EL SÍNODO DEL DIABLO
Padre Bonifacio
Cuando a San Atanasio le invitaban los Obispos arrianos y filo-arrianos a sínodos para debatir las disputas teológicas, lo hacían no con el interés de llegar a la verdad, sino de hacer prevalecer su posición predominante (eran mayoría) e incluso de eliminar físicamente a San Atanasio: una emboscada para asesinarlo. Por medio, toda clase de amenazas, engaños e intrigas. Todo muy propio de hermanos en Cristo, ¿verdad? Pero es que los hijos de las tinieblas no reparan en nada, con tal de conseguir sus objetivos. San Atanasio tuvo que escapar alguna vez de noche, oculto, para salvar su vida. Con el enemigo no se dialoga: se lo reprende. Eso es lo que hizo San Atanasio y eso es lo que deberían hacer hoy los Obispos valientes y rectos que todavía quedan. Eso es lo que hizo San Nicolás abofeteando a Arrio con santa ira ante sus blasfemias. Lo que hizo San Hilario de Poitiers con su predicación y su vida, denunciando la herejía de aquel tiempo. Lo que hizo el Obispo Osio de Córdoba, otro gigante que lidió aquellas luchas, reprendiendo incluso al emperador romano y defendiendo la fe católica contra los arrianos.
Aquellos hombres de Dios no necesitaban ponerse de acuerdo, porque estaban en el mismo espíritu, eran movidos por el Espíritu de Dios. Los Concilios fueron no para ponerse de acuerdo los católicos, sino para defender al pueblo de las herejías y anatematizar a los herejes, es decir, a los que perseveran en el error y no aceptan la corrección, demostrando que no tienen buena voluntad, que no juegan limpio, y que, rebeldes como son, no tienen voluntad alguna de convertirse.
Hoy se nos presenta un panorama irreal, falso, sin luchas, sin guerras, sin herejes, sin peligros, sin males, sin diablo, sin condenación posible, sin infierno. Pero esto no hace sino confirmar que estamos en lo peor de la guerra, y que nuestro adversario ha conseguido seducir y obnubilar a una inmensa mayoría de pánfilos, tontos y traidores. Sin embargo, aún quedan Atanasios, Hilarios, Nicolases y Osios. Y si no quedasen tantos entre los pastores, no faltarán entre los fieles, pues la Iglesia pertenece no a ningún hombre, sino al Espíritu Santo, quien cuenta con quien quiere y usa a quien quiere, y cuando los capitanes no colaboran, no le faltarán bravos soldados de los que echar mano.
Pero lo que no faltan hoy son los Arrios y sus defensores que incluso convocan nuevos sínodos con perversas intenciones… (nada nuevo bajo el sol, pero advertidos deberíamos estar). No les importa la verdad ni la vida eterna, ni la gloria de Dios. Como aquellos precursores suyos, éstos también se han robado los templos y la estructura de la Iglesia, para prostituirla, y someterla al servicio de sus más oscuros deseos.
Lo que se revela hoy ante nuestros ojos es el desarrollo final de esta gran guerra de los siglos, entre las dos «ciudades», que decía San Agustín, las dos ciudades que hay y que coexisten, la ciudad de Dios, cuyos ciudadanos aman a Dios sobre todo, hasta el desprecio de sí mismos, y la ciudad del mundo, cuyos ciudadanos se aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios. La ciudad del mundo se levanta insolente, con construcciones desafiantes como la de Babel, y cuyos arquitectos y trabajadores rechazan la piedra angular de toda construcción santa, que es Cristo. Lo que se edifica sin Cristo caerá, pero aun así, esos constructores pérfidos insisten en su error rebelde. Hoy la construcción de la ciudad del mundo está siguiendo los planos del edificio del nuevo orden mundial y del edificio de una falsa iglesia para apoyar y sostener ese orden del anticristo. Para ello, los constructores religiosos escogieron como capataz jefe a Bergoglio, y para pasar decididamente a la fase final de esa construcción, muy avanzada ya, han convocado este Sínodo «de la sinodalidad», es decir, el Sínodo horizontal, terrenal, mundano, al servicio de la Babel moderna.
La verdadera Iglesia edifica el templo espiritual de la ciudad de Dios y clama por la venida de su Rey en poder y gloria. Cristo regresa pronto, está a las puertas, y lo que se edifique de espaldas a esta realidad, por amor desordenado a este mundo presente, perecerá. La falsa iglesia mundana y apóstata ni espera ni desea el regreso de Cristo, ni mucho menos colabora con su venida; lo que quiere es realizar su reino en este mundo, en alianza con los poderosos de la tierra, cauterizando las conciencias para que no tengan más esperanza que para la vida presente. Pero el trono que levantan es para el anticristo, no para Cristo. El culto de esa falsa iglesia es para Satanás, no para Dios.
