Críticas y confusión en el Vaticano, causados por un pesebre
De pie ante el nuevo nacimiento del Vaticano en la Plaza San Pedro, una pareja intentaba comprender exactamente qué era lo que estaban viendo.
Los tres reyes magos, de tamaño real y forma cilíndrica parecían ser barriles de petróleo hechos de cerámica. José y María, con siluetas similares a las de un torpedo parecían enormes versiones bíblicas de los juguetes Weebles. Dos figuras totémicas y enigmáticas estaban en medio de la plataforma. Uno llevaba un escudo y una lanza decorativa y el otro en lugar de la cabeza tenía algo parecido a un caldero al revés tallado como una calabaza de Halloween. El otro llevaba un casco de astronauta y sostenía la luna en las manos.
“¿Ese de ahí?”, preguntó Giorgio Banti, de 71 años a su esposa Anita el miércoles por la mañana mientras observaban las figuras. Ella se encogió de hombros y leyó el afiche informativo: “Primer alunizaje”.
Cada año, el Vaticano da a conocer una escena de la natividad, a menudo donación de algún pueblo italiano, que exhibe junto al antiguo obelisco en el centro de la Plaza San Pedro.
El año pasado unos artistas esculpieron a la santa familia, los magos, ángeles y burros en 720 toneladas de arena de playa. En 2016 la exhibición incluía un bote pesquero maltés que evocaba las penurias de los refugiados. El de 2017 incluía obras de misericordia, entre ellos un hombre que visitaba la celda de una prisión y otro que sepultaba un cuerpo amortajado, con todo y un brazo pálido que colgaba.
Este año el Vaticano se inclinó en otra dirección, hasta Castelli, una ciudad del centro-este de Italia en la región de Abruzzo, conocida por su cerámica desde hace siglos.
Entre 1965 y 1975, estudiantes y profesores en una escuela local de arte buscaron revivir dicha tradición utilizando técnicas antiguas de colombín —anillos de cerámica apilados en secciones— para crear más de 50 figuras navideñas. En 1970 engalanaron los Mercados de Trajano de Roma y llegaron a Jerusalén en 1976. Sobrevivieron terremotos en 2009 y 2016 y una terrible tormenta de nieve en 2017.
Este año al fin llegaron al gran espectáculo, “el patio de la iglesia del cristianismo”, como consigna la descripción oficial del pesebre.
Las reseñas no han sido tan entusiastas.
“Es espantoso”, dijo Anita Banti, quien miraba con horror la colección de animales: pollitos que lucían como meteoritos derribados, un camello hecho de cubos de cerámica. “¿Por qué tienen a ese con los cuernos?”, preguntó. “¿Qué es eso? ¿Un pavo?”.
La crítica ha sido amplificada por los conservadores que ven en las figuras de cerámica una mayor erosión de las tradiciones de la iglesia y las imágenes acostumbradas que aprecian.
“El vergonzoso pesebre de ciencia ficción del Vaticano”, decía un titular en el conservador Catholic Herald, que como muchos medios y comentaristas conservadores declaró arruinado el nacimiento. “Una figura a menudo se ha descrito parecida a Darth Vader”, escribió el autor de la nota antes de redoblar la referencia nerd: “Aunque se parece más a Sontaran de Doctor Who”.
Banti, profesor universitario, creía que tanto su esposa como todos los críticos conservadores no estaban entendiendo. Buscaba dar más contexto histórico.
“¿Qué historia?”, interrumpió su esposa.
“¿Me dejarías terminar?”, preguntó. “Yo no te interrumpí”.
Su mujer se marchó ofuscada mientras que él explico que recordaba este estilo de cerámica de su infancia, que era de un momento y un lugar cuando los alunizajes dominaban el imaginario secular y religioso y que estas inofensivas figuras no merecían todos los insultos que la filistea prensa italiana les dedicaba; algunos autores incluso insinuaban que algo demoníaco se escondía detrás.
“Serán feos o hermosos”, dijo. “¡Pero no satánicos!”.
“¿Satánicos?”, preguntó Annamaria Zeppa, profesora de colegio retirada que vestía una boina y estaba recargada a unos metros de distancia en un solitario bastón de esquí. Miraba una de las figuras de cerámica, acaso un ángel, que soplaba una trompeta que parecía un rollito de fruta. “¿Qué tiene que ver lo satánico?”.
