La mujer más bella del siglo, escandalizó Europa en la Belle Époque y acabó sus días como monja
Estrella artística y sentimental de la Belle Époque, Liane de Pougy (1869-1950), llegó a ser rica y coleccionó experiencias extremas, burlándose de toda regla moral. Pero en su camino, al final, encontró a Dios. Rino Cammilleri ha contado su historia en su clásica sección Il Kattolico del mensual italiano de apologética Il Timone:
«La mujer más bella del siglo» se metió a monja
Una de las virtudes que Santo Tomás admiraba era la magnanimidad. Que no debe confundirse con la liberalidad. Hay que tener cuidado, porque la magnanimidad, cuyo significado literal es alma grande, la tienen hasta los malvados. De hecho, hay diferencia entre un ladronzuelo de pollos y un atracador a mano armada de bancos. Es decir, se puede ser pequeño incluso en la maldad, pero un gran malvado que se convierte llega a ser un gran santo.
Pensemos en San Pablo o San Agustín, así como en toda una serie de santos que, liberados de los «siete demonios», se convirtieron en la Magdalena. Lo comprendió Manzoni, que colocó a dos grandes conversos (el padre Cristoforo y el Innominado) en su obra maestra [Los novios]. A propósito de Magdalena, esta santa tuvo admiradores en la Belle Époque, que también era la puritana época victoriana, cuando los escándalos eran verdaderos y planetarios. Y una mujer que se dedicaba a ellos tenía cien veces más valor y garra que las modernas actrices de tres al cuarto de TikTok.
En este espacio que ocupo desde hace más de veinte años, he hablado de algunas de esas mujeres, solo tienen que hojear la colección de Il Kattolico. Encontrarán a Éve Lavallière, reina de la Comédie Française, que acabó en clausura. O la baronesa Alessandra Di Rudini, amante de Gabriele D’Annunzio, que terminó sus días en un convento, hija de un primer ministro, casada y con hijos, sin reparar en el revuelo causado por su, digamos, transgresión. O Ida Rubinstein, bailarina idolatrada que no dudaba en actuar desnuda, y, ella también ninfa de «el Vate» [apodo de D’Annunzio]: convertida, acabó sus días en un monasterio.
El primer divorcio
Voy a hablar de una de esas mujeres turbulentas, una de aquellas que en su momento volvían locos a jefes de Estado, magnates y miembros de la alta nobleza, no pocos de los cuales llegaron a volarse los sesos por no conseguir sus gracias o porque, una vez conseguidas, se dieron cuenta de que tenían que compartirlas.
El personaje del que vamos a hablar hoy fue definido por los contemporáneos como «la mujer más bella del siglo». En efecto, lo que realmente daba que hablar era su rivalidad con la famosa Bella Otero, la otra miss Universo que, con sus perturbadores bailes, quitaba el sueño a legiones de hombres de todos los rangos. Se llamaba Liane de Pougy y, si cabe, su escándalo fue el más escandaloso de todos porque no sólo se acostaba con hombres, sino también con mujeres. Et en plein air.
Su verdadero nombre era Anne-Marie-Olympe Chassaigne, francesa nacida en La Flèche, en la región del Loira, en 1869. Su padre era un oficial del ejército y su madre una aristócrata. La mandaron a estudiar al internado que los jesuitas tenían en St-Anne-d’Auray, un lugar muy significativo para la fe por haber sido escenario, dos siglos antes, de la única aparición reconocida de Santa Ana, la madre de Nuestra Señora. Tenía dieciséis años cuando se casó con el teniente Henri Pourpre, con quien tuvo a su único hijo, Marc. Este último fue piloto de caza y cayó en el primer año de la Gran Guerra.
Su marido resultó ser un hombre violento y maltratador. Ella, al parecer, no tardó en engañarle e incluso se llevó un disparo de pistola cuando fue sorprendida con su amante. El mal matrimonio duró sólo dos años. Después fue a París y pidió el divorcio, provocando la consternación de sus católicos padres. Que, sin embargo, todavía no habían visto nada.
