considera que el que fue evacuado y quitado de en medio no fue realmente Cristo que, a pesar de su muerte, resucitó y dio mucho fruto en la gentilidad, sino el pueblo judío, anticristiano y antitheos desde entonces. La sinagoga se convirtió en Sinagoga de Satanás, y casi todos los movimientos ateos filosóficos, económicos y teológicos que desde entonces han sido han surgido de sus profundidades, para intentar derrocar la cristiandad. Basta leer el Talmud para cerciorarse de ello.
Tercer período: la última semana, los últimos siete años, es la semana del Anticristo
Desde la muerte y resurrección de Cristo el pueblo de Dios, la nueva Israel, es la cristiandad: la catolicidad más en concreto, que ha florecido como rama injertada en el tronco del olivo original judío. Pero esta última semana presupone la apostasía final de la Iglesia católica, como advertía San Pablo (2 Tes. 2, 3), antes y durante el reinado del Anticristo político, es decir, de la Bestia del Mar de Apocalipsis 13, 1-10.
Porque lo que fue, eso será, y la apostasía de la Sinagoga previa al deicidio fue el tipo de la apostasía de la Iglesia católica al final de los últimos tiempos, antes de la persecución del resto fiel y de la Segunda Venida, que terminará la historia.
El padre Caballero lo explica muy bien, diciendo que un falso pontífice usurpará la silla de Pedro, constituyéndose en el falso profeta del Apocalipsis, la Bestia de la tierra o la religión, llevando a la Iglesia a la apostasía, y le prepararía el camino al Anticristo político. A la mitad de la semana será quitado el sacrificio perpetuo, la hostia, la misa, del lugar central, el Santuario, lo más santo (en latín, pinnaculum, sacrum; en griego pterugion, ieron).
Sabemos que el lugar más santo es el Sagrario, donde habita Cristo Eucaristía, presente real y sustancialmente bajo la apariencia del pan. El falso profeta y el Anticristo quitarán el Sagrario y pondrán en su lugar una estatua del Anticristo, para ser adorado en todos los templos católicos (Apoc. 13, 15), comenzando por la Basílica de San Pedro, que sustituirá a la Eucaristía durante 3 años y medio.
Tiene así sentido que haya dos katejon y que cada una de las dos figuras satánicas anticrísticas de Apocalipsis reemplacen aquello que les obstaculiza: el papado (to katejon, τό κατέχον, algo que retiene) sería el katejon del falso profeta: una vez quitado de en medio Benedicto XVI, Bergoglio ha usurpado el trono de Pedro, aunque sabemos que Benedicto sigue siendo el Papa reinante, claro. Y la Eucaristía sería el katejon (jo katejon, ὁ κατέχων, quien le retiene, Cristo mismo) del Anticristo político: cuando el falso pontífice Bergoglio quite la consagración, ésta siendo sustituida por una liturgia y sacrificio satánicos, por un cáliz de abominaciones. Y sólo entonces el Anticristo podrá sentarse en el trono de Cristo, haciéndose adorar como Dios, poniendo una estatua suya donde antes estaban todos los sagrarios, en cada Iglesia. Es decir, el falso profeta ya ha reemplazado al verdadero Papa, y el Anticristo político deberá reemplazar al verdadero Cristo, presente en la Eucaristía.
Este príncipe, al que Israel aclamará como Mesías, y al que el falso pontífice habrá preparado el camino, concertará una alianza con muchos al comienzo de la semana (7 años), siendo coronado Emperador del mundo. Pero a la mitad de la semana quitará la consagración y desatará la gran tribulación contra el resto fiel de la Iglesia, hasta que sea derribado por la Parusía de Jesús, instaurando el reino eterno en la Tierra, del que es prefiguración la piedra que, desprendida de lo alto, derriba la estatua del sueño de Daniel y la hace añicos, creciendo hasta hacerse una montaña que cubrió toda la Tierra (Daniel 2, 35).
Cuando el Anticristo persiga también a Israel ellos se darán cuenta de que Aquel al que traspasaron era realmente el Mesías, y harán luto como se hace por un hijo (Zacarías 12, 10). Y serán ellos los que clamen al Cielo por Cristo, haciéndole bajar, diciendo “Ven, Señor Jesús” y “Bendito el que viene en nombre del Señor” (Mt, 23, 39).
Vuelve el hijo pródigo (el pueblo judío) a la casa paterna… Tras la conversión de Israel (exceptuados los réprobos, Rom, 11, 26) y la Parusía, tras cumplirse las 70 semanas, cesará también entonces el arriendo de la viña a otras gentes. Jerusalén volverá a ser la capital religiosa de la humanidad y de la Iglesia. Esta semana escatológica se clausura con la tempestad divina, con la Parusía, que limpia definitivamente la tierra por medio del Emmanuel, que vuelve en gloria y majestad para que en la Tierra renovada resplandezca el nuevo orden del reino de Dios, gloria de Israel y de los gentiles, unidos bajo el poder y la misericordia de la Santísima Trinidad.
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