Roberto Durán y la eterna polémica desatada por el «No más»
“Candyman, Candyman, Candyman, Candyman, Candyman”. La leyenda del hombre con un garfio de hierro en lugar de su mano derecha aseguraba que repetir cinco veces su nombre frente a un espejo era una sentencia de muerte. Apenas dos palabras y cinco letras marcaron la condena de Roberto Durán. Esas dos palabras no le costaron la vida a «Mano de Piedra», pero sí un título del mundo, el respeto del universo del boxeo y el cariño de buena parte del pueblo panameño. Le llevó años alcanzar la redención después de aquel “No más” con el que dijo basta y abandonó el segundo combate ante Sugar Ray Leonard, el 25 de noviembre de 1980, en Nueva Orleans.
El estupor por esa decisión fue enorme no sólo por lo inesperado del desenlace, sino especialmente por su protagonista. Durán era un hombre duro, muy duro, curtido en las calles del barrio El Chorrillo, uno de los más desfavorecidos de la Ciudad de Panamá, incluso antes que en el ring. Su padre, un mexicano que trabajaba como cocinero para las tropas de ocupación estadounidenses, lo abandonó cuando tenía un año y medio. Fue a la escuela hasta tercer grado y luego lustró zapatos y vendió diarios. Estuvo preso un mes por fracturarle la mandíbula a un policía cuando tenía 14 años y ya boxeaba, pese a que prefería el béisbol. Era hosco, de mirada áspera, de palabras duras e implacable en el cuadrilátero.
Leonard era su contrafigura: respetuoso, propietario de una enorme sonrisa, medido en sus palabras, aunque carismático, había estudiado filosofía antes de inclinarse por los guantes. Su madre, Getha, lo había bautizado Ray Charles en honor a la leyenda del soul y soñaba con que fuera cantante. Pero él prefirió el apodo y el camino del ex campeón mundial wélter y mediano Sugar Ray Robinson.
Tras ganar el oro olímpico en Montreal 1976, había dicho que no le interesaba saltar al profesionalismo porque, para él, el boxeo era un deporte y no un trabajo. Pero su madre tuvo un ataque cardíaco y su padre contrajo meningitis espinal, por lo que la necesidad de dinero lo hizo cambiar de opinión. El 15 de febrero de 1977, 9.000 personas pagaron para ver su primera pelea rentada en el Centro Cívico de Baltimore, donde venció a Luis Vega. Muy rápido se convirtió en el candidato a tomar el relevo de superestrella estadounidense de Muhammad Ali, que empezaba a extinguir su llama.
Cuando Leonard iniciaba ese camino, Durán ya contaba por decenas sus presentaciones: había debutado en 1968, había obtenido el cinturón ligero de la Asociación Mundial de Boxeo en 1972, noqueando al escocés Ken Buchanan en el Madison Square Garden de Nueva York, y lo había defendido 12 veces antes de dejarlo vacante en enero de 1979 para incursionar en la división wélter, que contaba con figuras como el mexicano Pipino Cuevas, el puertorriqueño Wilfredo Benítez y el ascendente Tommy Hearns.
Admirador del general Omar Torrijos, quien en 1977 había firmado con el presidente James Carter el tratado que establecía el traspaso del Canal de Panamá a fines de 1999, Mano de Piedra tenía entre cejas al muchacho que, a sus ojos, representaba cabalmente el ser estadounidense. “Ahora hay un tan mentado Sugar Ray Leonard, que es un payaso que trepa al ring. No es un tipo que aguanta: apenas le pegan, sale corriendo. Los gringos levantan un ídolo con cualquiera”, había dicho en una entrevista publicada en El Gráfico en noviembre de 1979, unos días antes de que el norteamericano le arrebatara la corona wélter del Consejo a Wilfredo Benítez.
Roberto Durán había ganado 71 de sus 72 combates antes de enfrentar por primera vez a Ray Leonard.
El enfrentamiento entre el chico bueno y el hombre malo prometía generar un negocio colosal. Por eso, seis meses después, luego de que Leonard defendiera por primera vez su título ante Dave Green, el promotor Bob Arum pactó con su archienemigo, Don King (se llamaban recíprocamente Víbora y Drácula) para organizar la pelea más deseada de la época.