Rompecorazones y éxito
En la capital sedujo a Henri Meilhac, un consagrado dramaturgo que incluso le consiguió una actuación en el Folies Bergère, el famosísimo y transgresivo music-hall que todavía existe. Le pagó clases de interpretación y de baile con la conocida Madame Mariquita, una coreógrafa de origen argelino que, al ser huérfana, sólo era conocida por su nombre artístico, «mariquita». Así, la joven Anne-Marie se convirtió en Liane de Pougy, una bailarina de cabaret.
No pasó mucho tiempo antes de que se fijara en ella Emile-Louise Delabigne, verdadero nombre de la condesa Valtesse de La Bigne, una cortesana de alto standing que la introdujo en la alta sociedad parisina y le enseñó todos los trucos para aumentar su caché.
Liane no tardó en contar entre sus admiradores (eufemismo) con nombres como Maurice de Rothschild, el inglés lord Carnarvon y el conde polaco Roman Potocki. Fue el famoso Edmond de Gouncourt el que acuñó la definición de «la mujer más bella del siglo». Liane llegó a ser muy rica gracias a los regalos, entre otras cosas porque, como ya he dicho antes, se entregaba a ambos sexos. Llegó a poseer un palacio entero en el centro de París, una residencia de verano en Bretaña y una suite privada en el Carlton de Lausana (Suiza). El mundo de la cultura también se la disputaba. Max Jacob, por ejemplo, solía pasar sus vacaciones con ella.
Novelas y escándalos sáficos
Sí, porque Liane de Pougy también tenía talento para la escritura y escribió novelas y obras de teatro. Impúdicas. Aquí tienen un par de títulos: Idilio sáfico y Las sensaciones de la señorita de La Bringue. En 1899 conoció a la escritora estadounidense Natalie Clifford Barney, y ambas se convirtieron en amantes coram populo. Su romance llenó las crónicas de sociedad durante algún tiempo, pero la estadounidense se aburrió porque parece que la monogamia no iba con ella. Liane puso por escrito toda su historia en la novela cuyo título explícito menciono arriba y que se convirtió en un best seller.
‘El bar de Maxim’s’ de Pierre Victor Galland (1890): el París en el que triunfó Liane de Pougy.
En 1910, en la cima de su indiscutible fama, se casó con el príncipe rumano Georges Ghika. La unión duró dieciséis años nada menos, hasta que el príncipe se fugó con la mucho más joven Manon Thiebaut, que había sido una de las amantes de Liane. La ex divorciada, actriz, bailarina, cortesana bisexual, escritora y ahora incluso princesa no tardó en consolarse. Con mujeres; porque le había prometido al príncipe que no volvería a estar con ningún hombre y, a pesar de la infidelidad de este, quién sabe por qué, ella mantuvo la promesa. Él volvió sobre sus pasos al cabo de unos meses, quizás porque Manon se había aburrido o se había cansado de despertar junto a un abuelo. Pero para entonces algo se había roto y el resto del matrimonio fue prácticamente un desastre. Mientras tanto, sin embargo, algo más se agitaba en su interior.
El redescubrimiento de la fe
El tiempo pasaba y la edad había apagado los ardores, dejando paso a la reflexión. La nostalgia de los días de su inocencia, la cálida seguridad de la religión de sus padres, sus estudios en St-Anne-d’Auray y lo que podría haber sido su vida si hubiera tomado el camino correcto: todos estos pensamientos se arremolinaban en la mente de Anne-Marie.
La gota que colmó el vaso llegó en un orfanato para discapacitados de Grenoble. Las grandes damas solían hacer obras de caridad, y ella era una princesa. Esos pequeños a los que nadie quería le rompieron el corazón. Fue una monja de aquel orfanato de Saint-Agnès la que le ofreció un hombro en el que llorar.
En 1945, la decisión. A la muerte de su marido, se hizo monja terciaria dominica y se puso a trabajar en el orfanato. Tomó el hábito y se convirtió en la hermana Anne-Marie-Madeleine de la Pènitence. Fíjense en los dos nombres: Magdalena y Penitencia. Y efectivamente fue una penitencia, si Dios le concedió su deseo de morir en la Nochebuena de 1950. En su funeral no hubo nadie, como ella había pedido. Tenía 82 años. Quienes la vieron dijeron que en su rostro aún se podían ver los signos de la antigua belleza de la «mujer más bella del siglo» anterior.