La Eucaristía: ¿pan de los ángeles o pan de los pecadores?
«La Eucaristía es el pan de los pecadores». Esta frase que utilizó el papa Francisco durante el Ángelus del pasado 6 de junio ha suscitado, como era de esperar, protestas y polémicas, porque parece contradecir la doctrina de la Iglesia sobre el sacramento de la Sagrada Eucaristía; el cual, según dice el Catecismo, es «compendio y suma de nuestra fe» (nº 1327).
Veamos dónde está el problema. En el ángelus del 6 de junio pasado, el papa Francisco presentó a Judas el traidor como ejemplo de la misericordia divina, al recordar que en la Última Cena Jesús era consciente que lo iba a traicionar: «¿Y qué hace Jesús? Reacciona ante el mal con un bien mayor. Al no de Judas responde con el sí de la misericordia. No castiga al pecador, sino que da su vida por él, paga por él». Y añade el papa Francisco: «Cuando recibimos la Eucaristía, Jesús hace lo mismo con nosotros: nos conoce, sabe que somos pecadores, sabe que cometemos muchos errores, pero no renuncia a unir su vida a la nuestra». Y concluye afirmando que Jesús «sabe que lo necesitamos, porque la Eucaristía no es el premio de los santos, ¡no! Esel Pan de los pecadores. Por eso nos exhorta: “¡No tengan miedo!Tomen y coman”».
¿Cuál es el equívoco que se oculta tras esta afirmación? Insinúa Francisco que uno puede presentarse al banquete eucarístico manchado de pecado, y aun de pecado grave, y que recibiendo el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo hasta el peor de los pecadores puede sanar de sus pecados.
Ahora bien, esta doctrina es contraria a la Fe de la Iglesia, que enseña que es necesario acudir a la Mesa del Señor en estado de Gracia; de lo contrario, la comunión será sacrílega. Por eso, el Concilio de Trento afirma en su Canon 5 sobre el Santísimo Sacramento de la Eucaristía: «Si alguno dijere que el fruto principal de la Santísima Eucaristía es la remisión de los pecados o que de ella no provienen otros efectos, sea anatema».
Cierto es que la palabra pecadores puede entenderse en otro sentido. Todo hombre, por estar manchado del pecado original, tiene inclinación al pecado. Todos, dada la fragilidad que se deriva de nuestra condición humana, somos al menos en potencia pecadores. Eso sí, hay una diferencia entre quien vive en pecado y quien vive en estado de Gracia. Quien vive en pecado, si no se arrepiente y confiesa, tiene por delante el camino al Infierno; quien vive en gracia, si persevera, tiene ante sí el camino al Paraíso. La Sagrada Comunión nutre la fe del que está en gracia, pero hace más graves ante Dios las culpas del que la recibe sacrílegamente. Como dice Santo Tomás en la oración Lauda Sion Salvatorem, «Es muerte para los pecadores y vida para los justos: mira cómo un mismo alimento tiene efectos tan contrarios».
Señala el P. Serafin Lanzetta que calificar a la Eucaristía de pan de los pecadores se presta a una interpretación distorsionada: la más generalizada es que no habría necesidad de confesar, ya que la propia Eucaristía purifica y libra del pecado. La Comunión no nos absuelve del pecado, pero nos ayuda a no pecar. Asistimos a una reformulación de la doctrina católica que se ajusta al nº 305 de la exhortación apostólica Amoris laetitia, que dice que también se puede dar de comulgar a divorciados que se han vuelto a casar.
Desgraciadamente, como recuerda también el Dr. Solimeo, Amoris laetitia ha abierto la posibilidad de que quienes viven en adulterio reciban la Sagrada Comunión. Afirma el mencionado documento que aun encontrándose en «una situación objetiva de pecado es posible que se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia». Y en la nota 351 añade: «En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos. Por eso, destaco que la Eucaristía “no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles” (Íbid., 47: 1039)«.
Recuerda el Dr. Solimeo que el 19 de septiembre de 2016 cuatro cardenales de la Iglesia –Carlo Caffarra, Joachim Meisner (ambos ya fallecidos), Raymond Burke y Walter Brandmüller– dirigieron al papa Francisco una solicitud de aclaración en forma de dubia (dudas) sobre las novedades doctrinales contenidas en Amoris laetitia, en particular sobre la Sagrada Eucaristía y el sacramento de la Penitencia, en la que preguntaban si Se pregunta si, según lo afirmado en Amoris Laetitia (nn. 300-305), se ha vuelto posible conceder la absolución en el sacramento de la Penitencia y, por ende, admitir a la Santa Eucaristía a una persona que, estando vinculada por el matrimonio válido, convive more uxorio con otra, sin que se hayan cumplido las condiciones previstas por Familiaris Consortio n. 84 y después afirmadas por Reconciliatio et paenitentia n. 34 y por Sacramentum caritatis n. 29. ¿La expresión «en ciertos casos» de la nota 351 (n. 305) de la exhortación Amoris laetitia puede ser aplicada a divorciados en nueva unión, que siguen viviendo more uxorio? (es decir, como casados)»
Han pasado cinco años y el papa Francisco sigue sin responder a los dubia. La última declaración aumenta la confusión. Y como en tiempos de confusión conviene recurrir a la doctrina de la Iglesia en busca de claridad, recalcamos con toda la Tradición de la Iglesia que los Diez Mandamientos siguen plenamente vigentes, que transgredirlos es pecado y que recibir la Sagrada Comunión estando en pecado supone un sacrilegio.
El sensus fidei de los buenos católicos nos dice que la Eucaristía no es el pan que sana al que está en pecado, sino el Pan de los ángeles, panis angelorum, por emplear una hermosa expresión de Santo Tomás de Aquino, que nutre y fortalece a quien se halla en estado de Gracia.