La iglesia «sinodal» que se pretende erigir a partir de este sínodo es la ramera, no la Iglesia apostólica que tiene su fundamento en la Verdad que es Cristo y que los apóstoles transmitieron. La Iglesia verdadera conserva el depósito de la fe y lo transmite con su enseñanza y su vida, dando testimonio, como los apóstoles de Jesucristo, muerto, resucitado y que regresa para reinar sobre todo. Porque «Cristo tiene que reinar hasta que todos sus enemigos sean colocados como escabel de sus pies» (1 Co 15,25).
La iglesia falsa ha apostatado del depósito de la fe, no ama a Cristo, no lo presenta como único Salvador, no lo adora ni lo obedece como «mi Señor y mi Dios» (Jn 20,28), en confesión de Santo Tomás.
Por eso la falsa iglesia se centra en la tierra, en el aquí y ahora, negando los novísimos. Pero no sólo la escatología y todo lo referido a la salvación y condenación eternas, sino que también necesariamente a la vez niega la protología, los orígenes, y todo lo que tiene que ver con la verdad de la creación del hombre por Dios y la verdad del pecado original y sus consecuencias. Son verdades incómodas, que estorban para que los hombres sigan con su Babel.
Con pretexto de cuidado de la Creación, la falsa iglesia cae en la ideología del ecologismo y en la herejía del panteísmo, adorando a los ídolos y demonios que los paganos adoraban bajo apariencia de elementos de la naturaleza.
Con pretexto de fraternidad humana, cae en las ideologías del humanismo secularista y el pacifismo, y las herejías del pauperismo, del irenismo, del indiferentismo religioso, del pelagianismo y muchas otras, poniendo al hombre en el lugar de Dios y en definitiva adorando al Rebelde, quien dijo «Seréis como dioses» (Gn 3,5), y a quien Cristo reprendió: «Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él servirás» (Mt 4,10).
Con pretexto de humanitarismo y cuidado de la salud, se colabora con unas normas anti-sanitarias, con la tiranía liberticida de los nuevos totalitarismos que preludian el NOM, y con los grandes «filántropos» que manejan (y financian para controlarlas) la OMS y la ONU, así como las grandes farmacéuticas y sus no-vacunas sanguinarias, es decir, siervos del diablo que odian a la humanidad, y en cuyas manos la falsa iglesia quiere colocar a los hombres, en manos asesinas, y para que se inoculen con el fruto del sacrificio demoníaco de abortos. Pero este pretexto viene muy bien para cambiar el culto, y cambiando el culto, la doctrina y la moral. Para esta falsa iglesia Cristo en la Sagrada Eucaristía ya no es el Médico de los cuerpos y de las almas, sino un «elemento sospechoso», incluso peligroso, que hay que manipular con «precaución»… la precaución de los que manejan bombas para desactivarlas. Nuevamente, se cumplen aquellas palabras: «Quien quiera salvar su vida la perderá» (Mt 16,25).
Con pretexto de atención pastoral, niega el pecado, abandona su misión de llamar a la conversión y guiar a la salvación, deja de administrar los medios ordinarios de la gracia o los pervierte, niega a Jesucristo, y se convierte en la iglesia farisaica de aquellos que «ni entran ni dejan entrar a los demás» (Mt 23,13). La Puerta es Cristo, único Camino, Verdad y Vida. Esta falsa iglesia es enemiga de Cristo, y como los fariseos de aquel tiempo merecen que se les diga: «Tratáis de matarme… Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Éste era homicida desde el principio» (Jn 8,40.44).
Y todos esos «pretextos» son los que están por detrás de este «sínodo». De hecho el sínodo es un gran pretexto en sí mismo. Dicen que se trata de hacer un «camino juntos», pero se cuidan mucho de decir adónde quieren caminar. No es de la mano de Cristo a la Verdad, a la santidad, a la renovación y reforma necesaria en la Iglesia para que seamos fieles al Señor, despojándonos de aquello que no le da gloria, es más, de tantas cosas que le dan asco. No. Se trata de caminar juntos con los inconversos, con los herejes, con los mundanos, sin rumbo prefijado, para terminar vaya usted a saber dónde… O mejor dicho, para terminar donde quieren llevar a la Iglesia universal, a la apostasía, al hundimiento, al regazo del anticristo y de su nuevo orden mundial, al sincretismo que renuncia a la verdad y a la salvación.
El sínodo de la familia fue otro pretexto. El sínodo de la Amazonía fue otro pretexto. El camino sinodal alemán es otro pretexto. Y todos confluyen en este gran sínodo de dos años repartidos en tres etapas de 6 meses cada una, un triple 6.
Todo es un gran pretexto. Detrás está el padre de la mentira. Con sus engaños está cegando a los bienintencionados para arrastrarlos, con Bergoglio y su falsa iglesia sinodal, cual brujo flautista de Hamelín, a sus insaciables fauces. Es el sínodo no de la sinodalidad, que nadie sabe definir. Quitémosle la «mascarilla»: Es el sínodo del diablo.