Maximiliano de México, el emperador que sabía hablar nahuatl
El siglo XIX no fue uno de paz para las naciones que habían sido sometidas por Europa a partir del descubrimiento del Nuevo Mundo. Incluso después de librada la Guerra de Independencia en México, el país pasó por diversas intervenciones del Viejo Mundo. Tras una disputa entre liberales y conservadores orquestada por Benito Juárez, el país cayó en manos de una monarquía más. Maximiliano de Habsburgo encabezaría esta nueva modalidad de gobierno, que se conoce en la Historia como el Segundo Imperio Mexicano.
Un emperador poco convencional
Siguiendo su vieja usanza, la Casa de Habsburgo venía a instaurar un Estado regido por un emperador. Después de ocupar en distintos momentos los tronos de España, Portugal, Bohemia y Austria, era momento de llegar a América. Maximiliano I de México llegó con su mujer, Carlota, al puerto de Veracruz en mayo de 1864.
Los conservadores mexicanos ni los miembros de la monarquía en Viena se imaginaron jamás que su embajador en el nuevo continente sentiría una afinidad particular por los pueblos originarios. La idea original era, como en cualquier campaña colonizadora, imponer las formas europeas de dominación. Maximiliano I cambió de planes.
Con 32 años de edad, al segundo emperador de México le gustaba cazar mariposas. Si bien era un regalista, convencido de que la Iglesia debería subordinarse a la corona, era un hombre interesado en la herbolaria tradicional. Cuando se dio cuenta de la riqueza cultural que existía en el país, se pronunció a favor de la propiedad comunal de los pueblos originarios —e incluso aprendió a hablar náhuatl, para dirigirse a ellos en su lengua madre.
“Los dos igualitos”
Incluso a pesar de su instrucción monárquica, Maximiliano I se interesó por entender la maquinaria social de los pueblos mexicanos. En la época, incluso se hizo la sátira de “Juárez indito, Juárez güerito, los dos igualitos”, para denotar el carácter cada vez más liberal que tomaba la administración del Segundo Imperio.
Mientras en Europa se organizaban para instaurar las nuevas normas de Napoleón III en Francia, Maximiliano estaba interesado en fomentar la cultura en México. Hizo esfuerzos importantes para conservar un acervo histórico nutrido, y enumeró explícitamente los derechos del hombre y del ciudadano —a pesar de ser emperador.
Crecientemente, la figura del emperador no fue conveniente para los círculos en el poder que se afiliaron hacia una política conservadora. Aunado al enojo colectivo local por la imposición de un emperador traído de Europa, fue sencillo sacarlo del camino. Para 1867, Maximiliano de Habsburgo perdería la vida frente a un pelotón de fusilamiento.
Después de esto, Carlota sería enviada de regreso a su palacio en Bélgica —donde había vivido desde niña— condenada como una enferma mental. Se dice que, justo antes de morir, las últimas palabras de Maximiliano fueron “¡Pobre Carlota!”, quien pasó el resto de sus días en completa soledad, como la emperatriz fracasada de un imperio que nunca terminó de cuajar.