Para Sugar, era un combate importantísimo; para el Cholo, una guerra. Por eso inició las hostilidades verbales semanas antes del primer campanazo y atravesó todo límite. Incluso hostigó y llamó “puta” a Juanita Wilkinson, por entonces esposa de Leonard. Años después, en el documental «No más», producido y dirigido por Eric Drath como parte de la saga 30 for 30 de ESPN, el estadounidense admitió que su rival había logrado una primera victoria psicológica antes de subir al ring. “Se había metido en mi cabeza”, afirmó.
El 20 de junio de 1980, 46.317 espectadores se reunieron en el Estadio Olímpico de Montreal para averiguar si Leonard, invicto en 27 combates, podría cerrar la bocaza del hostil Durán, que llegaba con una marca de 71 victorias -55 por nocaut- y 1 derrota. Esa noche, mientras el panameño caminaba hacia el ring, el periodista del New York Times Dave Anderson le preguntó al ex campeón pesado Joe Frazier, quien estaba en la primera fila del ring side, si el retador le recordaba a alguien. “Sí, a Charles Manson”, respondió Frazier.
Muy pronto quedó claro que la metralla dialéctica de Mano de Piedra había sido efectiva. El campeón, que era entrenado por Angelo Dundee (el hombre que había acompañado a la cima a Ali), dejó de lado su buena movilidad y se prendió en una guerra abierta. La pasó muy mal, sobre todo en la primera mitad del duelo. “Fue cercano a la muerte. Parte de mí decía: ‘Ojalá pudiera dar esto por terminado; él ganó’. Pero otra parte me decía: ‘Vamos a darle batalla a este hijo de puta’. Estaba dispuesto a morir antes que darme por vencido”, contó años más tarde.
En los últimos asaltos, Leonard fue superior, pero eso no alcanzó: por estrecho margen, los tres jueces consagraron ganador a Durán, que tras la campanada final siguió provocando a su adversario, discutiendo con el público y señalándose la entrepierna.
“Soy más hombre que él, aguanto más que él y soy más boxeador que él”, sentenció el vencedor y nuevo campeón. “Peleé así porque pensé que podía vencerlo. No cambiaría si tuviera que hacerlo de nuevo. Tengo que darle mucho crédito a él: es el hombre más duro con el que me enfrenté”, reconoció el derrotado, quien dejó en el aire la posibilidad de retirarse.
Durán, que cobró 1.500.000 dólares por ese combate, viajó a Miami, donde comió, bebió y trasnochó a gusto. Y engordó en sintonía. Leonard, que percibió 7.500.000 dólares, se fue de vacaciones a Hawaii con su esposa, pero mientras estaba ahí llamó a su manager, Mike Trainer, y le pidió que le consiguiera una revancha inmediata.
Trainer logró pactarla para el 25 de noviembre. Con ese movimiento comenzó a gestarse la caída de Durán. Cuando su manager, Carlos Eleta, lo llamó para confirmarle la noticia y para exhortarlo a regresar a Panamá para entrenarse, el Cholo rozaba los 90 kilos. Debía perder más de 20 en menos de un mes y medio.
“Me sentí descompuesto desde que empecé el entrenamiento y permanecí así hasta la pelea. Pasaba casi todos los días en el sauna; pasé dos días sin comer. Estaba demasiado débil y no sentía las piernas. No quedaban ni rastros del boxeador que había sido pocos meses antes”, argumentó en Yo soy Durán, su autobiografía publicada en 2016.
En base a esfuerzo físico, sauna, diuréticos y laxantes, el panameño ganó el reto contra la balanza: el 25 de noviembre a la mañana, unas horas antes de combate, registró 66,225 kilos (450 gramos debajo del límite de la categoría), el mismo peso que marcó Leonard sin demasiado esfuerzo. Apenas bajó de la báscula, el campeón bebió un termo de caldo y comió una naranja enorme.
