Opinión

Corazón de Niño

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Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo

Alberto Cortés

Nos conocimos desde muy pequeños. La amistad entre nuestras familias, data según entiendo, desde nuestros bisabuelos. Desde muy niño Pancho era gordito, carismático, elocuente y juguetón.

En nuestra ya lejana adolescencia, él era conservador y yo liberal, consecuencia de las visiones de nuestros colegios: él era alumno de una escuela de maristas y yo, de una presbiteriana. Con el transcurso de nuestras existencias, las cosas se tornaron al revés y entonces yo me volví el conservador y el se transformó en liberal.

Nuestra amistad se afianzó al encontrarnos cotidianamente en concursos de oratoria y de conocimientos. A ambos nos gustaba capturar la atención de un auditorio y también ambos éramos lectores fanáticos de cuanto cayera en nuestras manos.

Con nuestra juventud y ansiosos de conocer y correr mundo, tomamos rumbos distintos, pero convergentes: Pancho se involucró en la política a través de Carlos Castillo Peraza y yo en la cultura, a través de Nidia Esther Rosado, Luis Pérez Sabido y Coki Navarro.

Empero, dos almas sensibles, siempre coinciden y bajo la égida de gente como Coki, Ramón Triay y amigos de nuestras andanzas como Rudy Vallado, Benjamin Franco y muchos otros, tuvimos muchas oportunidades de convivir y conbeber.

Porque Pancho, como el mítico Papá Montero del que hablaba Nicolás Guillén en los poemas del Sóngoro Cosongo era bebedor de trago largo, garganta de hoja de lata, en mar de ron barco suelto, jinete de la cumbancha… y decía que decir que no a una posibilidad de tomar los tragos, era lo mismo que rechazar una propuesta de amor. Y cuando se tienen veinte años señores, no se rechaza nada.

Los años pasaron y los compañeros de mil batallas y mil botellas, nos fuimos batiendo en retirada, conforme se disipaban nuestros sueños de juventud y la realidad se imponía lenta e indefectiblemente: trabajamos, nos casamos, tuvimos hijos, nos divorciamos… Solo Pancho seguía igual. Era como un rebelde Peter Pan, el niño que se negaba a crecer.

Porque hay que decir que el gordo si algo tuvo siempre, fue corazón de niño. Jamás perdió la sensibilidad, la capacidad de asombrarse y conmoverse. Baste decir que en épocas aciagas económicamente para mí, siempre conté con él. Nunca hubo Navidad entonces, que no me llamase para preguntarme que juguete necesitaba mi hijo, consciente de mi precariedad presupuestal.

Y es menester resaltar que si algo caracterizó siempre a Pancho, fue su sensibilidad, su buen corazón y su generosidad. Nunca olvidaré la fiesta de mi pequeño ahijado en la que estuvo Pancho y que al escuchar las notas de Di Por Qué, rompió en llanto, haciendo llorar también al niño.

Quienes lo conocimos fuimos conscientes de que Francisco inventó un personaje llamado Pancho Cachondo, para hacer cosas de dudosa moralidad, a ejemplo del caso del Doctor Jekyll y Míster Hyde, relatado por Robert Louis Stevenson.

Porque mientras a nivel nacional todo mundo hablaba de sus travesuras (como la de la foto que se tomó en tanga con el logotipo del blanquiazul y que le costó la expulsión del partido, que probó de esta manera que el sentido del humor no era su fuerte) y de su afición a visitar bares, table dances y otros lugares non sanctos, sus amigos sabíamos que eso no era más que consecuencia de la publicidad requerida por el personaje, porque el autor, el licenciado Francisco Solís Peón, era muy distinto: era el hombre culto, educado, erudito, de buen corazón y que escribía poesía, que se empeñaba celosamente en no dar a conocer.

Lo malo, es que lo mismo que en la novela de Stevenson, el personaje se fue comiendo al autor y muchos veíamos con preocupación, que Pancho Cachondo prevalecía sobre Francisco Solís Peón.

Empero, creíamos que Pancho, como Dalí, sería eterno y que sería uno de esos viejos adorables de los que en la ancianidad, recuerdan sucesos de su azarosa vida pasada y que dan sabios y prudentes consejos.

Pero no veíamos a Pancho sentar cabeza, hasta que apareció en el firmamento de su existencia, el astro que confirmó su calidad de adorador de la luna y lo mismo que nuestro satélite natural gobierna las mareas, llegó a transformar al gordo.

Pancho se moderó bastante, empezó a acudir a misa y entró en una dinámica de vida familiar y de responsabilidades inédita para él, hasta que inevitablemente los años y los excesos cometidos, le pasaron la factura.

Me llena no obstante, de tranquilidad y satisfacción, la certeza de que en los últimos días Pancho tuvo contricción y arrepentimiento y pidió gracia a Nuestro Señor.

Pancho, que más que mi amigo, era mi hermano, se adelantó en la senda que todos, tarde o temprano, hemos de recorrer. Descanse en paz el bohemio, el soñador, el aventurero, el eterno corazón de niño, que contumaz, siempre se negó a envejecer.

Viejo, te mando un fuerte abrazo hasta la eternidad. Ahí te encargo que le hables bien de mí al Jefe. Ya nos volveremos a encontrar más adelante.

Duerme en paz, corazón de niño. Vives como parte imborrable de nuestro recuerdo. Tus amigos, los que somos la familia que escogiste, te extrañaremos horrores, puedes estar seguro. Te querré siempre y hasta el fin de los tiempos.

Seguimos pendientes…

5 comentarios en «Corazón de Niño»

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