El Richelieu del Vaticano
Por Roberto de Mattei
En los largos coloquios que sostuve con él en 1980 y 1981, don Mario Marini, que todavía no era prelado, me explicó que por detrás del organigrama oficial del Vaticano se escondía un directorio oculto al frente del cual se encontraba monseñor Achille Silvestrini, al cual él llamaba el Richelieu del Vaticano, en alusión al cardenal Secretario de Estado de Luis XIII Armand du Plessis du Richelieu (1585-1642), que pasó a la historia por sus astutas intrigas.
«El cerebro del poder -explicaba Marini- consiste en un modesto local que casi nadie conoce dentro ni fuera de la ciudad de los papas. Su nombre oficial es departamento de personal de la Secretaría de Estado, pero este no figura en el anuario pontificio, que ofrece una detallada y completa descripción de la Curia Romana. El sancta sanctorum de dicho departamento es un núcleo de archivos confidenciales, muy diferente de los archivos oficiales de la Secretaría de Estado, que se divide a su vez en otros departamentos más o menos discretos. Recoge información, la guarda, dirige la investigación, administra, prepara expedientes y hace desaparecer papeles si viene al caso. Manejar estos archivos del departamento de personal es como disponer de un explosivo de alta potencia. Significa, ni más ni menos, ejercer un poder excepcional cuyas orientaciones y pautas llegan a imponerse a los más recalcitrantes. Es que en dicho departamento converge y se cataloga información sobre los personajes de mayor relieve en toda la Iglesia a nivel mundial. Allí se registra y prepara todo lo relativo al personal eclesiástico, incluidos los casos más delicados de orden teológico o moral. De la cumbre de este Olimpo pueden caer rayos en el momento menos esperado».
Durante el pontificado de Juan Pablo II el nombramiento de obispos y nuncios se preparaba en el mencionado departamento, incluso por medio de maniobras psicológicas y condicionamiento de la opinión pública. Según monseñor Marini, en el Vaticano las decisiones se tomaban a tres niveles. «En el inferior se encuentra en el departamento secreto de marras, cuyas llaves están en manos de monseñor Giovanni Coppa, brazo derecho de monseñor Silvestrini. Allí se acumula y filtra la información con miras a los nombramientos eclesiásticos, y allí también se pueden construir y destruir reputaciones. En el nivel superior un reducidísimo comité examina los elementos que permitirán compilar los expedientes personales. Además de monseñor Coppa y su protector Silvestrini, en sus reuniones participan monseñor Backis, monseñor Martínez Somalo y su segundo, monseñor Giovanni Battista Re. Existe, por último, un tercer nivel donde se ratifican las decisiones tomadas en los dos primeros niveles. Reina allí el cardenal Casaroli, epítome del establishment heredado de Pablo VI.»
En realidad, las decisiones las tomaban Casaroli y Silvestrini, que luego las presentaban al Papa como fruto de una decisión colegiada. Juan Pablo II se limitaba a escoger uno de los tres candidatos propuestos por el lobby para los nombramientos de obispos, nuncios o cualquier otro cargo de la Curia Romana. Según monseñor Marini, tras haber estudiado a fondo la psicología de Juan Pablo II, este clan progresista terminó por descubrir el talón de Aquiles del mito de la colegialidad, tan querida a Wojtyła. «Por eso se le presenta astutamente como fruto de una selección colegiada todo lo que se quiere llevar a cabo. Se anima además al Papa a liberarse de las trabas que le dificultan el gobierno de la Iglesia para centrarse en su misión pastoral y dejar el peso administrativo en manos de técnicos y expertos. Al mismo tiempo, los medios de difusión presentan a Juan Pablo II como un pontífice fuerte y autoritario contraponiéndolo a Pablo VI, que sería débil e indeciso.»
Monseñor Marini estaba convencido de que en realidad la verdadera autoridad de Juan Pablo II era muy escasa, porque la mafia vaticana lo había despojado de su poder. La trayectoria del cardenal McCarrick y muchos otros prelados polémicos de la época del papa polaco marchaba mediante este mecanismo en una época en la que el Sumo Pontífice multiplicaba sus viajes dejando los nombramientos en manos de la Curia. Con algunas excepciones, como cuando en 1983 impuso, contrariando los deseos de la mafia en cuestión, a monseñor Adrianus Simonis (1931-2020) como arzobispo de Utrecht y primado de los Países Bajos.
Monseñor Achille Silvestrini, cerebro del directorio oculto que dirigía la política vaticana, había nacido el 25 de octubre de 1923 en Brisighella, pequeña localidad de la Romagna conocida por haber sido cuna de ocho cardenales. Se ordenó sacerdote en 1946. En 1953 entró al servicio diplomático de la Secretaria de Estado, aunque sin haber pasado por la experiencia de la nunciatura. Decía monseñor Marini que Silvestrini tenía dos padres eclesiásticos, uno según la carne y otro según el espíritu: el primero era el cardenal Amleto Cicognani (1883-1973), nacido como él en Brisighella; el otro era monseñor Salvatore Baldasarri, arzobispo de Rávena entre 1956 y 1975, año en que Pablo VI lo destituyó por su postura filocomunista.