A la noche, 25.038 personas abarrotaron el Superdome de Nueva Orleans. Además, la velada fue transmitida por circuito cerrado en 345 estadios y teatros de Estados Unidos y Canadá, y también fue televisada en 60 países. Antes del inicio, Ray Charles cantó sobre el ring “America the beautiful”. Cuando terminó su interpretación, se acercó a Leonard, lo abrazó, lo besó y le dijo al oído: “Pateale el culo”.
El ahora retador salió decidido a hacerlo, pero con una estrategia muy distinta a la que había utilizado en Montreal: caminando en círculos alrededor de Durán, que estaba notoriamente lento, dejándolo fuera de distancia, evitando el choque frontal, martillando con su jab y llegando con buenas combinaciones. Y también burlándose de su adversario.
Con un movimiento de cintura, Ray Leonard hace fallar un derechazo a Roberto Durán durante el segundo combate entre ambos en Nueva Orleans.
En el séptimo asalto, Leonard comenzó a sobrar descaradamente a Durán: bailó, bajó la guardia, ofreció su mentón, agitó su brazo derecho como una hélice, sonrió y castigó en cada contragolpe. Tras tres minutos de humillación, el panameño, impotente y sin respuestas, se fue visiblemente enojado a su esquina para el descanso, que sería el último.
En el octavo capítulo, el monarca frustrado persiguió infructuosamente a Leonard, escurridizo como un cerdo enjabonado. Cuando faltaban 28 segundo, ocurrió lo impensado: Durán agitó su mano derecha y dio la espalda a su adversario, que siguió golpeándolo. El árbitro, el mexicano Octavio Meyran, separó a los púgiles y encaró a Mano de Piedra. “Después del clinch, le dije: ‘A pelear’. Él me dijo: ‘No más’. Le volví a pedir que volviera a boxear, para asegurarme de que no estaba cometiendo un error y él repitió: ‘No más’”, contó Meyrán. Fue el final. Ni el mismo Sugar terminaba de asimilar una victoria tan gloriosa como extraña.
¿Qué había sucedido? Cuando una multitud todavía poblaba el cuadrilátero, comenzó a urdirse una trama de explicaciones endebles que pervivió durante casi cuatro décadas. “Roberto me dijo que cuando lanzó una mano derecha, algo le sucedió en el hombro”, contó el presidente del Consejo Mundial de Boxeo, José Sulaimán, minutos después de la pelea, cuando algunos ya echaban a rodar los rumores sobre un supuesto amaño.
En una desordenada conferencia de prensa, en la que le arrojaron una gallina de goma, Durán anunció su retiro y argumentó que desde el quinto round había padecido «un calambre en el estómago y una debilidad en el cuerpo”, por los que se había sentido “muy lento de brazos y de piernas” y que eso le había impedido seguir. Atribuyó el supuesto malestar a la comida y a la bebida que había consumido tras el pesaje.
Su médico personal, Orlando Núñez, avaló esta teoría e incluso enumeró los alimentos que el Cholo había ingerido desde el mediodía y hasta la pelea: un termo de caldo, varias tazas de té caliente, una naranja, dos bifes y medio, papas fritas, cuatro vasos grandes de jugo de naranja y dos vasos de agua.
Sin embargo, a la noche se lo vio comer y beber sin dificultades, y al día siguiente se sometió a un examen médico que no reveló trastorno alguno. Al ser consultado al respecto, Ray Arcel, su entrenador, negó enfáticamente que Durán le hubiese informado sobre ese malestar. “Lo que pasó fue terrible. Manejé a miles de boxeadores y nunca tuve a uno que abandonara. Creo que él necesita un psiquiatra más que cualquier otra cosa”, disparó el veterano técnico, que se alejaría de su pupilo tras esa noche.
Así como la derrota era durísima para el panameño, la victoria era agria para Leonard. “Hice todo lo que dije que iba a hacer y él no pudo aceptarlo. Estaba frustrado, confundido. Lo hice renunciar y eso fue mejor que noquearlo”, se regocijó. Pero su triunfo quedó opacado por ese extraño desenlace. Paradójicamente, el estadounidense recibió mayor reconocimiento por su caída en Montreal que por su éxito en Nueva Orleans.
