Opinión

Progresismo no siempre significa avanzar

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por Daniel ArasaOpinión

El filósofo e historiador de las ideas Leszek Kolakowski contaba en cierta ocasión una anécdota que le sucedió cuando iba en un tranvía de la Varsovia estalinista de los años 50 del siglo XX. Los pasajeros iban apretujados en los vagones y oyó que el revisor gritaba “¡Avancen hacia atrás! ¡Avancen hacia atrás!”.

El filósofo explicó que ello le indujo a revisar algunos de sus planteamientos. Él, que fue uno de los más relevantes pensadores del siglo XX, evolucionó desde el marxismo al rechazo de los totalitarismos y se implicó en los movimientos democráticos. Tuvo que exiliarse de su país y se afincó en Oxford, donde moriría en 2009.

Como Kolakowski, tanto a nivel personal como colectivo es útil cuestionarse hacia dónde avanzamos. Porque si hemos equivocado el camino, avanzar, incluso deprisa, en el mejor de los casos es perder el tiempo. O, peor, nos aleja del objetivo final e incluso puede llevarnos al precipicio.

Cada uno de nosotros, si se examina, descubre a diario aspectos de mayor o menor entidad que no hacemos bien, en los que hemos errado. La historia, de otro lado, está llena de sociedades y de regímenes que han abocado al desastre o al retroceso. Por tanto, no todo es progreso.

Avanzar, al menos desearlo, es connatural al hombre. Por ello el ansia de progreso es unánime en las personas, las familias, las poblaciones, los países. Todos desean un futuro mejor, y los aspirantes a dirigir la sociedad aseguran que será así si ellos son elegidos para gobernar. No hay en ello diferencias entre los partidos que se declaran o apellidan “conservadores” y los que se autocalifican de “progresistas”.

Repaso los “avances” que en los últimos años hemos tenido en España.

En materia económico-social no han sido muchos y la realidad es que en este campo no son grandes las diferencias entre la praxis de gobierno de unos partidos y otros, si se excluye los claramente antisistema, para los cuales “cuanto peor, mejor”. De otro lado, hay que admitir que tales medidas socioeconómicas se ubican en el terreno de lo opinable, en que nadie puede tener seguridad de tener toda la razón.

Pero lo sustancial en la agenda del bloque que se autocalifica de “progresista” es que no tiene como eje central medidas socioeconómicas espectaculares o cambios radicales en el sistema de propiedad o de reparto, sino líneas de acción ligadas a la ideología de género y a políticas laicistas.

Ahí tenemos:
más aborto y a considerarlo como un derecho,
leyes trans,
-intentos de erradicar la formación religiosa de la escuela,
– limitación del derecho de los padres a escoger el centro educativo que deseen para sus hijos en función de sus principios morales y religiosos,
– laicización de la vida pública haciendo desaparecer todo vestigio y memoria religiosa,
– ley de eutanasia,
– vientres de alquiler,
– cualquier tipo de manipulación genética,
– más facilidades para las rupturas matrimoniales con el divorcio,
– ingeniería social sobre familia y otros ámbitos, etc.,
– así como unas leyes de memoria democrática que vulneran la realidad histórica y dividen la sociedad en buenos y malos.

Dejando de lado los aspectos materiales, entiendo como progreso un avance en el reconocimiento de la dignidad del ser humano y en el respeto práctico hacia él.

No veo que aquellas leyes, iniciativas de gobierno y algunos de los “nuevos derechos” vayan en esta línea, sino precisamente en la contraria. No es avance, sino retroceso.

Y, como es coreado desde instancias políticas y medios de comunicación, me suena a aquello del “¡Avancen hacia atrás!” que gritaba aquel revisor del tranvía.

Con la peculiaridad añadida de que los partidos “conservadores” raramente tienen una agenda cultural distinta y potente y no derogan aquellas leyes cuando llegan a gobernar, consolidándolas.

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