Seis razones (de fe, espirituales y también psicológicas) para santiguarse bien y con frecuencia
Santiguarse es un gesto tan habitual en los católicos, incluso por parte de aquellos que practican poco la fe e incluso lo tienen como única oración del día, que se corre el riesgo de olvidar sus significados profundos. El escritor y vaticanista Aldo Maria Valli los recuerda en un reciente post de su blog:
Seis motivos para hacer (bien) la señal de la Cruz
Los católicos deberíamos tener en la máxima consideración la señal de la Cruz. Pese a lo cual, ¡cuánto la descuidamos! A veces se convierte en un garabato apresurado, como si nos avergonzásemos. Otras veces se utiliza casi como una superstición o un sortilegio (¡ay, señores futbolistas…!).
Sin embargo, “cuando aprendemos a tomarnos en serio este gesto, santiguándonos frecuentemente con fe y respeto, podemos obtener grandes frutos”, escribe Bert Ghezzi, conferenciante y autor de numerosos libros, entre ellos La señal de la Cruz, consagrado precisamente a la importancia de la señal de la Cruz.
“Después de todo, la señal de la Cruz no es solamente un gesto piadoso. Es una oración poderosa, un sacramental de la Iglesia”, cuyos significados, a la luz de las Escrituras y de la enseñanza de los santos y de los Padres de la Iglesia, se pueden sintetizar en seis puntos fundamentales.
1. Es un mini-Credo
La señal de la Cruz es una profesión de fe en Dios tal como Él se nos ha revelado. Puede ser considerada una forma abreviada del Credo de los Apóstoles.
Al tocarnos la frente, el pecho y los hombros (y en algunas culturas, también los labios) declaramos nuestra fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Estamos anunciando y manifestando nuestra fe en lo que Dios hizo por nosotros: la Creación de todas las cosas, la Redención de la humanidad del pecado y de la muerte y la institución de la Iglesia, que ofrece a todos una nueva vida. Cuando nos santiguamos, nos hacemos conscientes de la presencia de Dios y nos abrimos a que intervenga en nuestra vida.
Solo esto bastaría para transformarnos espiritualmente, pero en la señal de la Cruz hay mucho más.
2. Es una renovación del bautismo
Los cristianos del siglo I empezaron a hacer la señal de la Cruz como memoria y renovación de lo que les sucedió cuando fueron bautizados. Y para nosotros sigue siendo así.
Cuando nos santiguamos, proclamamos que en el bautismo hemos muerto sacramentalmente con Cristo en la Cruz y hemos ascendido con Él a una nueva vida (Rom 6, 3-4; Gál 2, 20). Con la señal de la Cruz pedimos al Señor que renueve en nosotros las gracias bautismales. Reconocemos además que el bautismo nos ha unido al Cuerpo de Cristo y nos ha convertido en colaboradores del Señor en su obra de salvación del pecado y de la muerte.
3. Es un signo de discipulado
Con el bautismo, el Señor nos reclama como hijos suyos, marcándonos con la señal de la Cruz. Cuando ahora nosotros nos santiguamos, afirmamos nuestra lealtad hacia Él. Al trazar la Cruz sobre nuestro cuerpo negamos pertenecernos a nosotros mismos y declaramos que solo le pertenecemos a Él (Lc 9, 23).
Para denominar la señal de la Cruz, los Padres de la Iglesia utilizaron la misma palabra que se empleaba en la Antigüedad para indicar la propiedad. La misma palabra que se refiere a la marca del Señor sobre sus discípulos se utilizaba para designar la marca que hacía un pastor en sus ovejas, el tatuaje de un general sobre sus soldados o el sello del cabeza de familia sobre sus servidores.
Esa firma que es la señal de la Cruz dice que somos las ovejas de Cristo y podemos contar con sus cuidados; que somos sus soldados, encargados de trabajar junto a Él para que su Reino avance sobre la tierra; que somos sus siervos, dispuestos a hacer lo que nos diga.
4. Es una aceptación del sufrimiento
Jesús nos prometió que el sufrimiento sería una componente normal de la vida de todos sus discípulos (Lc 9, 23-24). Por tanto, cuando nos “firmamos” con la señal de la Cruz, estamos aceptando cualquier dolor como consecuencia de nuestra fe en Cristo. Hacer la señal de la Cruz quiere decir tomar la Cruz y seguir a Jesús (Lc 9, 23).
Al mismo tiempo, sin embargo, la señal de la Cruz nos consuela con la conciencia de que Jesús, que sufrió la crucifixión por nosotros, se une ahora a nosotros en nuestro sufrimiento y nos sostiene.
Santiguarnos proclama también otra verdad importante: afirmamos, con San Pablo, que nuestros dolores como miembros del cuerpo de Cristo contribuyen a la obra salvífica del Señor y al perfeccionamiento de la Iglesia en la santidad (Col 1, 24).
5. Es una doble jugada contra el diablo
Cuando el diablo vio a Jesús morir en la Cruz, pensó erróneamente que había conseguido una gran victoria. Pero el Señor le sorprendió con una derrota ignominiosa (1 Cor 2, 8). Desde la mañana de Pascua hasta hoy, la señal de la Cruz hace estremecer y huir al diablo.
Hacer la señal de la Cruz es, por tanto, una jugada defensiva, que declara nuestra inviolabilidad ante la influencia del diablo. Pero es también un arma ofensiva en la batalla. Anuncia nuestra colaboración con Jesús en el imparable progreso del Reino de Dios contra el reino de las tinieblas.
6. Es una victoria sobre la carne
Hacer la señal de la Cruz (Gál 5, 16-22) manifiesta nuestra decisión de crucificar los deseos de la carne y vivir según el Espíritu.
Al igual que cuando nos quitamos una camisa sucia, hacer la señal de la Cruz indica que nos despojamos de nuestras malas inclinaciones y nos revestimos de Cristo (Col 3, 5-15).
Los Padres de la Iglesia enseñaron que la señal de la Cruz vence poderosas tentaciones como la ira y la lujuria. Por consiguiente, no importa con qué fuerza seamos tentados: podemos usar la señal de la Cruz para activar nuestra libertad en Cristo y vencer también nuestros pecados más enojosos.
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Por tanto, y resumiendo, cuando hacemos la señal de la Cruz:
-profesamos nuestra fe;
-declaramos haber renacido con el bautismo;
-afirmamos que pertenecemos a Cristo y queremos obedecerle;
-aceptamos cualquier sufrimiento como participación en el sufrimiento de Jesús en la Cruz;
-nos defendemos del diablo y al mismo tiempo atacamos al enemigo;
-vencemos a la carne y ponemos a Cristo en primer lugar.
¡Por todo ello vale la pena santiguarse bien!