Frente a semejante bochorno, la Comisión Estatal de Boxeo de Louisiana amenazó con retener la bolsa del perdedor, pero sus ocho millones de dólares habían sido cobrados por adelantado (algo muy poco habitual) y ya descansaban en una cuenta bancaria en Panamá. Así, el problema se saldó con una multa de apenas 7.500 dólares.
El dinero estaba en Panamá, pero a su propietario le llevó mucho tiempo regresar a su país. “Tenía miedo de volver porque el pueblo panameño no estaba preparado para verlo perder”, contó luego Felicidad Iglesias, su esposa. Bastante razón tenía: mientras Mano de Piedra permanecía en Miami, su casa fue apedreada y en la de su madre pintaron un graffitti que decía “Durán traidor”. El idilio entre el ídolo y sus compatriotas se había hecho añicos con ese “No más”.
“No sabía que el mundo reaccionaría de la manera en que lo hizo y que me tratarían como a una mierda tanto tiempo. No sabía que esa noche me atormentaría el resto de mi vida. Incluso ahora la gente todavía me sale con esa mierda del ‘No más’. Al carajo el ‘No más’. Estoy harto de oírlo, como si mi carrera hubiera sido una sola pelea. ¿Y todas las que gané?”, se quejaría Durán 36 años después, en su autobiografía.
Ray Leonard prepara su derecha para golpear a Roberto Durán durante el tercer combate entre ambos, en Las Vegas.
Ocho meses y medio le demandó rever la decisión del retiro y volver a un ring, impulsado por Don King: el 9 de agosto de 1981, sólo 10 días después de la misteriosa muerte del general Torrijos en un incidente aéreo (detrás del cual se sospecha que estuvo la CIA), superó por puntos a Nino González en Cleveland. Ese día cobró 150.000 dólares, menos del 2 por ciento de lo que había percibido por su presentación anterior. «Regreso sólo para pelear contra Leonard nuevamente y para vencerlo», avisó entonces.
Debieron pasar más de ocho años para que volvieran a encontrarse, ya en la curva descendente de sus carreras. Leonard había gestado un camino brillante, que incluyó títulos en las divisiones superwélter, mediano, supermediano y mediopesado, y victorias ante rivales de la talla de Tommy Hearns y Marvin Hagler. Durán había logrado una trabajosa redención ante su gente y había sumado cinturones en otras dos divisiones: superwélter y mediano.
El 7 de diciembre de 1989 escribieron el último capítulo deportivo compartido en el recién inaugurado Mirage Hotel & Casino de Las Vegas: en un duelo mucho menos atractivo que los dos anteriores (parte de los 16.305 espectadores silbó al final), el estadounidense se impuso holgadamente por puntos.
Sin embargo, ni esa tercera pelea ni los títulos que cada uno logró ni el paso del tiempo terminaron de borrar la mácula del segundo combate. En 2013, como parte de la producción del documental «No más», Leonard viajó por primera vez a Panamá para reunirse con Durán y preguntarle por qué había abandonado aquella noche en Nueva Orleans.
Sobre un ring montado en el polideportivo que lleva el nombre del multicampeón centroamericano, Sugar se plantó cara a cara con su viejo adversario a la espera, al fin, de una respuesta convincente. Pero no. Otra vez el café, el agua fría, los calambres estomacales…. Incluso Durán negó haber dicho “No más”, como si quisiera espantar a ese Candyman personal sin garfio de hierro que todavía lo atormenta. “Eso fue un invento de (el periodista) Howard Cosell, que era amigo de él”, aseguró. “Me dio lástima. No había nada que pudiera hacer más que aceptarlo y dejar que se fuera”, contó Leonard.
Recién el año pasado, cuando se estaba por estrenar el documental «I am Durán», dirigido por el británico Mat Hodgson, el Cholo se abrió e hizo un reconocimiento a su rival. “Paré la pelea porque no podía hacer nada más. Sabía cuál iba a ser su plan de pelea. Sabía que no iba a dejar que yo me acercara. Pero por más que lo supiera, si no podía hacer nada, ¿para qué iba a seguir peleando?”, explicó. Y reconoció: “Es de lo único que me arrepiento”.