Fátima, Portugal, 13 de Octubre de 1988. LXXI Aniversario de la última Aparición. Del libro: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen. (P. Gobbi).
Por Miguel Pérez Concha
«Por cada cien personas que sienten, sólo hay una que piensa; por cada diez mil que piensan, sólo hay una que ve»
- John Ruskin
Las celebraciones de la Epifanía (Mt 2, 1-12; Art. 528 del Catecismo) y de María, Madre de Dios (Arts. 495 y 509 del Catecismo), nos invitan, como hicieron los Magos de Oriente, a estudiar las Escrituras, las profecías contenidas en ellas y reconocer los signos de nuestro tiempo, de la mano de María Santísima, quien nos abrirá el libro sellado, para comprender la situación actual de la Iglesia y a guardar y meditar todas esas cosas en nuestro corazón (Lc 2, 19).
Esa ceguera espiritual que Jesús reprochó en su momento, existe también por el desconocimiento de la Sagrada Escritura y por su difícil interpretación. Mt 16, 3: «¡Conque sabéis discernir el aspecto del cielo y no podéis discernir las señales de los tiempos!» Y por eso, Él mismo tuvo que explicarles las Escrituras después de su Resurrección en Lc 24, 25.27:
«Él les dijo: ‘¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas!’. Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras». Qué maravilloso es que el mismo Señor te abra el entendimiento.
Algo similar nos sucede hoy. Hay libros en la Biblia que están sellados y muchas cosas son de difícil interpretación, que no pueden interpretarse por cuenta propia y la Iglesia aún no se ha pronunciado sobre ellas.
En efecto, al profeta Daniel le dicen en Dn 12, 9:»Anda, Daniel, porque estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del Fin».
San Pedro dice en 2P 19-21: «Y así se nos hace más firme la palabra de los profetas, a la cual hacéis bien en prestar atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana… Pero, ante todo, tened presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios».
San Pedro reconoce la dificultad para entender ciertos pasajes cuando habla de su querido hermano Pablo en 2P 3, 16: «Lo escribe también en todas las cartas cuando habla en ellas de esto, aunque hay en ellas cosas difíciles de entender, que los ignorantes y los débiles interpretan torcidamente -como también las demás Escrituras- para su propia perdición».
Así que, quién mejor que María, la Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Madre nuestra (Arts. 491, 501, 509, 963-964, 968-969 y 972 del Catecismo) en virtud de su singular, privilegiada e indisoluble unidad con cada una de las Personas de la Santísima Trinidad, como hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo, que acompañó a la Iglesia naciente (Hch 1, 14), acompañe a la Iglesia, Esposa de su Hijo (Art. 796) en esta difícil prueba que le espera (Art. 675 del Catecismo) y por la Misericordia de Dios, nos ayude a comprender el tiempo que vivimos explicándonos algunos pasajes del Apocalipsis que ya estamos viviendo.
Sirva este preámbulo para animarnos a leer lo que Ella quiso explicar en cumplimiento de la Voluntad de Dios y de su Misión maternal para con el Cuerpo Místico de Cristo, en sus Mensajes dirigidos a los Sacerdotes, sus hijos predilectos, quienes tienen el conocimiento de la Escritura y participan del Sacerdocio de Cristo.
En las siguientes colaboraciones entraremos en materia.Reciban las bendiciones de las Dos Sagrados Corazones Unidos.
«Concluyen hoy aquí en Fátima los Cenáculos que, en este año mariano, has hecho en todas las Naciones de Europa, con los Sacerdotes y los fieles de mi Movimiento.
Ahora mi gran red de amor y de salvación se ha extendido por todos los rincones de la tierra.
Desde este lugar, donde he aparecido como la Mujer vestida de sol (Ap 12, 1), les anuncio que el tiempo de la purificación ha llegado a la cumbre y que, por lo tanto, están llamados a vivir los momentos más dolorosos de lo que les ha sido predicho (Mt 24, 25).
El Señor me envía a ustedes, para que lleve a su cumplimiento la misión que me ha sido confiada por la Santísima Trinidad en estos tiempos suyos (Arts. 501, 726, 963, 968-970; 972, 975 del Catecismo).
Les abro el libro sellado (1), para que sean revelados los secretos contenidos en él.
Los he reunido desde todas partes y han sido formados por Mí para estar listos para los grandes acontecimientos que los esperan.
Sólo así podrán cumplir con su importante misión.
En la gran deserción, que se ha difundido por doquier, ustedes deben permanecer radicados fuertemente en la verdadera fe y ser testigos valientes de fe (Arts. 2470-2473 del Catecismo; 2Tes 2, 13-15; 2Tim 1, 13-14; 2Tim 3, 14-16; Ef 6, 10-11.13-18; Flp 1, 27-28; Hb 13, 7-9; 1P 1, 6-7).
En la gran tribulación que están viviendo, ustedes deben convertirse en el signo de mi paz y de mi maternal protección.
En el gran castigo, que ya está golpeando a este mundo, ustedes deben ser la ayuda para todos para caminar por el camino de la confianza, de la oración, de la esperanza y de un abandono filial al amor de su Padre Celestial.
Mi luz se volverá cada vez más intensa para anunciar la venida de Jesús, Rey de Justicia y de Paz, que renovará todas las cosas.
Desde este mi venerado Santuario, les pido que acojan mi palabra y crean en mis mensajes.
Ábranme las puertas de sus corazones y vivan en la paz y en la gracia del Señor.
Soy la Reina del santo Rosario y los bendigo a todos con el signo de mi segura victoria».
(1) Se refiere al Apocalipsis, el último libro de la Biblia. La palabra significa «revelación» y supone una revelación hecha por Dios a los hombres de cosas ocultas y sólo por Él conocidas, especialmente del futuro. Se da en forma de visiones plasmadas en un libro lleno de simbolismo pues todo o casi todo tiene un valor simbólico. Su autor se llama a sí mismo Juan.
Históricamente nace en un período de persecuciones violentas a la Iglesia naciente (Domiciano, Nerón, el Imperio Romano, etc.).
Ésta es la interpretación histórica del Apocalipsis, su sentido primero y fundamental.
Pero el alcance del libro no se detiene aquí, sino trasciende los tiempos, porque su visión de la historia depende de valores eternos sobre los que puede apoyarse la fe de los fieles de todos los tiempos.
Describe la lucha de Satanás contra la Iglesia, la Bestia contra la Iglesia, el Reino mesiánico, el Combate escatológico y el Juicio y anuncia el triunfo de Cristo en su Parusía. (Fragmentos de la explicación inicial de la Biblia de Jerusalén).