LA HISTORIA NO CONTADA: LOS CABALLEROS DE COLÓN Y SU ACTUACIÓN DURANTE LA CRISTIADA
Por María de Lourdes Ruiz Scaperlanda, escritora y autora independiente residente en Norman, Okla. Sus libros incluyen The Journey: A Guide for the Modern Pilgrim (Loyola Press).
Durante un ordinario mes de enero de 1927, cuando Yocundo Durán volvía a casa en Chihuahua, México, se cruzó en el camino con el General Federal Miguel Valle, quién salía de una taberna local. El general reconoció a Durán, ordenó a uno de sus soldados que lo detuviera y preguntó: “¿Es usted un Caballero de Colón?”.
Durán confirmó que era Caballero y preguntó si había algo malo en ello. Considerando su respuesta una acusación, Valles declaró a Durán “católico subversivo” y ordenó que lo fusilaran en ese momento. Después su cuerpo fue entregado a su familia en un carro de albañiles.
Estas escenas no eran raras durante la década de 1920 en México, cuando el gobierno llevó a cabo una de más violentas persecuciones anticatólicas del Siglo XX. Durante este periodo, los Caballeros de Colón se convirtieron en un símbolo de todo lo católico: un signo de esperanza para los católicos mexicanos y una organización sediciosas ante los ojos de los líderes del gobierno.
INICIA LA PERSECUCIÓN
Cinco años después de que se estableciera el primer consejo de Caballeros de Colón en 1905, México se encontraba inmerso en un largo periodo de conflicto armado, ahora llamado Revolución Mexicana. Pero lo que inició como una lucha contra el orden autocrático establecido evolucionó hacia una guerra civil por varios lados, en la que toda facción rival reclamaba la legitimidad.
A pesar de que el Catolicismo había formado parte de la historia de México durante cerca de 400 años, la Iglesia Católica se percibía como hostil hacia la revolución, lo que provocó un ambiente social inestable y antirreligioso. En 1917 se realizó el anteproyecto de una nueva constitución, que incluía numerosos artículos anticlericales, que dio pié a una nueva era de persecución que duró más de dos décadas.
Entre 1926 y 1929, tuvo lugar una rebelión abierta contra las nuevas leyes de persecución del gobierno, que fueron formuladas y estrictamente aplicadas bajo el Presidente mexicano Plutarco Elías Calles. La resistencia a las leyes inició pacíficamente, en forma de boicots económicos y demostraciones. Pero en agosto de 1926, levantamientos esporádicos desencadenaron el inicio de la Guerra Cristera, o Cristiada. Los rebeldes tomaron su nombre de su grito de batalla: “¡Viva Cristo Rey!”. Para el gobierno mexicano, estas palabras — a menudo proclamadas como las últimas palabras por muchos Cristeros antes de morir — era más que una declaración de fe; era un acto de traición. Entre los Cristeros se encontraban unos 70 Caballeros de Colón que murieron luchando por su fe.
Durante este tiempo, el gobierno incautó escuelas católicas y seminarios, expropió los bienes de la Iglesia y declaró ilegal la educación religiosa. Cerró los hospitales católicos, los orfelinatos y los asilos. También prohibió las órdenes monásticas, expulsó al clero nacido en el extranjero y prohibió el culto público. Se prohibió a sacerdotes y monjas usar hábitos, votar y criticar al gobierno o comentar acerca de asuntos públicos tanto de manera escrita como oral. Si eran acusados de una violación a la ley, como a Durán, a menudo se les negaba un juicio.
Los obispos de México fueron expulsados y gran parte del clero fue exiliado durante años; los que permanecieron en México o volvieron en secreto fueron obligados a trabajar y a desempeñar su ministerio de manera “clandestina”. Muchos seminaristas también fueron exiliados a España y a Estados Unidos. En Santa Fe, N.M., el Seminario Montezuma se convirtió en un hogar para educar a futuros sacerdotes mexicanos.
En abril de 1917, los obispos mexicanos que vivían en San Antonio prepararon una carta de protesta, afirmando que la nueva Constitución “destruye los más sagrados derechos de la Iglesia Católica, de la Sociedad Mexicana y de los cristianos”.
A pesar de los desafíos, la Orden en México no solo sobrevivió a este periodo, sino que prosperó. La membresía creció de 400 Caballeros en 1918 a casi 6,000 en 51 consejos tan solo en seis años.
