HISTORIA DEL SÁNDWICH Y EL CAFÉ LOUVRE
Cuenta una leyenda generalmente aceptada, que el británico John Montagu, IV conde de Sandwich, fue enviado en 1746 como comisionado para tomar parte en las negociaciones que se llevaban a cabo en Aquisgrán, con el propósito de conseguir la firma de un tratado de paz que pusiera fin a la Guerra de Sucesión Austríaca que llevaba en marcha desde 1740.
Fueron dos años de largas conversaciones, por lo que en los ratos de ocio durante las negociaciones, Montagu aprovechaba para jugar largas partidas de naipes que lo mantenían absorto durante un gran número de horas.
Solía disputar largas partidas, lo que provocaba que ni siquiera se levantase de la mesa para acudir a comer. Para ello, sus asistentes se las ingeniaron para poder servirle una serie de alimentos que podían ser ingeridos fríos y así no abandonar la mesa de juego.
Para evitar mancharse las manos, el conde colocaba los alimentos entre dos rebanadas de pan, lo que le permitía tener una de las dos manos libres y así poder seguir jugando.
Rápidamente se popularizó entre todos los presentes adquiriendo el nombre de sándwich y aunque algunas fuentes indican que fue el propio conde el que mandó que se le sirviera de ese modo, otros historiadores apuestan por la hipótesis de que fue ocurrencia de sus asistentes.
Así fue como nació el sandwich, que es conocido en España como emparedado, porque en medio de dos pedazos de pan, se resguardan la carne, el jamón y el queso que definen a nuestro legendario sandwich.
Los sandwiches llegaron a Mérida a principios del siglo XX, procedentes de La Habana, a donde llegaron como una parte más de la inmigración norteamericana y el proceso de aculturación.
Pero a mediados del siglo pasado, fue cuando los sándwiches cobraron un auge inusitado, primero en los cafés del centro y después en El Impala.
Con particular aplomo, tomaron carta de naturalidad y se instalaron los sandwiches de nuestro pan francés.
En hoy desaparecido café El Louvre, en plena plaza grande, se servía una exquisita variedad de la cual despuntaba el famoso Super Libre que tenía: huevo frito, pavo, jamón, pierna, queso, tomate y cebolla así como escasa mayonesa.
Hace apenas unos años, se instaló un Louvre en el norte de la ciudad, en las inmediaciones de la casa del capitán Leopoldo Castro Gamboa, fundador del famoso café en el centro de la ciudad y que fuera igualmente, empresario taurino y jefe de la policía en época de Loret de Mola.
El éxito notable de esta nueva edición del legendario café, con fama entre los antiguos de que nunca cerraba, se debe al respeto a las recetas originales y a una suerte de misterio, que hace que los jóvenes, que no frecuentaron El Impala y el El Louvre, también sean cautivados por sus deliciosos sandwiches.
La variedad sigue siendo la misma, pero sospechamos que por ubicación y por el aumento de la población, el éxito de El Louvre es mayor con esta tercera generación de la familia Castro, que se distingue en este arte, que incluye también las papas naturales fritas y la cebolla y zanahoria curtidas, ambos detalles mínimos, pero significativos para complacer al paladar del más exigente de los comensales.
Esperamos que la tradición del Louvre se mantenga, a pesar de ya no ser su imagen parte del paisaje de nuestra plaza grande y que sus sándwiches pervivan, para deleite de las generaciones pasadas, presentes y futuras.
Seguimos pendientes…