Para algunos conservadores tradicionalistas, todo. Pero también tienden a criticar al papa Francisco por un celoso espíritu incluyente que ha abierto las puertas de la iglesia al relativismo y, de manera más literal, a estatuas de la fertilidad que unos conservadores arrojaron al río Tiber.
Francisco, que ha mostrado interés en la exploración espacial, también parece dispuesto a ir más allá en el asunto del nacimiento. El año pasado emitió un documento, Admirable Signum, en el que defendía un enfoque de más apertura para la escena de la Natividad.
“Niños, —¡pero adultos también!— a menudo aman agregar a los nacimientos otras figuras que no tienen conexión aparente con los relatos del Evangelio”, escribió.
Maradona, el difunto futbolista, ha sido un elemento habitual desde hace décadas en Nápoles, una ciudad que enloquece por los nacimientos. Este año, los artesanos de la ciudad hicieron un pesebre con masa de pizza.
Pero Maradona y pizza son una cosa. Al parecer, el arte cerámico de los años sesenta es impresentable.
“Escena posmoderna de la Natividad desata una ola de críticas”, se quejaba un titular en el National Catholic Register, otro de los hogares del disenso conservador durante el pontificado de Francisco. Lamentaba los “veinte objetos modernistas de cerámica”, entre ellos un “verdugo macabro de apariencia satánica”.
Los historiadores del arte populares en los círculos conservadores del Vaticano también consideraron el pesebre un insulto innecesario en medio de los agravios de un año de plaga.
“Ha sido un año oscuro y la fe de muchos se ha puesto a prueba”, le dijo la historiadora del arte Elizabeth Lev al corresponsal de Breitbart News en Roma, quien también es su marido. “Tal vez sería mejor ofrecerles un símbolo en torno al cual unirse, en lugar de un objeto de burla”.
“A las figuras deformes de la Natividad”, agregó, “les falta toda la gracia, la proporción, la vulnerabilidad y luminosidad que uno busca en la escena del pesebre”.
Mientras miraba el nacimiento, Maria Letizia Panerai, de 58 años, dijo que las figuras cerámicas eran justamente lo que buscaba en la imagen de un pesebre.
“Me gusta porque no son tiempos tradicionales y no necesitamos una escena tradicional de la Natividad”, dijo. “Son representativas de nuestra era anómala. Es desconcertante pero este es un año desconcertante”.
“Lo único que no comprendo es ese astronauta”, agregó. “Y ese como monstruo que está detrás”.
“Ya veo”, dijo su madre, Argia, de 84 años, esforzando la vista a través de sus gafas de sol.
“¿Cómo puedes ver?”, le dijo a su madre. “No puedes ver nada”.
La hija añadió que no veía nada ofensivo en el pesebre. El abeto esloveno que lo empequeñecía desde el costado, eso era otra cosa.
“Lo que es feo es ese árbol”, dijo.
“Desprolijo”, dijo la madre.
El Vaticano aún tiene pendiente emprender una defensa enérgica del árbol o de la escena de la Natividad. (“Las estatuas de cerámica de tamaño natural encierran una herencia cultural que no es inmediatamente visible al ojo”, insinuó el oficialista Vatican News). Y algunos romanos parecían estar hallándole el gusto.
“Es particular”, dijo con benevolencia Marianna Sebastiani, de 38 años, mientras veía a José y María que flanqueaban a un niño Jesús que estará cubierto con una lona roja hasta la víspera de Navidad. “Los que me dejan un poco perpleja son los astronautas. Pero hicieron esto cuando el hombre llegó a la Luna, así que supongo que tiene que ver con el progreso”.
Cristina Massari, una guía de Roma de 52 años, también dijo que no era tan malo como la cobertura periodística le había hecho creer. Además, en el año de la pandemia, apreciaba que hubiera algo místico y también empático en un nacimiento que había sobrevivido desastres naturales y desdén.
“Es una escena de la Natividad que ha tenido problemas, como todos hemos tenido un año asqueroso”, dijo. “Si sobrevivió, nosotros podemos”.