Desde el establecimiento de la Orden en México en 1905, los Caballeros estuvieron activos abriendo escuelas y hospitales, así como estimulando la vida espiritual de las parroquias. En todo el país, los Caballeros “tenían la reputación de ser tanto fielmente católicos, como política y socialmente activos”, afirma el historiador Jean Meyer en su próximo libro La Cristiada. Los Caballeros, “atrajeron a líderes de la sociedad, incluyendo médicos, abogados y empresarios, dando una nueva dimensión, energía y misión al combate de la persecución”.
UNA RESPUESTA ORGANIZADA
Los Caballeros fueron objeto de persecución y muchos de ellos fueron expulsados de sus casas, de acuerdo con Monseñor Ramiro Valdez, secretario ejecutivo de la comisión que promovió la canonización de 25 mártires mexicanos, incluyendo a seis Caballeros de Colón.
“En México, los Caballeros se convirtieron en los mayores defensores de la Iglesia y de la fe católica”, dijo Monseñor Valdez. “Pero su obra apostólica también se extendió para hacerse cargo de los inmigrantes en Estados Unidos que tuvieron que abandoner México debido a la persecución”.
Católicos colgados por el gobierno mexicano a lo largo de las vías de ferrocarril cerca de Zapotlán el Grande (Ciudad Guzmán), en Jalisco. La repercusion en los medios de comunicación a raíz de esta fotografía fue tan negativa, que posteriormente el Presidente Calles ordenó al Secretario de Guerra que en el futuro se colgara a la gente lejos de las vías de ferrocarril.
En 1923, tuvo lugar un suceso clave en la cronología que precedió a la Rebelión Cristera. La Diócesis de León colocó la primera piedra para un monumento de Cristo Rey en el Estado de Guanajuato, en el Cerro del Cubilete. Al evento — condenado como ilegal por las autoridades del gobierno — acudieron varios obispos, así como el Nuncio Papal Ernesto Filippi. Dos días después, los funcionarios expulsaron a Monseñor Filippi, que era como un embajador en otros países.
La expulsión de Monseñor Filippi marcó un cambio en la orientación para los Caballeros mexicanos, quienes ahora vieron su papel como protectores del clero y de la Iglesia de la opresión tiránica del gobierno. Sintiendo una necesidad inmediata de que todas las organizaciones católicas colaboraran, Luis G. Bustos, quien entonces era Diputado de Estado, organizó el “Pacto de Honor de las Organizaciones Católicas” en 1923.
El año siguiente, como parte del Congreso Eucarístico Nacional, los Caballeros de Colón organizaron una vigilia de adoración eucarística de toda la noche en la Catedral de la Ciudad de México. Pero en el último momento, el gobierno negó el permiso requerido para la celebración y canceló el evento.
Con el apoyo de la Orden, Bustos se unió a la fundación de La Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa en marzo de 1925. Más de la mitad de los miembros fundadores de la Liga eran Caballeros y cientos de Caballeros en todo México se convirtieron en funcionarios de sus centros.
“La participación de los Caballeros fue medular para la formación de la Liga”, dijo Monseñor Valdez. “Entre 1926 y 1929 fue un periodo difícil, y la colaboración de los Caballeros fue fundamental para otros grupos como Acción Católica Mexicana en su defensa del derecho a la libertad religiosa”.
La Orden también fundó la Confederación de Agrupaciones Católicas, una confederación de grupos católicos que estableció 500 centros regionales, municipales y diocesanos, reorganize cientos de escuelas y centros de catequesis, estableció 57 centros de trabajo y apoyó a los oradores que se pronunciaban en conferencias en todo el país.
DIRIGIENDO LA ACCIÓN
En 1926, bajo el Presidente Calles se incrementó la presión anticatólica. La “Ley Calles”, como se le conocía, llamó a un cumplimiento uniforme en todo el país de los artículos anticlericales de la Constitución. Amenazó con severas sanciones para los violadores y para los funcionarios del gobierno que no hicieran cumplir la ley. “Mientras sea presidente de la república, se obedecerá la Constitución de 1917”, prometió Calles, diciendo que no lo conmovería el “gemido de los sacristanes o los lamentos de los excesivamente beatos”.
El Dr. Patrick Foley, editor emérito y fundador del periódico Catholic Southwest: A Journal of History and Culture, enfatizó que los Caballeros — tanto miembros laicos como clero — encabezaron la oposición a esta ley.