Conocí personalmente a monseñor Silvestrini el 22 de mayo de 1980, cuando me recibió en el Vaticano junto a los dirigentes de Alianza Católica Giovanni Cantoni y Agostino Sanfratello. Julia Meloni recuerda aquella conversación en su libro. En ella expusimos a monseñor Silvestrini la urgencia de celebrar un referéndum para abrogar la ley del aborto, que se había aprobado aquel año en Italia (The St. Gallen Mafia, Tan 2021, pp. 20-22). Silvestrini nos respondió que consideraba inoportuno el referéndum, porque daría lugar a una perjudicial contracatequesis abortista, en el sentido de que si los católicos querían derogar las leyes homicidas, el bando pro aborto lo defendería más ardorosamente. En realidad, estaba convencido de la irreversibilidad del proceso de secularización al que la Iglesia, según él, debía adaptarse. Con esa actitud, era partidario de la Ostpolitik y presidía la delegación de la Santa Sede encargada de la revisión de los Pactos Lateranenses, de la cual salió el Nuevo Concordato con Italia, que fue suscrito el 18 de febrero de 1984 por el cardenal Casaroli y el entonces presidente del Consejo de Ministros Bettino Craxi (cr. R. de Mattei, L’Italia cattolica e il Nuovo Concordato, Fiducia, 1985).
En el consistorio del 28 de junio de 1988, Juan Pablo II creó cardenal a Silvestrini, y tres días más tarde lo nombró prefecto del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica, tribunal de casación del Vaticano. En 1991 fue nombrado prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, cargo en el que cesó el año 2000 con 77 años por haber alcanzado el límite de edad. Los últimos años de su vida puso todo su empeño en sostener la Mafia de San Galo.
Por su parte, en 1983 Don Mario Marini fue destinado a la Congregación para el Clero, presidida a la sazón por el cardenal Silvio Oddi (1910-2001), hasta que en 1991 se lo nombró subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
El 7 de julio de 2007, al publicar el motu proprio Summorum Pontificum, Benedicto XVI lo nombró secretario adjunto de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, es decir, el número tres bajo el cardenal presidente Darío Castrillón Hoyos y el secretario, monseñor Camille Perl. También le otorgó la dignidad de canónigo de la Basílica Vaticana. Monseñor Marini falleció a los 73 años el 14 de mayo de 2009. Se lo recuerda por su carácter difícil, pero también por haber sido un auténtico servidor de la Iglesia.
Silvestrini moriría diez años más tarde, el 29 de agosto de 2019, precisamente en el día en que su ahijado Giusseppe Conte recibía del Presidente de la República Sergio Matarella la misión de formar un gobierno de izquierda. En realidad, Conte era un antiguo alumno de Villa Nazaret, el colegio universitario que gozaba de la protección del cardenal Casaroli, y más tarde de Silvestrini, y que durante años fue un centro de relaciones a caballo entre la diplomacia y la política (cf. Davide Maria de Luca, La Villa dove è nato il rapporto speciale tra Conte e il Vaticano, “Domani”, 19 de enero de 2021). Tras la muerte de Silvestrini la dirección de Villa Nazaret pasó a manos del arzobispo Claudio Maria Celli, considerado en la Santa Sede como verdadero sucesor del Richelieu vaticano. El papa Francisco fue recibido en Villa Nazaret el 18 de junio de 2016 por el propio Celli y el cardenal Silvestrini, para entonces aquejado de una enfermedad que lo obligaba a desplazarse en silla de ruedas. Junto a él se encontraba Angela Groppelli, la psicoterapeuta que durante muchos años estuvo a cargo de Silvestrini y más tarde fue motor de la actividad política de Villa Nazaret.
El arzobispo Celli estaría tal vez por detrás de la apertura del papa Francisco a la China comunista después del fracaso de la Ostpolitik de Pablo VI con la Unión Soviética. Lo que sí es seguro es la existencia de un hilo conductor que a través de la Mafia de San Galo se remonta a la mafia vaticana de los años ochenta y, algo más atrás, a los hombres de Pablo VI, y tiene los mismos objetivos ideológicos. Esta red clandestina que dirige la política eclesiástica desde hace cincuenta años no tiene nada que ver con el Cuerpo Místico de Cristo, que prosigue en la historia su misión de salvar a las almas para la eternidad. Pero precisamente por eso hay que dar a conocer sus artimañas.
Con razón en México hay parte de la jerarquía eclesiástica, que apoya a la extrema izquierda incondicionalmente.