“Muchos de los Caballeros fueron atacados sencillamente porque eran…señalados por el gobierno como oponentes a los puntos de vista socialistas radicales del gobierno”, explicó, agregando que la participación de los Caballeros “se vio más destacadamente en acciones heroicas individuales de los Caballeros, tanto abiertamente como de manera clandestina”.
Al tanto de las políticas anticlericales del Presidente Calles, el Papa Pio XI condenó la “cruel persecución” y los “grandes daños” del gobierno mexicano en su encíclica de 1926, Iniquis Afflictisque. El Papa también destacó la obra de la Orden: “Antes que nada se menciona a los Caballeros de Colón, una organización que se encuentra en todos los estados de la República y afortunadamente está formada por miembros activos e industriosos quienes, debido a su fervor por asistir a la Iglesia, han atraído un gran honor sobre ellos”.
A pesar de que los Caballeros como organización no brindaban apoyo a los esfuerzos militares de los Cristeros, siguieron siendo el blanco del gobierno mexicano, explica el historiador Meyer. “La sede de C de C en México fue atacada, saqueada y sus registros fueron destruidos. Muy pronto los Caballeros de Colón en México se vieron forzados a actuar clandestinamente”.
Ese fue el caso de Yocundo Durán, simplemente ser Caballero era considerado subversivo, ya que se tenía que ser practicante católico para unirse, lo que revelaba lealtad pública a la Iglesia. En agosto de 1926, el New York Morning World publicó un cuestionario que se entregó a todos los empleados del gobierno mexicano a nivel federal, estatal y municipal. La primera pregunta era: “¿Es usted Caballero de Colón?”.
LOS CABALLEROS EN EL EXILIO
En la Convención Suprema de 1926 en Philadelphia, el Caballero Supremo James A. Flaherty denunció la persecución del gobierno mexicano y condenó el silencio del gobierno de EE.UU. sobre el problema.
En México, las iniciativas del Consejo Supremo no pasaron inadvertidas. En una reunión de la legislature mexicana que tuvo lugar el 25 de noviembre de 1926, los legisladores discutieron diversos artículos del número de noviembre de la revista Columbia y citaron comentarios realizados en la Convención Suprema.
Dirigiéndose a la asamblea y sus oyentes de la radio durante la sesión legislativa, el Diputado Alejandro Cerisola acusó a los Caballeros de instigar la rebelión y de “actividades antipatriotas” para “traicionar al país”. Etiquetó al clero católico y a los Caballeros de Colón como enemigos y representó al Caballero Supremo Flaherty como “un vil difamador y vulgar mentiroso”. Después Cerisola condenó las propuestas realizadas en la convención, “en la medida en que demuestran que tenemos razón para pensar que el clero mexicano está intentando enloquecidamente recuperar el poder sobre la situación política del país”.
El gobierno mexicano también exilió a una delegación de Caballeros mexicanos que asistieron a la Convención Suprema por “cómplices de los Caballeros de Colón de Estados Unidos”. Al igual que muchos refugiados católicos mexicanos durante este periodo, la delegación llevó su fe y compromiso a su nueva comunidad, fundando el Consejo Tepeyac 2635 en Los Angeles que permaneció activo hasta 1940.
Asimismo, cientos de miles de mexicanos emigraron a Texas y el Fondo Mexicano de los Caballeros brindó asistencia directa a muchos de los refugiados.
De acuerdo con Meyer, para 1930 habían sido asesinadas o martirizadas más de 200,000 personas de todo nivel socioeconómico. El 21 de mayo de 2000, el Papa Juan Pablo II canonizó a 25 mártires — incluyendo a seis Caballeros — del periodo de la Cristiada. Otros trece mártires mexicanos — incluyendo a tres Caballeros — fueron beatificados en Guadalajara, México, en la Solemnidad de Cristo Rey el 20 de noviembre de 2005.
El futuro de la Orden en México es de prosperidad, crecimiento y esperanza. Sin embargo, es su pasado lo que brinda claridad a su misión. Como dijo el Caballero Supremo Carl A. Anderson en marzo de 2011 durante su visita al Santuario de Cristo Rey en el Cerro del Cubilete, la sangre de los mártires “unió para siempre a la Orden de Caballeros de Colón con la gente y la tierra de México. La historia de la Orden siempre estará vinculada con la historia de esta gran nación. Y esta respuesta — Ama a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo — es la única respuesta que podemos dar al Rey de Reyes”.